Capítulo lll
El nombre de Kara Zor-El era ya muy conocido en ciertas esferas.
Treinta y dos años. Había quedado la primera de su promoción en Oxford, en la licenciatura de matemáticas, se la considera una mujer una mujer de inteligencia preclara y todos le auguraban una brillante carrera académica.
Pero Kara gozaba de un envidiable sentido común. Tenía muy claro que en una vida de distinción académica, la retribución económica era singularmente escasa.
No sentía el menor deseo de enseñar y se complacía en el trato con inteligencias muchos menos brillantes que la suya.
En una palabra le gustaba la gente, toda clase de gente y que no fuesen siempre las mismas. Y para ser francos le gustaba el dinero. Y para ganar dinero es preciso aprovechar la escasez de oferta.
Kara Zor-El dio inmediatamente con una escasez muy seria: la falta de mano de obra doméstica bien cualificada. Y para gran sorpresa de amigos y compañeros de estudios, Kara entró en el mercado del servicio doméstico.
Su éxito fue inmediato. Ahora al cabo de algunos años era bien conocida a todo lo largo y ancho de las Islas Británicas.
Kara tenía una extraña virtud de conseguir que cuando entraba en una casa, desaparecían de allí todas las penas, inquietudes y trabajos.
Kara lo hacía todo, se cuidaba de todo y lo arreglaba todo.
Era competente hasta lo indecible en todos los terrenos. Se encargaba de los parientes ancianos, aceptaba el cuidado de los niños de corta edad, cuidaba de los enfermos, guisaba divinamente, se adaptaba bien a los viejos y anticuados servidores que pudiera haber, demostraba gran tacto con las personas difíciles, calmaba a los borrachos habituales y amaba a los animales.
Más admirable aún resultaba comprobar el nulo reparo que ponía a hacer cualquier tipo de trabajo, fregaba suelos, cultivaba al jardín, limpiaba la suciedad de los perros y cargaba con carbón.
Una de las reglas consistía, en no aceptar nunca colaboraciones por largo plazo. Una quincena era el período acostumbrado, un mes como máximo y bajo circunstancias excepcionales. Había que pagarle el oro y el moro por esos días, pero durante esos días uno vivía en el cielo. Era posible despreocuparse por completo, irse al extranjero, quedarse en casa, hacer lo que uno quisiera, con la seguridad de que todo estaría bien en las hábiles manos de Kara Zor-El.
Ahora que estaba en libertad de elegir los que reclamaban sus servicios, se regía por su gusto personal.
Kara leyó y releyó la carta de la señorita Eliza.
La había conocido dos años antes cuando fue contratada por el sobrino de esta, para que la atendiese porque se estaba restableciendo de una pulmonía.
Habían congeniado enseguida cuando Kara descubrió que Eliza era muy perspicaz.
De inmediato telefoneó a la señorita Eliza explicándole que le era imposible ir a St. Mary Mead porque estaba trabajando pero que a la tarde siguiente estaría de dos a cuatro libre y podrían reunirse en cualquier lugar de Londres.
Eliza aceptó la proposición y al día siguiente tuvo lugar la entrevista.
Intercambiados los saludos de rigor Kara condujo a su invitada a la más sombría de las salas.
- En estos momentos estoy ocupada, pero me gustaría saber cuál es la misión que desea confiarme -
- Verdaderamente es muy sencilla. Poco común, pero sencilla. Necesito que usted encuentre un cadáver. -
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4.50 from Paddington (adaptación supercorp)
FanfictionMe gustaría que se entendiera que los personajes no tienen relaciones familiares, solo uso sus nombres para que pongáis rostros a la historia. En esta historia no hay sexo, pero está catalogado con Madura por las muertes. Durante su viaje de regreso...