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Los habitables del pueblo iban en dirección al sur. Iban cargados con todas las cosas que podrían hacer falta; medicamentos, vendas y alimentos; aunque sabían que debían de recolectar algunos por el camino.

—¿Cuanto falta? —Le preguntó un niño moreno de ojos verdes a su padre, oyó Igur a su lado—. Estoy cansado de tanto andar.

—Poco, no te preocupes —Dijo el padre, aunque en realidad no lo sabía.

Igur miró a su alrededor y vió en el rostro de la mayoría de la gente del pueblo el cansancio y abatimiento.

Se acercó al sabio y le preguntó si podrían parar un rato en algún sitio, ya que llevaban mucho camino recorrido.

La Esmeralda del Valle Terra era la solución a todo, pero quedaba lejos.

—De acuerdo, después de toda la mañana luchando por el pueblo y toda la tarde caminando me parece justo —Dijo el sabio—. Además, yo también estoy empezando a sentirme con menos energías.

Así es como todos pararon en una pequeña explanada. El Valle Terra quedaba en la costa sur de la isla, pero deberían de ir allí. Una gran cantidad de habitantes llevaban una brújula a mano, por si en algún giro se desviaban del camino.

Todos se sentaron, ya estaba a punto de anochecer y las estrellas se veían perfectamente, ya que en esa zona no habían árboles. Bueno, al fin y al caba todo lo que estaban recorriendo tenía colores apagados y tristes. Ese día habían pasado junto a una cabaña, Igur, por lo que sabía, por allí solo habían vivido sus amigos Tir, Gema, Nerea y Ainhara... Así que debía de ser de alguno de ellos. Todo lo que sus amigos habían pasado solos entre los cuatro y lo que seguirían pasando, le ponía los pelos de punta, pero ellos creían que ese era su destino y eso harían. Igur seguía sin entender porque sus amigos no habían vuelto en todo ese tiempo, ¿es que acaso habían encontrado algo? Eso no lo sabría, pero intentaría descubrirlo.

Ya estaba todo el mundo durmiendo, con un agradable fuego caliente al lado, que servía de calefacción y también de luz. Igur se despertó con un ruido cerca suyo, venía de su zurrón, que había dejado en el suelo para dormir mejor. Se levantó adormilado y vió que efectivamente algo se estaba moviendo allí.

—¿Qué...? —Susurró para sí.

Lo cogió y vió que se movía más. Se sentó con el zurrón en la mano y lo abrió con precaución, nadie sabía que podía haber allí metido. ¿Un animal salvaje? ¿...? La verdad era que a Igur no se le ocurría nada más. Con manos temblorosas se asomó dentro. Allí estaba su brújula, su botella de agua, sus lentes y una linterna... ¡Espera...! Había algo más, pero no lo veía en la sombra del zurrón de cuero. Sacó el objeto y lo miró hacía el fuego. Un libro. En la portada tenía una letra antigua inscrita. Abrió el libro y observó el contenido. Era como otro idioma, pero él no lo conocía. En dos páginas estaban las letras traducidas a los símbolos, y en las demás, que no eran muchas, habían frases sencillas para aprender. ¿Sería un antiguo libro de escuela? ¿Pero como había llegado hasta allí?

En fin, cerró el libro y se durmió de nuevo.

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Yo estaba durmiendo tranquilamente cuando ví que el yeti se levantaba confuso.

—¿Que pasa? —Le pregunté, nunca decía su nombre, ya que se lo había preguntado ya un par de veces y nunca me lo decía, a excepción del nombre de su hermano.

Mi amigo peludo se acercó a la pared de signos de nuevo, ¡necesitábamos ese libro ya! O no avanzaríamos, ya le he contado como había llegado hasta él, el yeti sabía dónde estaba ese pueblo, a las orillas del norte del bosque, pero no me llevaría, ya que siente que está atado a la cueva...

Los Guardianes Del Bosque: El misterio del bosque [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora