Prólogo

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Antes de conocerla Fernando era un niño solitario. No digamos que triste, solía rellenar sus tardes con cualquier actividad. Él no quería conocer a nadie en profundidad.

No tenía interés por las personas. Sus padres desde muy pequeño le dieron la libertad para hacer lo que él quisiera. El pequeño Fernando era una persona muy juiciosa, ordenado y pulcro entonces sus progenitores le soltaron su mano pronto (quizás demasiado pronto) sin embargo él no los culpaba porque entendía la necesidad de trabajar y mantener un hogar.

Además de tener padres ausentes existía otra razón por la cual era un solitario. Nadie le parecía interesante, todos eran réplicas, almas sin nada que aportar a su vida, sin nada que los hiciera destacarse.

La vida transcurría sin grandes sorpresas hasta que un día alguien le regaló una galleta. La pequeña Gabriela era una chica que no le gustaba destacar, a diferencia de los deseos de su madre quién la nombró en honor al arcángel Gabriel. La progenitora siempre estaba sobre ella deseando que sobresaliera por sobre el resto, quería verla triunfar, destacar y encantar al mundo. Su sueño era ver a la pequeña Gabriela cantando por los escenarios, ganando premios y siendo brillante. Pero ella nunca quiso esa vida.

Gabriela prefería el silencio del segundo plano, lo invisible, la quietud del campo, la simpleza de los hornos en la mañana, la calma de medir los ingredientes a la hora de cocinar. Gabriela no tenía mayores ambiciones que ponerle azúcar flor a los berlines. Era feliz practicando receta tras receta, viendo cómo la masa subía, observando cómo los dedos se enterraban en los ingredientes y ver cómo el horneado quedaba con el toque perfecto.

Esa misma chica de pronto fijó su mirada en Fernando. Se veía tan triste, tan apagado, tan solitario que algo se conmovió en el corazón de Gabriela. Ella no sabía consolar a las personas, sin embargo, tenía el talento para cocinar. Esa fue la primera vez que se saltó una clase para ir a la cocina con las "tías". Allí pidió permiso para hacer galletas y las adultas la dejaron cocinar, un gesto de amabilidad extraño porque no solían entregar su territorio a extraños. Así pudo cocinar los pequeños dulces.

—¿Dormiste bien? —le preguntó Gabriela a Fernando mientras le daba la galleta.

—Yo... —El chico se había quedado sin habla. El rostro de la chica cubierto de harina, sonrosado por la cocina y con una preciosa sonrisa lo había dejado perplejo.

—No tienes que explicarme nada. —Volvió a mostrar el dulce—. Nada que no solucione un poco de azúcar.

Decidió recibir el regalo en silencio. La pequeña le volvió a dedicar otra sonrisa y se alejó en dirección al patio del colegio. Curioso observó el dulce, la galleta en cuestión, (aunque no tenía una forma muy prolija) olía muy bien y tenía chispas de colores encima. Le dio un pequeño mordisco, sintiendo el sabor del chocolate, canela y dulce. Pensó "seguramente este es el sabor de un hogar".

Después de ese día Fernando despegó la mirada del suelo y comenzó a buscar a Gabriela por todos los rincones. Pero la chica nunca se percató de las intenciones que él tenía. Cada vez que Fernando trataba de acercarse a ella se escabullía entre los hornos y la harina. Finalmente, un poco frustrado, comenzó a notar a las personas a su alrededor. Encontraba la sonrisa de Gabriela, los dedos de ella, su melodiosa risa y su voz tranquila.

Pero siempre en otras.

Nunca en ella.

Así el amor se mantuvo dormido por muchísimos años.

Hasta que despertó.

Y fue como una hecatombe que derrumbó todo lo que existía antes.

Esta historia trata de como cuando despertó el amor, les cambió la vida, el destino y el rumbo para siempre

Nota de la autora: 

Hola gente linda! les tenemos nuevamente a su disposición está historia con algunos cambios pequeñitos. Espero vuelvan a leerla y disfrutarla <3

Las cosas que ella decíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora