Capítulo 1

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—Solo dos minutos más al horno.

Gabriela estaba esperando que el bizcocho creciera a un ritmo constante. Era complejo trabajar con el horno del liceo, no obstante, a ella le encantaban los retos culinarios. Las manipuladoras de alimentos solían dejarla cocinar a su antojo, era imposible negarse ante la mirada limpia y sincera de la chica.

—¿No te gustaría inscribirte en algún taller? —le preguntó Rosa, la encargada de la repartición de alimentos.

—¿Disculpe, me dijo algo tía? —Gabriela se dio la vuelta para escucharla.

La mujer se volvió a impresionar por la presencia de esa niña/adolescente en la cocina. Quizás porque a su edad ella estaba interesada en otros hobbies... algo peligrosos. Pero Gabriela era preciosa. No había mejor palabra para describirla. De altura media, complexión delgada, cabello corto castaño, profundos ojos azules y con las mejillas siempre ruborizadas (posiblemente por su afán de estar siempre metida en la cocina). No era una belleza que paraliza el tráfico, pero si te acercabas lo suficiente a ella podías notar su candor e ingenuidad.

—Una chica tan agradable cómo tú, debería estar afuera haciendo amigos. —Rosa le tomó las manos —. ¿Por qué no te inscribes en alguna actividad?

—No se preocupe —respondió la chica sonriéndole dulcemente— me gusta más estar acá... ¿Necesita que me vaya? —preguntó preocupada porque hace dos días había escuchado al inspector regañar a las tías de la cocina por dejarla "jugar con masas".

—¿Estás preocupada por lo del otro día? —la mujer se rio —. La cocina es mi territorio y nadie me dirá quién puede estar o no estar acá. Solo me preocupa que estés tan sola.

Gabriela se dio la media vuelta para mirar el horno. Sus ojos brillaron, sus manos se prepararon para recibirlo y el aroma a canela, vainilla y chocolate emanando del horno le indicaba que el pastel estaría listo. Ante la fantástica visión del bizcocho creciendo cómo ella quería. La receta había funcionado perfectamente.

—Soy feliz acá. —Apagó el horno—. En media hora estará listo y lo repartiremos entre todas.

La campana sonó, las trabajadoras comenzaron a ordenar para preparar la comida y Rosa empujó, con delicadeza, a Gabriela fuera de la cocina.

—Anda a clases —le dijo en medio de risas de la chica.

—Si fuera por mí me quedaría acá todo el día. —La estudiante tomó las manos de la adulta—. Muchas gracias por dejarme cocinar acá, no tiene idea lo que significa para mí.

Rosa le devolvió el apretón de manos sin decir nada. Observó cómo la chica subía las escaleras con prisa. No quería saber las razones de por qué Gabriela no tenía amigos, otros intereses ni otra cosa que no fuera la cocina. Aunque fuese solitaria, tenía un gran corazón, siempre dispuesta a ayudarlas, ya sea cocinando sus dulces favoritos o incluso realizando tareas de limpieza en la cocina. Era tan fácil quererla, pero nadie más que ellas parecían notar su existencia.

La adolescente entró a su sala de clases llegando pocos minutos antes que el docente a cargo y se sentó en su puesto a escribir nuevas recetas que se le venían a la mente. Al otro lado del salón un joven observaba cómo ella movía sus dedos gráciles y a la vez ponía cara de concentración. Fernando (el nombre del joven en cuestión) la seguía mirando sin que ella notase su presencia.

Así pasaban los días ambos jóvenes. Gabriela escabulléndose de las clases para cocinar y Fernando viéndola desde lejos fascinado por su descubrimiento.

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Hablemos sobre ese chico de cabellos claros, mirada de color miel, tez rosácea y físico un poco desgarbado. Conversemos de Fernando que busca la mirada de Gabriela en todas partes sin darse cuenta. Platiquemos sobre cómo se percató de su fatal enamoramiento hacia alguien que no sabía de su existencia.

Las cosas que ella decíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora