Capítulo 2

52 14 66
                                    

Capítulo 2: El ritual

El joven tenía sus pensamientos, sentimientos y toda su atención en el momento cuando Gabriela se incorporó al colegio dos días después del desastre sucedido. Después de, según él, ser el responsable de casi quemar la casa de Gabriela (porque Fernando era demasiado dramático y exageraba los sucesos que pasaban a su alrededor) pasó días en silencio, ignorando las salidas de sus amigas, taciturno y amargado.

Los recuerdos de Gabriela estaban frescos en su mente, junto con sentirse miserable por arruinar una manera de acercarse a ella, se regodeaba en esos breves instantes de cercanía. Cuando ella llevaba pequeñas tartaletas, cuando se quedaba hasta tarde, cuando limpiaba el salón sin que se lo pidieran y que cuidaba las flores del lugar. Gabriela era un ser tan amable y precioso que no podía creer que la hubiese borrado de su sistema. Decidió, por ende, que la invitaría a salir apenas volviese a clases.

Entonces ella apareció. El corazón de Fernando volvió a latir cuando la vio entrar por el dintel de la puerta , tal cual cómo la recordaba desde ese día. El chico trató de saludarla cuando regresó, se aproximó a su lugar dedicando una sonrisa,

—Hola Gabriela ¿estás mejor? —la voz apenas le salió a Fernando apenas dándose cuenta de cuán difícil era hablarle a ella.

Gabriela dio un pequeño saltó imperceptible cuando escuchó esa pregunta. Incluso se sintió asustada por ese saludo porque estaba acostumbrada a vivir en las sombras. Nadie la notaba en el salón, conversaba cuando era lo justo y prácticamente sus amistades eran inexistentes. Sin embargo, esa era la vida que prefería tener.

La joven tenía ese nombre que le fue entregado por su madre. Gabriela, cómo los ángeles, le decía su progenitora de tanto en tanto. Ella quería verla triunfar, destacar y encantar al mundo. Su sueño era ver a la pequeña Gabriela cantando por los escenarios, ganando premios y siendo brillante.

Pero ella nunca quiso esa vida. Prefería el silencio del segundo plano, lo invisible, la quietud del campo, la simpleza de los hornos en la mañana, la calma a la hora de medir los ingredientes a la hora de cocinar. Gabriela no tenía mayores ambiciones que ponerle azúcar flor a los berlines.

No quería que una persona tan popular cómo Fernando se fijase en ella. Además, las amigas de él de tanto en tanto eran... peligrosas por decirlo menos. Por eso ella le respondió lo siguiente:

—Sí, estoy bien gracias —contestó con un gesto serio en la mirada, sentándose en su puesto e ignorando a Fernando por completo.

Ese fue el primer golpe al ego del muchacho... porque las demás muchachas competían por su atención, pero a Gabriela parecía no importarle su existencia. La pastelera en vez de correr hacia él lo que hizo fue evitarlo cómo la peste

Comprobó con el pasar de los días que esta era su nueva realidad, se percató de que no era tan sencillo hablarle a la chica porque rara vez pasaba en la sala. Gabriela encontraba los momentos más extraños para salir de la misma y volar hacia la cocina, territorio prohibido para él porque las tías no le dejaban entrar donde estaban los hornos.

—Lo siento, los niños no pueden entrar acá— exclamó Rosa con energía poniendo sus brazos en jarra impidiendo el paso.

—Hola tía.— Fernando le sonrió coqueto tratando de ganar su afecto—. Hay una amiga mía adentro por eso quería pasar.

Rosa se aguantó las ganas de insultar porque sabía perfectamente quién era ese jovencito. Era el responsable de que muchas de las niñas terminasen llorando, con el corazón roto y sus sueños robados. Odiaba a los hombres que usaban a las mujeres de ese modo. Por supuesto, ella desconocía la parte donde Fernando explicaba que él no quería compromisos, sin embargo, de haberlo sabido su opinión no hubiese cambiado. Para ella no era un chico respetable aquel que andaba con una y otra cambiando mujeres cómo quién cambia de calcetines.

Las cosas que ella decíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora