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—Y eso fue todo lo que sucedió —terminé mi discurso

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—Y eso fue todo lo que sucedió —terminé mi discurso.

La oficina se quedó en silencio unos segundos que me parecieron eternos. Los tres miembros del Consejo Disciplinario me observaron fijamente: el presidente del Centro de Estudiantes, la Madre Superiora, y la directora del Instituto, la señora Fiona Walsh, la primera en romper el silencio.

—Ha causado algunos problemas en el pasado, señor O'Brien —me aseguró, colocándose sus lentes de lectura y echando un vistazo a mi expediente abierto sobre el escritorio—. Sueles hablar recurrentemente en clase, distraes a tus compañeros, tuviste algunas travesuras con tu amigo Max. Todo esto sin mencionar aquella excursión al campo de batalla donde destruiste un puesto de frutas con una bala de cañón...

—Siendo completamente francos —me defendí—, tenía doce años, el guía nos dejó solos y no sabía que ese cañón estaba cargado.

Ella me analizó mejor, entrecerrando los ojos. Lo mejor sería no defenderme. No era bueno en ello.

—Mi punto aquí, señor O'Brien, es que estoy bastante decepcionada de su comportamiento reciente. Ha sido un alumno problemático, pero nunca ha hecho algo para desprestigiando a alguien ¿Qué tiene que decir en su defensa?

—Yo... —dudé—. Nada. No tengo que decir nada. Fue un error. Una tonta broma de último año que...

—Pintar el retrato de una profesora con aerosol no es una simple broma de último año —me aseguró, enseñándome la fotografía que habían tomado en la escena del crimen.

Amy O'Sullivan, la profesora de matemáticas, era una mujer de tercera edad, con rulos blancos y descuidados. Siempre llevaba su labial rojizo mal colocado en sus labios que nunca mostraron una sonrisa. Era conocida por ser la última persona con la que querrías meterte en esta escuela; su carácter no dejaba espacio para equivocaciones. En la fotografía del crimen que me enseñaba Walsh, la profesora de matemáticas tenía su mueca amargada habitual, pero esta vez se encontraba revestida con un mostacho enorme y retorcido hecho con pintura en aerosol.

Vi al presidente del Centro ahogar una risa, pero calló de inmediato cuando la directora enfocó su mirada en él. Ella se quitó sus lentes y me escaneó otra vez, evaluando mi reacción. Tenía unos ojos verdes oscuros que parecían perforarte incluso el alma. Sin embargo, cuando creí que me daría el castigo de mi vida, su mirada se suavizó.

—Bien, O'Brien. Quiero que te disculpes con O'Sullivan durante su clase y reflexiones sobre lo ocurrido —ordenó, cerrando mi expediente—. Esto es todo. Puede irse.

—¿Así nada más? —pregunté, maldiciéndome al instante. Yo no había estado en el momento en que la directora se había enterado de la broma, pero de mis compañeros me habían dicho que no se lo había tomado nada bien. Y ella no era conocida precisamente por ser una persona que deja pasar las malas actitudes de los alumnos.

—No es la primera broma tonta que ocurre con un alumno de último año —me explicó, juntando ambas manos—. Pero si es la primera vez que usted la protagoniza. Sé que a veces se hacen tonterías para complacer a la mayoría. Solo quería dejarle en claro que aún quedan cuatro meses de clases. No se desvíe, señor O'Brien, ¿está bien? Si por casualidad quiere hablar con alguien, necesito que sepa que estoy aquí para usted en todo momento.

Un Detalle InfinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora