Capítulo 10.

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Hace días que intento evitar a Harry. La incomodidad es latente en mí cuando su presencia está cerca. Creo que Ana se ha dado cuenta, aunque no ha comentado nada, seguramente piense que nos hemos peleado cómo hermanos. Pero, lo que hemos hecho, es follar como amantes. Una vez. Una sola vez que pensaba que acabaría con la tensión sexual, con el deseo. Pero no. Lo deseo más que nunca. Lo veo andar lejos de mí, lanzándome miradas de disculpa, y todo lo que hace mi cuerpo es dirigirse a la ducha o a la cama a aliviar el deseo que siento. La desesperación sigue acechando mi cuerpo, necesito tenerlo entre mis piernas.

Día a día, me sorprendo de la forma en que admito que lo necesito. Yo, necesitando un hombre en mi cama, quién lo diría. Una mujer feminista cómo yo, necesitando a un hombre, y no a uno cualquiera, no, a mi hermanastro. Pero, realmente, el deseo sexual no está en contraposición con el feminismo. La sexualidad es algo natural, y si me muero por follarme a mi hermanastro, es algo natural. Pero socialmente no está considerado natural.

Otra de las cosas en las que he estado pensando mucho en mis días de sequía sexual y desesperación máxima, ha sido la sumisión. Esa simple palabra salida se los labios de Harry, puso mi mundo patas arriba. En todas las fantasías sexuales que he imaginado estos días en mi gozo en soledad, ha tenido lugar la sumisión. Al principio sólo tenía en cuenta algunos azotes, pero la cosa fue a más, imaginando como me ataba, después como me amordazaba y me daba placer a su antojo. Muchas veces me había planteado el tema del masoquismo, en plan ligero, pero nunca lo había practicado en su extensión. A Jaime le pedí cosas de esas, pero siempre se negaba, nos quedamos en los azotes. Según él, esa práctica sexual denigraba a la mujer. Ya ves tu, era mucho más denigrante someterme a sus órdenes diarias que un simple azote o atarme en la cama para divertirnos en el sexo.

Es cierto que, a veces, pensaba que puede que esa práctica sea algo denigrante, pero al final, llegaba a la conclusión, que si ambas partes estaban de acuerdo en la práctica de la sumisión y la dominación, no era nada malo. Yo, por ejemplo, podía aceptar que me azotaran en la cama para mi propio placer, que me ofrezcan placer mientras estoy maniatada, mientras las órdenes no pasen a la vida diaria, fuera de la cama, ni se atrevan a ponerme una mano encima fuera de ella. En definitiva, si me iba ese rollo sexualmente hablando, no veía que fuera nada malo.

Mi curiosidad fue más allá de mis fantasías de sexo individual. Empecé a informarme por internet, había muchas prácticas masoquistas un tanto raras que no iban con mi persona, para nada. Tenía tolerancia a cierto dolor, que en su combinación con el placer, me fascinaban, pero de allí a someterme a verdaderas torturas, había mucha diferencia.

En mi indagación sobre el tema, encontré clubs de sumisión, uno en concreto, en mi ciudad. Como buena persona curiosa, me informé de dicho club. Su nombre era La Familia, había distintos tipos de masoquismo en el. Si te hacías socio, podías disfrutar del aprendizaje, e incluso participar en las actividades sexuales. Un club de sexo, vamos, aunque podías sólo mirar o participar.

No sé en que momento mandé mis datos y acepté unirme a ese maldito club. Me siento una prostituta delante de la puerta de un bloque pequeño de pisos que no tendrán más de cinco años desde su construcción. Me sitúo delante del telefonillo y veo el nombre del club en el único botón de éste. Suspiro, trago saliva y aprieto.

Segundos después me abren y entro. Hay una mujer de unos cuarenta años sonriéndome. Está de pie junto a una pequeña fuente con una estatua de un hombre y una mujer, ambos con los ojos vendados.

- Cariño, no te asustes. ¿Es tu primera vez en un sitio como éste?- Asiento con la cabeza.- Bueno, tu tranquila, nadie va a tocarte si tu no quieres. Acompáñame al despacho.

Vuelvo a asentir y la sigo por las escaleras. En el camino, no veo absolutamente a nadie, pasamos por delante de algunas puertas, pero no escucho a nadie. Entramos en un despacho muy normal y muy moderno. No hay nada masoquista en él.

- Bien, háblame un poco de ti y de tu interés en este club.- Es muy simpática, me inspira confianza.

- Me llamo Bea, tengo veinte años y hace tiempo que sentía curiosidad por el tema de la sumisión. Nada muy extraordinario, de momento, sólo siento interés por lo más ligero. Perdone mis nervios, pero me siento muy extraña en este lugar, como si fuera a convertirme en una prostituta o algo así.- Bajo la mirada hacia el escritorio blanco, la mujer suelta una carcajada y acaricia mis manos que están encima de la mesa entrelazadas.

- No me trates de usted, llámame Noelia.- Le devuelvo la sonrisa que me ofrece.- No eres ninguna prostituta, aquí puedes tener sexo o no, puedes mirar o no, o simplemente tomar una copa. Pero viendo tu interés en el tema, puedes observar y aprender todo lo que tenga que ver en este mundo y luego ya practicas lo que más te guste con tu pareja o compañero eventual.- Asiento antes de que me ofrezca enseñarme las instalaciones.

Salimos del despacho y nos dirigimos a la primera puerta que me he encontrado al subir las escaleras. Entramos en ella y hay unas cuantas personas charlando, bien vestidas, en un bar. Todo muy formal, hasta que veo al camarero, sin camiseta y lleno de tatuajes. Cuanto más me paro a observar, las personas vestidas de traje son más escasas. Hay hombres, jóvenes, que no tendrán más de veinticinco años, de aspecto desaliñando, sexy y rockero, parecidos a mi hermanastro.

Cuando paso por el centro del bar, noto muchas miradas sobre mí. No hay muchas mujeres, y la mayoría rondan los treinta. No parezco encajar aquí, no soy ni tan formal ni tan desaliñada como los socios de este club.

Nos paramos fuera del bar en un pasillo lleno de puertas.

- Bien, en cada puerta encontrarás un cartel que indica la práctica que se lleva a cabo en cada habitación, además hay habitaciones libres para gente que quiera llevar a cabo algo en privado. No te insto a entrar, ya que creo que debes hacerlo con tranquilidad.- Vuelvo a asentir, parece como si me hubiera comido la lengua el gato.- Te dejo por aquí para que hagas lo que quieras, el próximo día que vengas, si te apetece formalizar la inscripción, te espero en mi despacho. Encantada de conocerte, creo que harás buenas migas con los socios, eres muy guapa. Hasta luego, Bea.

- Hasta lugo, Noelia.- Me da un pequeño abrazo y se marcha.

Me quedo quieta en medio de ese pasillo unos minutos para poner en orden mi cabeza. Estoy en un club de sexo masoquista para aprender sobre el tema, el plan más normal del mundo para un sábado por la tarde.

- ¿Bea?- Me doy la vuelta hasta la voz masculina más que familiar que me llama. Genial, el poco color de mis mejillas acaba de desaparecer por completo.

Lo primero es la familia. H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora