Capítulo IV

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Al llegar a la casa quise correr a mi habitación, pero no tenía una, no tenía un refugio, no tenía nada más que la sensación de desesperanza, vergüenza y la humillación que nunca había sentido. En casa papá me golpeaba y maldecía todo el tiempo, pero nunca nadie más que el personal tuvo que ver mis miserias. Kang entró a la habitación y yo solo pude ver la larga cortina blanca puesta en la ventana del balcón principal y me escondí allí, quería llorar, pero ya no me salían lágrimas, quería gritar, pero no podía, no estaba en un lugar seguro.

- ¿Mía, podemos hablar? – me preguntó mientras se incorporaba a mi lado detrás de la cortina.

Asentí, como cuando lo hacía para mi padre, el mismo padre que me aconsejó que debía dejar pasar todo tipo de situaciones e insultos de mi esposo sin importar nada.

- ¿Tienes hambre? – yo negué con la cabeza. – Lo entiendo. Tampoco yo tengo mucha hambre, sin embargo, pedí comida, no sé qué gusta así que pedí varios platos. – dijo en un tono

completamente cálido y yo solo asentí. Después de eso hubo un silencio, ninguno de los dos pronunció palabras o emitió sonido alguno. Debo admitir que no fue incomodo para mí, simplemente quise creer que él no existía, que no estaba ahí y descansar de esa mañana tan larga.

- Lamento lo que pasó hoy. – dijo en un suspiro. – Sé que no merezco estar sentado aquí contigo, pero quiero que sepas que en verdad lo lamento tanto, Mía.

Le escuché con mis ojos cerrados, no quería abrirlos porque seguramente él iba a notar que mis lágrimas estaban ahí a solo un parpadeo de salir. Quizá mi padre tenía razón y seguramente le di demasiado color a esa situación, al fin y al cabo, Kang y yo no teníamos una relación real, no nos conocíamos, yo no era nada para él y él no tenía que significar algo para mí.

- Podrías por favor ...

- ¡Vete! – interrumpí en un tono suave. – No quiero ni tengo que escuchar nada de lo digas, no estamos en una relación real así que no me debes explicaciones.

No pude ver su rostro porque me negaba a abrir los ojos, sin embargo, tampoco esperaba que algo de lo que le había dicho le tomara por sorpresa solo sentí sus brazos levantándome bruscamente, abrí los ojos para luchar contra su amarre, pero sus ojos estaban llenos de fuego, los reconocí porque era la misma ira con la que mi padre me miraba.

Me lanzó sobre la cama y me dijo – Ya te pedí disculpas, quiero hablar contigo y arreglar las cosas. – estaba furioso.

- Lo entiendo. No debes darme explicaciones. – me atreví a decir con miedo.

- No, si yo quiero hablar tú escuchas lo que quiero decir. – dijo frio. – Si yo quiero hablar entonces los dos hablamos. – gritó.

Mi cuerpo se paralizó solo cerré los ojos y esperé, esperé el primer golpe, sin embargo, un cuerpo me envolvió y ya no pude seguir sosteniendo las lágrimas. - ¡Vete por favor! – pedí.

- No puedo. – respondió levantando mi rostro con su mano para verme. – Me disculpo si te asusté, Mía. Te lo dije la paciencia no es una de mis virtudes. ¡Perdóname! – se veía sincero y aturdido por mi reacción, abrumado por la situación - ¿Te asusté? – preguntó en un tono casi que afirmativo, yo solo quité mi cara de su amarre para alejarme de él.

- No quiero hablar contigo, puedes hacer lo que quieras no me debes nada, no tenemos ningún compromiso. – le dije mientras mis lágrimas se deslizaban como cascada. – No tienes que darme explicaciones de lo que haces Kang, no tienes que darle otro rumbo a tu vida solo por mí. No me importa.

DI MI NOMBRE, OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora