CAPÍTULO I

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- ¡Mía! Escuché el grito en mis oídos, como si hubiese estado justo a mi lado. - ¡Mía, maldita sea! Los pasos cada vez estaban más cerca. – ¿Dónde carajos está esa perra? Suspiré porque

sabía que iba a suceder.

Al abrirse la puerta vi la figura de mi padre a través de la luz, me golpeó tan fuerte contra la pared, sus puños alcanzaron mi abdomen y mi rostro. – Maldita sea, no entiendo porque debo tener esta maldita suerte. – Escupió. – Quizá es porque naciste, si no hubieses nacido mi vida sería mejor. Eres una maldita. – Dijo mientras me escupía de nuevo. Lo miré con tristeza, a pesar de que era él quien me estaba maltratando, sentía lastima por él. – ¿Por qué me miras así? ¿Te crees mejor que yo porque te la pasas leyendo esa basura? Para eso es lo único que sirves para perder el tiempo y el dinero en esos libros de mierda. – Me lanzó un libro antes de irse y azotar la puerta a su paso.
Me quedé tirada en el suelo frío mientras las lagrimas apenas empezaban a deslizarse por mi rostro herido. – Jesús, tanto he leído sobre ti que ya siento que te conozco, explícame ¿por qué si eres amor debo pasar por todo esto?

- Señorita, Mía. Me llamó Mirella. – por Dios. – Dijo con un tono lloroso. Empezó a limpiarme

la sangre de mi rostro y a poner ungüento en mis heridas. – No entiendo por qué el señor se comporta así contigo, con sus hijos mayores siempre fue muy amable y permisivo. – sollozó.

- Mirella, ¿puedes hacerme un favor esta noche?

- Claro, mi niña, dime

- Trae la cena a la habitación y cena conmigo. - Le pedí y ella asintió.

Recuerdo ese momento como si hubiese sido ayer, estaba sentada en el escritorio leyendo cuando vi la figura de mi padre, su mano tomó mi cabello y empujó mi cara contra la pared una y otra vez, luego me tiró de la silla y caí al suelo donde me golpeo con patadas y puños, lo que más me duele de ese momento no es que mi padre me haya herido hasta que liberara su enojo, sin duda lo que más me rompió el corazón es no haber podido tener esa ultima cena tranquila con Mirella. e

- Y sin duda alguna una de las frases que más me marco en este capítulo porque tiene mucha profundidad y con la que quiero que se queden hoy es: "Las cosas simples son las más extraordinarias, y solo los sabios consiguen verlas."

Nos vemos en el próximo capítulo, para ustedes su voz fiel, Calíope.

Estiré mis piernas a través del escritorio mientras pensaba en esa frase de aquel libro, el timbre me sacó de mis pensamientos, seguro era un repartidor con mi pizza. Los repartidores eran los únicos que habían visto mi cara en meses. Tengo un programa online en el que leo libros por capítulos, analizo y doy mi opinión sobre ellos, cuando inicié eran solo textos para niños y luego abrí una sesión de libros más profundos y así he vivido estos dos años, debo decir que mi podcast tiene muchos escuchas y además es algo que me gusta hacer.

Cerré los ojos al primer bocado de la pizza de pollo con champiñones de la casa Sabuor, era deliciosa, no había otro sabor similar al de esa pizza y no pude evitar pensar en la primera vez que la probé. Ocurrió justos a mis dieciocho años, después de mi boda con él, ese día fue muy especial, aunque en ese momento yo no pensaba lo mismo.

Mi padre era un hombre de negocios, de negocios ilícitos, manejaba todo el negocio de las drogas en el país, era muy turbio, pero era un hombre muy elegante, se veía muy pulcro y de alta sociedad, hasta que hablaba, su léxico era tan pobre y constantemente decía malas palabras, tenía la costumbre de golpearme y gritarme siempre que algo no iba bien, si algún negocio salía mal seguramente se podía ver en mi cara y cuerpo, en lo que a mí respecta creo que al final estaba acostumbrada al maltrato, aunque siempre lloraba porque, bueno, creo que es normal llorar cuando te sientes herido. Nunca supe nada sobre mi madre, no tenía derecho a preguntar, lo que supe es que era una empleada con la que mi padre se acostó y quedó embarazada, eran rumores de pasillo, nunca pude confirmar nada, no había una sola foto o retrato de ella. Con el embarazo mi padre al parecer estaba muy contento, ya tenía tres hijos y estaba esperando el cuarto, pero cuando nací su rostro cambió y murieron sus ilusiones. Él esperaba un niño, como mis medios hermanos, y llegué yo, una dulce peli castaña de ojos grises, dejando ver el machismo arraigado en su ser. Abrí los ojos a este mundo al tiempo que los de mi madre se cerraban, creo que fue como el karma para mi padre. Lo cierto es que sí se hizo cargo de mí, pero me tuvo alejada de todo y de todos, no puedo decir que era un mal padre pero tampoco era uno bueno, tenía profesores privados y así terminé la escuela, nunca fui a un colegio o tuve algún amigo diferente a Mirella, ella era la persona que me cuidaba. Mirella era como una madre para mí, pero nunca se me permitió llamarle de esa manera, aunque en mi corazón lo sentía, era ella quien estaba en mis noches febriles y en las que quería jugar, ella me cuidó y curó cada que mi padre me hirió. Mirella falleció cuando yo tenía diecinueve años, su muerte fue una total sorpresa, aún no estoy segura de lo que le sucedió. Después de eso me dio la impresión de que empecé a ver seguido a mi padre, debí suponer que algo tramaba, se sentaba conmigo a la mesa a hablarme de cosas extrañas como la vida matrimonial y cosas así, yo era una niña aún, pero tenía ciertas nociones porque leía muchos libros. Toda mi vida me refugié en los libros, me salvaron del infierno que vivía en casa y me enseñaron todo lo que sé.

El primero de octubre mi padre me dijo que me casaría con el hijo de un conglomerado, faltaban solo tres días para mi cumpleaños número veinte, los siguientes días solo vi llegar paquetes de ropa y zapatos a mi habitación. Si se preguntan si tenía miedo, lo tenía, claro, pero, me ilusionaba poder salir de la casa y la esperanza de quizá tener una vida mejor, no es que me faltara algo alguna vez, es solo que quería ver y vivir las experiencias de las que hablaban los libros en los que me refugié toda mi vida, me embargaba el temor de que aquel hombre fuera un tirano, pero quería tener confianza en el destino.

Así llegó el día de mi cumpleaños, por primera vez en mis dieciocho años mi padre compraba un pastel y reunía a mis hermanos para "festejarme." Mientras ellos bebían yo miraba la luna a través de la ventana que daba a la terraza – Jesús si eres real, si en verdad existes por favor no me entregues en manos de alguien cuyo corazón esté lleno de perversidad y maldad. – lo repetí tantas veces en mi interior tratando de aferrarme a algo, a una fe, a una creencia que fue real, que fuera real al menos en mi vida.

- Debes obedecerá a tu marido, no importa si no estás de acuerdo. – dijo sentado al otro lado

de la mesa. – Cuando te cases tendrás todas las cosas, a cambio debes ser sumisa y complacer a tu marido en todo. – El hombre se rascó la cabeza y suspiró. – Es importante que sepas todas estas cosas, no quiero que te vayan a regresar por pensar que no te enseñé nada. Es posible que él tenga otras mujeres, esas cosas no te deben importar. – Levantó un poco más el tono de su voz y dijo: - Si alguna vez se sobrepasa contigo y te hiere, no prestes atención, ya sabes que a veces los hombres no sabemos controlar nuestras emociones... Mi padre siguió hablando sobre como debo aceptar los malos tratos y demás en mi vida, pero yo solo quería tener esperanza.

Se suponía que debía conocer a ese hombre antes de la boda, como había leído en los libros, pero no sucedió, no sabía si él era un viejo, un joven, de qué color era su piel o su cabello, aunque en realidad esas cosas no eran importantes, me daba temor no saber a qué me enfrentaría, sin embargo, quería pensar que cualquier cosa podía ser mejor que seguir viviendo en casa con papá.

Estaba esperando en el salón de la novia y todavía no sabía con quien iba a contraer nupcias, algunos amigos de mi padre se acercaban a felicitarme y aunque no los conocía los saludaba con cortesía, la mayoría llegaban acompañados de hermosas damas a tomarse fotos conmigo, sinceramente no sabía si sonreír o llorar. En ese momento me invadió el temor, quería a Mirella, quería que ella pudiera estar ahí conmigo, que me dijera que todo iba a estar bien y que podía tener calma. Cuando recuerdo lo que sentí en ese momento no puedo evitar pensar que se me fue arrebatado demasiado pronto algo que yo necesitaba en mi vida, el consejo, la experiencia y la sabiduría de alguien que en verdad me quisiera.

- Hola. – Me dijo un joven, que a mi parecer era muy apuesto, no se veía nada como mis

hermanos, se veía muy pulcro, educado y amable.

Lo saludé con discreción y cortesía. – ¿Estás nerviosa? – Me preguntó con un gesto apacible. Asentí sin siquiera meditarlo. – Es normal que lo estés, yo también lo estoy. – Sonrió, pero su sonrisa era triste. – Sin embargo, hoy nos vamos a casar, y probablemente esta sea nuestra única boda, y no va a haber otra oportunidad, después no podremos repetir las fotografías. – dijo extendiéndome su mano. – No vamos a tener otra boda, hay que decidir al menos ser felices en esta. ¿puedes comprender a lo que me refiero? – Asentí nuevamente pensando en que él era muy amable y no pude evitar pensar en que quizá él podría ser bueno.

Me ayudó a ponerme de pie y caminamos juntos hacía el salón donde estaban los invitados. Cuando vi a tantas personas por primera vez no pude evitar quedarme inmóvil. – Jesús, si de verdad existes, por favor no me dejes. – Dije con fuerza al tiempo que una mano tomaba la mía, me giré para verle directamente a los ojos, unos ojos profundos con una expresión de sonrisa, pero en su interior reflejaba una tristeza profunda, capaz la misma que compartíamos en ese momento. Tomada de su mano caminamos hacía el altar y ambos firmamos al tiempo que dijimos que sí. 

DI MI NOMBRE, OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora