Prólogo.

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Las tribus salvajes fueron eliminadas, por completo, después del Apocalipsis de las Brujas. Se trató de un evento donde doscientas cincuenta y tres mujeres fueron sacrificadas a los dioses paganos para ir contra el ejército imperial de la familia Todoroki que ocupaban sus tierras.

El rey Enji Todoroki tuvo que aceptar el decreto de la Corte Imperial acerca de la eliminación de esas tribus. No podía quedar nadie en pie. No podía vivir nadie, con tales poderes y capacidades para llevar a cabo tales atrocidades que se vieron en el Apocalipsis de las Brujas. Los cuerpos muertos de mujeres luchando contra soldados imperiales eran algo de lo que nadie quería volver a ser testigo otra vez.

Sin embargo, en un acto extraño e inesperado, Mitsuki Bakugou, la líder de una facción de la tribu que pedía por la paz llegó hasta las puertas del palacio con un niño sosteniendo su mano y pidió una audiencia con la Corte Imperial y el rey. Como se trataba de una salvaje extremadamente poderosa y peligrosa, se le concedió la audiencia de inmediato y tanto el rey como su corte vieron que la ropa blanca por la cuál se distinguía a la hermosa mujer estaba manchada de sangre y sus ojos rojos, extrañamente, se habían vuelto de un color negro escalofriante.

—Los líderes del movimiento acaban de asesinar a mi esposo, a mis amigos, a mis familiares, para hacer una segunda guerra de los suyos contra nuestros muertos —dijo en un tono de voz sereno y carente de emoción, muy diferente a la manera en que sus ojos negros derramaban lágrimas de sangre y dolor —Yo acabaré con ellos. Haré que no lleguen a este lugar. A cambio, tengo un único pedido. Uno solo.

Mitsuki puso las manos en los hombros del niño, que tenía el cabello cenizo en punta y los ojos rojos, su vestimenta blanca también tenía unas cuantas manchas de sangre y Enji no pudo evitar preguntarse si un niño tan joven, de la edad del menor de sus hijos, acaso había visto tal masacre frente a sus inocentes ojos.

—Quiero que cuiden y protejan a mi Katsuki.

El niño, Katsuki, no reaccionó a las palabras de su madre. Tampoco a la decisión, casi automática, del rey de tomarlo bajo su custodia. No, el pequeño niño, de ojos rojos y piel clara, se concentró en el frío de las manos de su madre, en lo que le dijo antes de ir a ese enorme lugar tan diferente a su hogar donde se sentía todo tan cálido y agradable.

Mitsuki le dijo adiós. Nunca había usado esa palabra antes, porque en sus costumbres no creían en las despedidas, si no en los futuros encuentros. En las futuras oportunidades.

Katsuki comprendió, a muy corta edad, que su madre no fue despiadada con él por gusto, si no que lo estaba preparando para algo muy duro y triste.

Que de los salvajes, él sería el último. Y tendría que vivir solo con ese peso y peligro encima.

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Un chaleco negro que no era de su talla. Una camisa con un cuello incómodo. Y un pasillo por el cuál no debía caminar.

Pasaron dos meses desde que llegó al palacio imperial de los Todoroki. Y todos actuaban muy cautelosos con él. El rey, la reina, los príncipes, los sirvientes. Estaba cansado de eso y justamente, esa mañana recordó algo que podría servirle.

Algo que sería útil, aún si era estúpido.

Tomar ropa que no era suya. Ir por dónde no debía. Ser molesto, por una vez, para que todos vieran que él estaba dispuesto a aceptar esta...nueva normalidad a la que de todos modos tendría que acostumbrarse.

Katsuki sentía que su plan saldría bien cuando llegó hasta la puerta y entro sin tocar, quedando delante de Touya Todoroki, el primer príncipe del reino y Rei Todoroki, la reina. Se suponía que él no debía ir nunca a ese despecho que quedaba por el pasillo sur —los sirvientes se lo repitieron muchas veces— dónde se reunían ellos dos para sus reuniones diplomáticas. Y no debía interrumpir y eso era lo que fue a hacer. Con la ropa de Touya puesta para ver si se enojaba o molestaba con él.

Desde el comienzo  [TodoBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora