Capítulo 59

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Eran los gritos de una mujer. Unos gritos de dolor que erizaban la piel. Unos gritos que hacían eco entre las paredes pero que venían de muy pero muy lejos.

Katsuki se sentó en la oscuridad de su habitación e Izuku en su cama hizo lo mismo, usaron magia para iluminar un poco el lugar y se miraron mutuamente. El de pecas salió de la cama primero, el cenizo fue por su espada y luego los dos abandonaron la habitación, siguiendo los gritos de la mujer.

— ¡Mí bebé, mi bebé, mi bebé!

Salieron por un pasillo. Empezaron a bajar por la escalera principal.

El de pecas podía sentir la energía del Árbol de Sangre en sintonía con la magia que se sentía en la mansión de Takaya. El de ojos rojos solo sentía una mezcla de odio y rabia en el ambiente que le hacía apretar más fuerte el mango de su espada.

— ¡¿Por qué, mi amor, por qué?! ¡Era tu hija, mí hija, nuestra hija! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

Se escucho el ruido de un trueno. Los dos llegaron hasta el patio, dónde se encontraba Takaya, estaba delante lo que parecía una mujer que flotaba en el aire, con el cabello negro en punta, usando un vestido celeste lleno de sangre y sus ojos negros brillaban momentáneamente en un tono rosado. Tenía un aura poderosa y aterradora, el tipo de aura mágica que provocó que ambos jóvenes se acercarán lentamente.

El azabache apenas volteo a verlos, estaba pálido y le salió algo de sangre por la boca.

—Midoriya-san, Bakugou-san, lamento el escándalo —se disculpo volviendo a fijar su vista en la mujer que seguía gritando y protestando —Necesitaba liberar un poco de la energía del anillo. De lo contrario, me consume la mía.

— ¿Ella es...? —preguntó el de pecas a la mitad.

—Sí, es mi madre. La Diosa Meiko Yaoyorazou —nombró el azabache —O lo que queda de ella.

— ¡No soy tu madre! ¡No lo soy! ¡Yo tuve una niña, monstruo! ¡Una niña! ¡Tú no eres mí bebé, eres solo un monstruo! ¡Un monstruo!

Katsuki vio a la Diosa Meiko, la cual parecía tener más que nada una forma espiritual que era transparente. Cuando quiso atacar a Takaya su ataque fue fácilmente contrarrestado por el contrario y, en cambio, se colocó una enorme barrera a su alrededor. Ella siguió gritando y protestando, pero Takaya logro que volviera al interior del anillo y luego les miró a ellos con algo de pena, en lo que también se limpiaba la sangre que le bajaba por el mentón.

—Nunca tuvimos una buena relación madre e hijo —dijo el azabache como si tuviera que explicarse —Ella me odia por tener...está forma. Cómo les mencioné antes, lo que mi madre intento aquí para tener un bebé dió como resultado mi existencia. No soy dios ni demonio, soy como un humano en base y con grandes poderes mágicos, aunque sin capacidad de tomar otra forma aparte de la del hombre que mi madre amo. Con mi suerte me quedan pocos años de vida.

—Takaya-san, no es necesario hablar de esto ahora —menciono el de pecas —Podemos descansar y continuar mañana.

Takaya negó con la cabeza y se sentó con fatiga en la silla de la mesa del jardín. Era una señal clara de que quería que lo acompañaran así que los dos se sentaron también. Katsuki siguió sosteniendo la espada por medidas de seguridad.

—Antes de que mi madre se encerrará en el anillo me pidió que lo siguiera pasando de generación en generación de los Yaoyorazou pero no pude hacerlo —confesó el azabache —Gracias al anillo, puedo ir al mundo humano a conocer a la prometida del Yaoyorazou de turno en casarse y cuando ví a la joven que tendría ese cruel destino por culpa de mi madre, simplemente no pude hacerlo. Le saque el anillo y le dió uno falso. Y volvió aquí a encerrarme con mi madre, aceptando toda su ira por no seguir con nuestro trato. Me lo merecía después de todo.

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