I
Estando en Nueva York uno pensaría que Central Park es la principal atracción, pero no lo era para mí. Las grandes pantallas en los edificios con el logo y los videos de las pasarelas de Zaharie lo eran. El nombre de mi empresa relucía como un rayo de luz.
Observé para abajo y desde la altura de mi oficina las personas parecían hormigas moviéndose en distintas direcciones. El ruido de los autos era imposible de escuchar y agradezco el silencio que hay, esto me permitía pensar con claridad.
Me alejé del ventanal y volví a mi escritorio, aún tenía muchas cosas que hacer y mirando la ciudad no lograría nada. Pensé en lo rápido que cambió mi vida y me alegré por aceptar la oportunidad de hacer una pasantía, cada lágrima de estrés que derrame valio completamente la pena. Ahora jamás debería doblegar mi dignidad y mi orgullo ante nadie.
Llamé a mi asistente por el intercomunicador, aún tenía algunas cosas que resolver antes de viajar mañana y no podía dejarle mis tareas a nadie, no sabrían hacerlo como yo quiero. Los pasos de Camille se escuchaban a un paso apresurado, el ruido del tacón contra el mármol del piso era extrañamente relajante.
Unos golpes en la puerta me avisaron de su llegada, no hacia falta levantar la vista para saber que se trataron de ella.
-Adelante -indique-.
-Sí dígame señorita Eida, ¿En qué puedo servirle? -la voz débil de la muchacha me alteraba, pero no había nada que yo pudiese hacer, ya lo había intentado todo, ese era su timbre de voz y no había forma de elevarlo-.
-Ya te he dicho que no uses la palabra servir conmigo, no eres mi sirvienta Camille y la de nadie. Segundo, quiero que le digas a Teodoro que si no me trae las propuestas de publicidad para medio día, que no se moleste en venir mañana. Y tercero, dile al chofer que prepare el auto -miré mi reloj para saber con exactitud qué hora era antes de proseguir-. En siete minutos estaré abajo.
-Entendido ¿necesitas algo más?
-No. Ya puedes irte.
Revisé una última vez los papeles que debía de llevar, tomé mi bolso y salí a paso firme de la oficina. Cuatro minutos después estaba en la recepción, el portero abrió la puerta para mi y salí directo al auto, Don James estaba parado al lado de la puerta listo para abrirla.
Una vez en el auto, fuimos a la boutique principal, era un viaje de unos quince minutos, estábamos en hora pico y las calles estaban atestadas de autos. Miré a Don James y noté como su cabello se puso totalmente blanco por los años, tenía sus manos con arrugas y manchas en la piel.
Llevaba trabajando para mí dos años, pero lo conocía desde que trabajaba en aquella empresa mediocre de revistas, era un señor muy agradable y cariñoso. Le tenia aprecio. Además, era el padre de Camille.
-¿Cómo le fue en la reunión de está mañana, señorita Eida? -era alguien muy curioso, pero de él no me importaba que preguntarse.
-Un desastre, son demasiados incompetentes. No saben elegir ni una tipografía de calidad -la risa de James era bajita, pero no inaudible.
-¿No será que usted es muy perfeccionista? -sonreí sabiendo que tenía razón.
-Puede ser. Pero tu sabes que tengo algo de razón, no llegué a donde estoy sin ser perfeccionista.
-Es cierto, pero si quiere que sean los mejores tal vez deba entrenarlos usted ¿no ha pensado en buscar un aprendiz?
-No tengo tiempo para eso, lo sabes.
-Perder.
El resto del viaje transcurrió en silencio. Al llegar a la boutique James se apresuró en bajar y abrir mi puerta, habíamos hablado de ese gesto ciento de veces, no era necesario que él lo hiciese; pero es todo un caballero y lo haría sin importar cuantas veces se lo diga.
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Un boleto a París
RomanceLuego de su gran éxito en New York, Eida Tallaferro decide tomar vuelo rumbo a París para inaugurar su nueva boutique. Su vida, perfectamente organizada y meticulosamente calculada, se va por la borda cuando la aerolínea pierde su equipaje. Vuelos r...