Capítulo III

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Gritos era lo único que mis oídos escuchaban, ¿cómo era posible tanto ruido a estas horas de la madrugada? Miré el reloj al lado de mi cama y maldecí por lo bajo al ver que eran las seis a.m.

Mataría al desgraciado que quitaba mi sueño.

Me puse mi bata y salí a las puertas del balcón para ver de donde provenía el ruido. Las calles estaban desoladas, el sol no asomaba ni un mísero rayo. Tal como pensé los ruidos vendrían del piso de abajo.

No haría un escándalo a los vecinos, si alguien me reconocía quedaría como una completa desquiciada yendo a gritarles en su cara que bajen el volumen de su voz o que griten en otra parte.

Dispuesta a volverme a dormir, regrese a paso apresurado a mi habitación. Estaba a punto de acostarme y otra vez los gritos. Me lleva la pitufichingada. Con el diablo en la garganta me encamine a la puerta y baje hasta el piso de abajo.

A medida que m e acercaba a la puerta, los gritos parecían ir peor. No se si los vecinos del al lado estaban acostumbrados a esto, pero yo debía de levantarme temprano a trabajar y no estaba dispuesta a soportarlo.

Toqué con fuerza la puerta, toda una dama por suerte, los gritos pararon de golpe y pude oír los pasos de alguien acercándose a la puerta.

Me esperaba de todo menos lo que mis ojos estaban viendo.

Giacomelli estaba solo con unos pantalones, no pude evitar repasar su cuerpo con la mirada; el gimnasio sin dudas era su mejor aliado. Rápidamente aparté la mirada de tu torso y al ver su cara de confusión se notaba que no me esperaba ahí.

-¿Pueden bajar el tono de voz? Algunas personas tenemos que trabajar por la mañana.

-¿De qué hablas? Es domingo.

-¡Amor ven aquí, no hemos terminado de hablar! -una voz al fondo se llevó toda mi atención, una mujer en muy pocas prendas salió enfadada de la cocina-.

¿Le acababa de decir amor? Entonces sí tenían pareja. La mujer se acercó hasta la puerta, tenía un aspecto caribeño,. era muy hermosa. Sería perfecta para modelar uno de mis vestidos; si no fuera porque me estaba intentando intimidar con la mirada.

Un patético intento a decir verdad, soy de la ciudad y soy una empresaria. Su mirada es como la de un cachorrito mojado al lado de las que recibo a diario. Problemas de ser exitosa.

-¿Quién eres? -gritoneo la chica a su lado.

-No te interesa. Solo vine a decirles que bajen el tono de voz, sus chiquillos no me dejan dormir.

-Oh lo siento, ¿la princesa tiene miedo a que le salgan ojeras ?.

¿Estaba intentando provocarme? No pude evitar reírme en su cara. admito que vine con la peor actitud a pedir que bajen el tono de voz. Pero ella me estaba atacando sin conocerme y claramente el problema era con el semidesnudo de su lado.

-Lenna, dejala. Tiene razón, es muy temprano estamos despertando a todos los vecinos -respondió el italiano.

-¿De dónde la conoces o cómo por qué la defiendes a ella? Lo ves! Siempre buscas hacerme quedar como la mala. Siempre es lo mismo contigo -diablos, eso no me lo esperaba para nada. Vaya momento incómodo.

-Como sea, les pido que bajen la voz, de otro modo tendré que llamar a Brend y no quisiera interrumpir su sueño. Buenas noches.

No espere a que ninguno conteste y me marché, mientras subía las escaleras podía escuchar como seguían discutiendo en un tono más bajo.

Debo de admitir que no me esperaba para nada que Giacomelli estuviese en pareja, no parecía el tipo de hombre que le iba al compromiso. Un sabor amargo quedó en mi garganta cuando regrese a mi piso; debe de ser la acidez.

Un boleto a ParísWhere stories live. Discover now