CAPITULO 38

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Federico

Elena ha estado callada la mayor parte del día, no escuche muy bien la conversación que mantuvo con el líder griego, pero cuando se alejó para mostrarnos la habitación, su piel se puso más blanca de lo que ya es.

Cuando llegamos se fue directamente hacia el balcón —mantente alerta —me advierte el líder griego —que los peores golpes son los mentales —con eso dicho se retira y no pierdo el tiempo y la sigo, noto como sus manos están agarrando fuertemente la barandilla, tomo su barbilla haciendo que me mire.

—¿Qué sucede cara? —ella traga cuando saca el teléfono y marca un número, lo coloca el altavoz y al tercer timbre contestan.

—No espere tu llamada —"esa voz..."

—¿Qué otras cosas sabes de mi hermano que no me dijiste ese día? —Elena no deja de mirarme mientras habla con quien supongo es Omer Baruk. Este suelta un suspiro y sé que no es nada bueno.

—Aparte de planificar todo para la trata, en los clubes pedía mujeres con ciertas características.

—¿Qué características? —pregunto yo sin importarme si le parece bien que me meta o no.

—Cabello negro largo, curvilínea y de piel blanca —su descripción me tensa el cuerpo —debían llevar los ojos vendados y no hablar —Elena cierra los ojos antes de entregarme el teléfono y se aleja dándome la espalda —supongo que con quien hablo ahora es Federico Ciprianno.

—¿Hay algo más? —pregunto intentando mantener la calma.

—Aparte de eso, no.

—Bien, gracias por la información —cuelgo y me acerco a Elena, por más que quiera abrazarla sé que no necesita eso en estos momentos.

—Recuerdo que muchas veces mi cuerpo se tensaba por la forma en que me miraba Danilo —cuenta —no le di importancia y lo dejé pasar —hace una pausa —cuando reaccionó de pésima forma contigo, lo atribuí a los típicos celos que puede llegar a tener un hermano hacia su hermana —coloco mis manos en sus hombros —nunca di pie a que esto...

—Hay cosas que pasan sin que uno intervenga, Elena —le doy la vuelta —que Danilo tenga una fijación no sana contigo, es una de ellas.

—Llevamos la misma sangre Federico, ¿Cómo...? —apoya la frente en mi pecho respirando hondo.

—Ahora más que nunca hay que detenerlo —ella me mira —no sabemos el alcance que puede tener contigo y más si sabe que estas embarazada —los ojos de Elena se endurecen.

—Ni él ni nadie va a hacerle daño —sonrío viendo como saca sus garras por nuestro bebé.

—Eso no lo dudes, cara mia —le aseguro dejando un corto beso en sus labios.

A modo de que Elena se relaje, le ordene que se diera un baño así descansaba mejor. Cuando escucho la ducha correr saco mi teléfono y marco el número del mayor imbécil con quien comparto sangre.

—¿Por qué no me sorprende que me llames? —responde Marianno con burla.

—Sera mejor que vayas desapareciendo, porque si te encuentro te destrozaré —este se suelta a reír.

—No estás en condiciones para amenazarme, ahora al igual que tú, tengo poder.

—No eres más que un simple juguete para esos dos —escupo —cuando ya dejes de serle útil te meterán una bala.

—Pues mejor me aseguro de seguir siéndole útil —mi teléfono vibra —una prueba de mis habilidades —al ver el mensaje veo a mis padres en un restaurante.

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