Ella estaba allí, temblando cómo un cordero ante el matadero. Y para Sareth, nunca se había visto tan hermosa: Llena de sangre, con los ojos empapados de terror, con sus brazos alrededor de él.

—¿No es hermoso?—preguntó, pasando sus dedos por su cuello, dejando un rastro de sangre sobre éste.

—No...—respondió con voz quebrada—. Mira lo qué has hecho... Eres un monstruo.

Sareth sintió una ligera molestia ante las palabras de su amada, pero había una emoción mucho más fuerte bajo ésta, y era la burla; ¿Cómo ella hablaba de culpabilidad, cuando era la causante?

—¿Yo, un monstruo?—chasqueó la lengua y negó con la cabeza—, pero sí tú eres la culpable. Ésto es tu obra.

Horrorizada por sus palabras, se apartó de él con brusquedad, confundiendo a Sareth. No entendía el porqué de su reacción, solo había dicho las cosas tal y cómo eran.

—¡Eres un maldito!—gritó con fuerza su amada—, ¡Tú hiciste esto, tú eres el único culpable! ¡¿Por qué siempre dices que soy yo, cuando eres tú el que despelleja esos cuerpos?!

Sareth nunca fue una persona paciente o... Empático, ni siquiera con su amada, por lo cual, se  dejó llevar por sus emociones.

Tomó la mandíbula de la chica con dureza, causando que ella diese un grito ahogado. Acercándose sin soltar la mandíbula de ésta, tomó un cuchillo, con el cual empezó a dibujar en la piel de ella. Sus lindos brazos estarían llenos de sangre, llenos de él.

Pudo sentir su terror, su miedo y los chillidos que amenazaban con salir de sus labios cuando la sangre surgió. Y al mismo tiempo, Sareth sentía cómo su pene iba poniéndose cada vez más duro. Más deseoso de ella.

—Oh, querida...

Querida, no corrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora