III

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Ella devoraba la comida cómo si no hubiese un mañana, divirtiendo a Sareth.

-Dios, cálmate, querida-murmuró con dulzura-, la comida no se irá a ningún lado-observó con devoción como el rostro de su amada se sonrojaba.

-Lo sé, Sareth... Pero, nunca sabremos cuando la policía volverá a darnos un descanso y podamos comer con tranquilidad.

Sareth franció el ceño con el desagrado marcandose en sus facciones. No entendía porqué su amada tenía que insistir tanto con el tema. Ella era la culpable de que los persiguieran y él no le reprochaba nada.

-¿Por qué tenías que abrir tu boca?-le dijo, con una sonrisa que aparentaba sencillez y cariño. Pero ella sabía que no era así, nunca era así-. Estaba felíz, querida, pero ya no lo estoy. Por ti, todo es por tí.

Y era por eso que la tomó a la fuerza esa noche, no importaba cuánto gritara, él sabía que en el fondo ella quería. Sí, ella quería.
Y en aquel motel de mala muerte, Sareth fue felíz. Fue felíz con ella suplicando debajo de él.

Querida, no corrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora