Parte 3

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Somos humanos y nos equivocamos. Quizás yo me equivoqué también.

Hoy, 27 de julio, te has marchado para quizás ya no volver. No puedo dormir en las noches, y en las madrugadas no hago sino recordarte. Nunca te habría dado el lujo de verme así, pues ver con tus ojos lo que tu alma siente en otra persona es algo de lo que no cualquiera se podría recuperar.

Por el otro lado -viendo el lado menos oscuro de la moneda-, puedes compartir todo lo hecho en tierra con dos amantes de hace milenios, como bien escribí hace un tiempo. Les podrías contar sobre la manera en la que te miraba, sobre las letras de las canciones que te solía cantar, o al menos intentaba. Te escribí cartas, pero éstas nunca llegaron a tus manos. Ahora no sé que hacer con tantos papeles llenos de tinta y grafito, sangre y lágrimas, sudor y rencor.

Tengo, para bien o para mal, la obligación de escribir sobre mi tristeza ahora que te has ido. Escribí hace un tiempo sobre un edificio del cual podrías caer, pero tarde me di cuenta de que era imposible. Antes de eso, alegaba que eras un ángel. Uniendo unos cuantos cabos sueltos me di cuenta que los ángeles no pueden caer dos veces, y de hacerlo, una vez caídos, empiezan a volar.

"Tristeza" lo llaman unos, "vacío", otros. Yo lo único que puedo hacer es recordar que alguna vez tú estuviste a mi lado. Con cada eclipse que veo, voy a la tumba en la que nuestros recuerdos descansan. Ya no viajo como antes; Londres no deja de recordarme tus ojos, y la radio tus canciones. Sería más fácil ir contigo y así poder reunirnos los cuatro de nuevo. Como en los viejos tiempos; como en los buenos tiempos.

Podría eclipsar tu ausencia con las cosas simples de la vida, pero la luna no se quedaría en ese mismo sitio hasta que sea yo quien muera. De la misma manera, opacar tu ausencia con la presencia de otras sería como ocultar un arma entre un campo de flores; la belleza de la vida puede ocultar a la muerte por un tiempo, pero nunca eliminarla.

La vida es muy frágil, eso me lo has demostrado con tu partida, con el fin de tu estadía; ya que con ella te llevaste mi vida sin pedir permiso. No me quejo, por extraño que eso suene. Antes de conocerte, no sé como vivía. Los días pasaban y la ignorancia de las cosas fascinantes a mi alrededor me inundaba. Sonreía y era feliz, eso no lo puedo negar. Sin embargo, tras conocerte, hubo un cambio en lo que me rodeaba. No fue de inmediato; recuerdo que pasamos unos años sin siquiera hablarnos, aunque también recuerdo que cuando llegaste, conectamos mejor de lo que cualquiera hubiese esperado.

Entre muchas cosas, esto es lo que escribo mientras me siento sobre dicha tumba, pensando que es tu regazo; veo un eclipse recordando lo que solíamos ser, escucho las canciones que tanto amaste y derramo las mismas lágrimas que tú alguna vez guardaste, pues creo que lo único que te faltó mientras hablamos por las noches sobre cada pequeño detalle fue haberte descargado físicamente para hallar un poco de paz en tu interior. Al irte, dejaste un rastro de revoluciones y guerras interiores, las mismas que tú nunca supiste resolver. Ahora cargo yo con ellas. Y viviré para contarlas.

Hasta que el cuerpo aguante.

Hasta que deje de recordarte.

El Eclipse de tu AusenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora