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LA PUBLICISTA

Marinette

A la mañana siguiente.

Me di la vuelta en la cama, gimiendo al notar que cada músculo de mi cuerpo me dolía de una forma placentera.

Tenía las piernas demasiado débiles para ponerme de pie, como si aún no se hubieran
recuperado de la forma en la que Adrien me había follado contra la cómoda, contra la pared y contra el borde del colchón.

Notaba los labios muy sensibles y doloridos por la forma en que me los había mordido cuando me obligó a rogarle que me follara con más fuerza. Y mis pezones estaban entumecidos por la forma en que me los había chupado mientras yo montaba su polla durante el polvo final.

No estaba segura de cuándo se había ido o cuándo me había vestido con una camiseta y me había metido en la cama, pero una parte de mí deseaba haber roto mi segunda regla y haberle dado mi número de teléfono; así podríamos hacerlo de nuevo.

Incapaz de sentarme, me quedé dormida al recordar que me había follado, sonriendo cada vez que enterraba la cabeza entre mis piernas y me provocaba con la boca.

Después de revivir el polvo contra la pared por quinta vez, me di la vuelta al otro lado de mi cama y cogí el teléfono de la mesita de noche.

Todavía me sentía confusa sobre el cliente que venía a las cuatro, y esperaba que alguien del equipo tuviera algunas respuestas para que pudiéramos estar medio preparados cuando entrara.

«Debería tomar un buen desayuno antes de ir hoy al trabajo…».

Desbloqueé la pantalla de mi móvil y vi que tenía millones de notificaciones con frases tipo:

«¿Dónde estás?», «¿Estás bien?», «¿Qué está pasando?», «El conserje llamará a la policía si no nos dices dónde estás…».

Sorprendida, abrí el primer mensaje y me puse a responder… Entonces me di cuenta de la hora.

«¿Es la una?».

—¡Joder! —Salí tambaleándome de la cama y casi me caí al suelo.

No era posible que fuera la una de la tarde. El cielo al otro lado de la ventana todavía estaba oscuro, el tono habitual cuando eran las cinco y estaba madrugando para ir a trabajar.

Descorrí las cortinas y percibí las ominosas nubes en el cielo. El tráfico mostraba el habitual atasco de mediodía y la lluvia caía sobre la ciudad como si no hubiera un mañana.

«Mierda. Mierda. Mierda…».

Le envié a Tania un rápido mensaje.

«Estoy de camino. He tenido mala mañana. Lo siento».

Luego llamé a nuestro conductor de empresa y le dije que necesitaba que me recogiera para ir a trabajar en treinta minutos. Quitándome la camiseta, me envolví en una toalla y fui al baño. Traté de abrir la puerta, pero no se movió.

—¿Chloe? —Llamé—. Chloe, ¿estás ahí dentro?

—En realidad estoy aquí. —Se detuvo delante de la puerta, y giró la llave.

UN CLIENTE DESCARADO (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora