Capítulo 2: Misión de alto riesgo.

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Media hora más tarde el taxi estacionó en la puerta trasera del hotel y Megumi tomó aire. Lo estaba esperando un ayudante de cocina que fue muy explícito en todas sus indicaciones mientras lo conducía a toda prisa por los lujosos corredores. No debía abrir el pico en ningún momento, se ocultaría, trataría de ser invisible y, sobre todo, si lo pillaban, debía decir que no sabía quién lo había llevado hasta allí. Él nunca lo había visto.

Megumi quedó impresionado al ver el interior de la enorme suite. El color granate dominaba en las paredes y un gran cabezal tallado dejaba a sus pies una cama con capacidad para más de cuatro personas. El cocinero le indicó que entrara en un armario casi tan grande como su apartamento, repleto de numerosos trajes, zapatos negros y más de veinte camisas.

—Esta chaqueta vale más que todo el mobiliario de mi casa —dijo, mirando la marca de una americana de color azul marino.

El cocinero le quitó la prenda de las manos y la regresó a su lugar.

—No toques nada. No digas nada. No hagas nada.

—Sí, ya lo sé. Soy invisible. —Comenzó a sacar su material de la mochila.

—Dentro de una hora volveré a por ti.

—¿Tengo que estar encerrado? Así no obtendré nada útil para mi reportaje. Necesito espacio, movilidad. No pienso conformarme con un par de fotos de él entrando a buscar algo y saliendo de la habitación.

—He escuchado que habrá una reunión en el salón principal de la suite. Lo que hagas para llegar hasta allí y no ser sorprendido es cosa tuya. —Le indicó una puerta lacada en blanco—. Y recuerda, si te pillan, yo no te he visto.

—De acuerdo.

Cuando se quedó a solas en el interior del vestidor, trató de pensar cómo haría para llegar al salón de la suite sin ser descubierto. Pero solo llegó a la conclusión de que aquel «topo» que Gakuganji le había buscado no debía tener muchas misiones secretas e importantes en su currículum, porque esconderlo en un armario no tenía nada de arriesgado. De haber tenido vía libre, habría buscado otro lugar para sorprender a su hombre.

El chasquido de la puerta al cerrarse lo puso en alerta. Megumi preparó su grabadora, sacó del bolsillo superior de su chaleco la cámara digital y con manos temblorosas se acercó al enrejado del vestidor.

«Ahí está mi hombre», se dijo, nervioso como un becario, al ver una silueta que se paraba en el centro de la habitación. Supo que era él nada más ver su pelo rojizo y su adusto perfil. Observó con el corazón en un puño que otra persona más entraba en la habitación y dejaba sobre la cama un maletín de cuero marrón, mientras él se frotaba la nuca con una mano. Iniciaron una rápida conversación en su idioma, un italiano fluido e incomprensible. El diálogo duró poco y el otro hombre, que hablaba de espaldas a Megumu ocupando toda su visibilidad, se marchó enseguida. La luz se filtró de nuevo por la rejilla del armario y Ryomen Sukuna fue suyo de nuevo.

Sí, era él. La misma figura corpulenta y atlética de la fotografía, aunque parecía que tuviera algunos años más que entonces. Debía medir cerca de un metro noventa. Se fijó en la elegancia de sus movimientos al quitarse la americana. La camisa negra hacía resaltar el bronceado natural de su piel y Megumi tuvo que reconocer que estaba disfrutando ante el striptease del mafioso. Sobre todo, cuando comenzó a desabrocharse los botones y descubrió un musculoso y bronceado hombro… y después el otro. Aguantó la respiración cuando Sukuna inició el suave tarareo de un aria en italiano, lo vio descorrer la hebilla del cinturón y, lentamente, bajar la cremallera sobre la protuberante curva de la bragueta de los vaqueros.

—La donna è móbile… —se deshizo de los pantalones, colocándolos perfectamente doblados sobre la colcha—, qual piuma al vento…

¡Oh, sí! Su bronceado era natural. Los músculos de sus piernas eran firmes, sus caderas estrechas, bien formadas. Su pecho ancho, fuerte, su vientre plano… ¡Virgen Santa!, aquello no podía estar pasándole de verdad. Parecía que él estuviera mirándolo, como si adivinara su presencia y se desnudara de una manera espectacular solo para que Megumi se deleitara.

Vehemence ♡ SukufushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora