Megumi sintió en la espalda los mismos ojos que lo habían perseguido en sus sueños durante toda la noche.
—¿Es usted el culpable de esta afrenta? —Sukuna lanzó una revista sobre la mesa.
Se había parado a su lado, pero miraba a su jefe sin reparar en que estaba acompañado, afortunadamente. Se alegró de que le pidiera explicaciones a él, ya que como acababa de decir, era la agencia la que tendría el reconocimiento de la exclusiva.
Su valioso abrigo oscuro le rozaba las piernas al moverse y también uno de sus brazos al hablar. La fuerza de su rabia contenida llenaba el pequeño despacho y Megumi se había quedado petrificado.
—Señor Ryomen, tranquilícese…
—Exijo una explicación. Se lo voy a repetir, editor de pacotilla: ¿quién es el responsable de esto? Al parecer tengo una pareja y no me he enterado. —Increpó con voz dura y en un perfecto japonés en el que apenas era perceptible su acento italiano.
Su respiración estaba tan agitada que parecía un sabueso furioso.
Nobara, que no se había movido de su sitio, tocó a su amigo en el hombro y le sugirió en un susurro que se marcharan.
—Sí, será mejor que le dejemos a solas, señor Gakuganji. —Megumi puso una de sus caras más inocentes e hizo amago de levantarse de su silla, pero él se lo impidió sujetándolo por el brazo.
—No es necesario que se marchen, este asunto solo me llevará un segundo.
A Megumi no se le ocurrió moverse, sobre todo porque los dedos que lo sujetaban lo soldaban a la silla.
—Tranquilícese, señor Ryomen. —Sukuna extrajo del bolsillo una tarjeta y, seguramente, sin darse cuenta, comenzó a hablar en un italiano incompresible. Megumi se fijó en lo tentadora que seguía pareciéndole aquella boca que el día anterior había entonado con voz sexy la famosa ópera de Verdi. Cuando su amiga volvió a tocarlo en el hombro, ambos musitaron una disculpa y escaparon del despacho a toda prisa mientras su jefe comenzaba a justificarse.
—Por una vez me alegro de no ser más que un simple periodista de segunda —dijo Megumi una vez que entraron el ascensor.
—Estoy nerviosa, ¿lo puedes creer? —dijo Nobara, extrañada, mientras se apoyaba en la pared metálica—. Reconócelo, el padrino de las películas a su lado parece un querubín.
—Te aseguro que he sentido el frescor del cemento en mis pies cuando aprisionó mi hombro. —Megumi se estremeció con un escalofrío—. ¿Te fijaste en su forma de abalanzarse hacia adelante? Parecía dispuesto a atacar a alguien, mejor dicho, a Gakuganji.
Salieron del ascensor.
—Necesito beber algo fuerte.
—Sí, yo también —reconoció colgándose del brazo de su amigo y saliendo al exterior.
Media hora después, y tras dos cafés bien cargados en el bar de la esquina, donde solían almorzar, recordaban el incidente como una anécdota.
—A estas horas, Al Pacino ya habrá asesinado a Gakuganji y se habrá marchado con su armamento a Sicilia —dijo Megumi, sacando unas monedas del bolso.
Sabía que solo trataba de quitarle hierro a la situación, pero la imagen amenazante del mafioso no lo abandonaba. Continuaron frivolizando, deseosas de poder olvidarse de lo ocurrido, hasta que miró el reloj y se puso en pie.
—Tengo que regresar a la oficina para recoger mis bártulos. ¡Uf!, mañana salgo de viaje en una nueva misión, porque Gakuganji está loco si piensa que voy a tomarme unas vacaciones sin saber qué ocurrirá con el tema de las portadas.
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Vehemence ♡ Sukufushi
FanfictionFushiguro Megumi, joven periodista de belleza poco convencional, tiene la oportunidad de su vida: un reportaje para atrapar con las manos en la masa a un capo de la mafia siciliana. Megumi piensa en el espaldarazo que significará para su carrera mie...