La princesa fugitiva

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Lila miró por la ventana de su habitación y suspiró. La luna estaba casi llena, iluminando el cielo nocturno con su luz plateada. Era una noche hermosa, pero también triste. Mañana sería el día de su boda, el día en que perdería su libertad y su felicidad.

No quería casarse con el príncipe Dorian, el hijo del rey de Zalir, un reino vecino al suyo. No lo conocía, no lo amaba y no confiaba en él. Había oído rumores de que era cruel, ambicioso y despiadado. Su padre, el rey de Liria, había acordado el matrimonio por razones políticas, para sellar una alianza contra el reino de Nari, su enemigo común.

Lila sabía que su deber era obedecer a su padre y cumplir con su destino, pero no podía aceptarlo. Ella soñaba con otra vida, una vida llena de aventuras, de magia, de amor. Una vida que no podía tener si se convertía en la esposa de Dorian.

Por eso había tomado una decisión. Esa noche escaparía del castillo, huiría del reino y buscaría su propia felicidad. Sabía que era arriesgado, que podría ser capturada o asesinada, pero prefería morir que vivir encadenada.

Se levantó de la cama y se vistió con ropa sencilla y oscura. Se puso una capa con capucha para ocultar su rostro y su cabello rubio. Tomó una pequeña bolsa con algunas monedas, una daga y un frasco con un polvo somnífero que había conseguido de una sirvienta. Luego se dirigió a la puerta y la abrió con cuidado.

El pasillo estaba vacío y silencioso. Lila sabía que los guardias estaban apostados en las entradas y salidas del castillo, pero también sabía que había un pasadizo secreto que conducía a los establos. Su madre se lo había mostrado cuando era niña, antes de morir por una enfermedad.

Lila caminó sigilosamente por el pasillo, evitando las antorchas y las armaduras que adornaban las paredes. Llegó a la biblioteca y entró. Buscó entre los libros hasta encontrar uno que tenía el lomo rojo con letras doradas. Lo sacó del estante y lo abrió. Dentro había un mecanismo que activaba una puerta oculta detrás de la pared.

Lila empujó el mecanismo y escuchó un clic. La pared se deslizó hacia un lado, revelando una escalera de piedra que bajaba hacia la oscuridad. Lila entró en el pasadizo y cerró la puerta tras ella.

Bajó por la escalera con cuidado, guiándose por el tacto. El pasadizo era estrecho y húmedo, lleno de telarañas y polvo. Lila sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no se detuvo. Siguió bajando hasta llegar al final del pasadizo, donde había otra puerta.

Lila abrió la puerta con cautela y miró al otro lado. Estaba en los establos, donde los caballos dormían plácidamente. No había nadie a la vista, excepto un guardia que vigilaba la entrada principal.

Lila esperó a que el guardia se distrajera y salió del pasadizo. Se acercó a uno de los caballos, uno negro con una mancha blanca en la frente. Era el caballo de su padre, el más rápido y fuerte del castillo.

Lila le acarició el hocico y le susurró unas palabras cariñosas. El caballo relinchó suavemente y le lamió la mano. Lila le puso una brida y una silla de montar y lo sacó del establo.

El guardia seguía sin darse cuenta de su presencia. Lila aprovechó para lanzarle el frasco con el polvo somnífero, que se rompió al caer al suelo. El guardia inhaló el polvo y cayó al instante, roncando.

Lila montó en el caballo y lo espoleó. El caballo salió al galope, atravesando la entrada y saliendo del castillo. Lila se aferró a su cuello y miró hacia atrás. Vio las torres y las murallas del castillo recortarse contra la luna. Sintió un nudo en la garganta, pero también una sensación de alivio y de esperanza.

Lo había logrado. Había escapado. Ahora solo tenía que alejarse lo más posible y empezar una nueva vida.

Pero lo que Lila no sabía era que no estaba sola. Que alguien la había visto salir del castillo. Que alguien la seguía a distancia.

Alguien que cambiaría su vida para siempre.

El secreto de la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora