Lila llegó al centro del bosque, donde había un claro con un lago. Decidió detenerse allí para descansar y dar de beber a su caballo. Se bajó del animal y lo llevó hasta el borde del agua. El caballo bebió con avidez y luego se sacudió el sudor.
Lila se quitó la capa y la extendió sobre el césped. Se sentó sobre ella y sacó de su bolsa un trozo de pan y un trozo de queso. Comió con apetito y luego bebió un poco de agua del lago.
Se recostó sobre la capa y miró el cielo. El sol estaba alto y brillante, pero no hacía demasiado calor. El aire era fresco y puro, lleno de aromas y sonidos. Lila se sintió relajada y tranquila, como si nada malo pudiera pasarle.
Pero se equivocaba. Algo malo estaba a punto de pasarle.
Leo llegó al claro poco después que Lila. Se quedó detrás de unos árboles y la observó con atención. La vio bajarse del caballo, quitarse la capa, comer, beber y recostarse. La vio sonreír y cerrar los ojos.
Leo sintió una punzada en el pecho. La princesa Lila era hermosa, dulce e inocente. No merecía el destino que le esperaba si la encontraban los soldados del rey o los cazadores del bosque. No merecía sufrir ni llorar.
Leo sintió el impulso de salir de su escondite y acercarse a ella. De hablarle y presentarse. De ofrecerle su ayuda y su protección. De abrazarla y besarla.
Pero se contuvo. Sabía que no podía hacerlo. Que ella no lo aceptaría ni lo entendería. Que él no podía revelarle su secreto ni su identidad.
Así que se quedó quieto y callado, esperando a que ella se levantara y continuara su camino.
Pero no fue así. Algo inesperado ocurrió.
Unos ruidos extraños rompieron el silencio del claro. Eran unos gruñidos guturales y unos pasos pesados. Lila abrió los ojos y se incorporó, alarmada. Vio a tres hombres salir de entre los árboles, armados con arcos y flechas.
Eran cazadores, pero no cazadores comunes. Eran cazadores de criaturas mágicas, de las que habitaban en el bosque encantado. Eran hombres crueles y codiciosos, que mataban por placer y por dinero.
Lila reconoció sus rostros, pues los había visto antes en el castillo. Eran los hombres del príncipe Dorian, los que habían venido con él para la boda. Los que le habían mirado con desprecio y burla.
Lila sintió un escalofrío de miedo y repulsión. ¿Qué hacían allí? ¿Qué querían?
- ¡Mira lo que tenemos aquí! -exclamó uno de ellos, el más alto y fornido-. Una princesita perdida en el bosque.
- ¿Será la princesa Lila? -preguntó otro, el más flaco y feo-. La que debía casarse con nuestro príncipe.
Sí, es ella -afirmó el tercero, el más joven y rubio-. La reconocí por su cabello dorado.
- ¿Y qué hace aquí? -volvió a preguntar el primero-. ¿Acaso ha huido del castillo?
- Parece que sí -respondió el segundo-. Parece que no quiere casarse con nuestro príncipe.
- Pues qué tonta -dijo el tercero-. Nuestro príncipe es el mejor partido del reino.
- Sí, pero también es el más cruel -añadió el primero-. No le gusta que le desobedezcan ni que le rechacen.
- - No, no le gusta -repitió el segundo-. Y menos una mujer.
- Menos una mujer -ecoó el tercero-. Por eso nos ha mandado a buscarla.
- ¿A buscarla? -preguntó Lila, temblando-. ¿Para qué?
- Para llevártela de vuelta al castillo -respondió el primero, sonriendo maliciosamente-. Para que te cases con él.
- O para que te castigue por tu traición -añadió el segundo, riendo siniestramente-. Para que te haga sufrir y te humille.
- - O para que te mate -terminó el tercero, apuntándole con su arco-. Para que no vuelvas a escapar.
Lila se quedó paralizada de terror. No sabía qué hacer ni qué decir. Solo sabía que estaba en peligro, que esos hombres no la dejarían ir, que la harían daño.
Miró a su caballo, buscando una salida. Pero el caballo estaba asustado y nervioso, y no se dejaba montar. Miró a su alrededor, buscando una ayuda. Pero no había nadie más en el claro, solo ella y los cazadores.
O eso creía ella. Pero se equivocaba. Había alguien más en el claro. Alguien que la estaba viendo y oyendo. Alguien que estaba dispuesto a intervenir.
Leo vio cómo los cazadores rodeaban a Lila y la amenazaban con sus armas. Reconoció a los hombres como los del príncipe Dorian, los que habían venido al castillo para la boda. Los que le habían mirado con desconfianza y odio.
Leo sintió una oleada de ira y de indignación. Los cazadores eran sus enemigos, los enemigos de su raza. Eran los que mataban a sus hermanos y hermanas, los que profanaban su bosque y su magia.
Leo sintió el impulso de salir de su escondite y atacarlos. De defender a Lila y salvarla. De luchar contra ellos y vencerlos.
Y esta vez no se contuvo. Esta vez actuó.
Salió de entre los árboles y se lanzó sobre los cazadores. Les arrebató sus armas y les golpeó con fuerza. Les hizo caer al suelo y les pisoteó el pecho.
Los cazadores no se lo esperaban. No sabían quién era ni qué quería. Solo sabían que era un hombre joven y fuerte, vestido con el uniforme de un guardia del rey.
- ¿Quién eres? -preguntó el primero, jadeando.
- ¿Qué haces? -preguntó el segundo, sangrando.
- ¿Qué quieres? -preguntó el tercero, llorando.
Leo no les respondió. Solo les miró con desprecio y furia. Luego se volvió hacia Lila y le tendió la mano.
- Vamos -le dijo-. Te sacaré de aquí.
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El secreto de la luna
WerewolfLa princesa Lila decide escapar la noche antes de su boda arreglada con el principe de un reino vecino