Capítulo XVI

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Capítulo XVI

Lucy

Era como si pudiera sentir todas sus miradas sobre cada parte de mi.

Se supone que solo aquellas personas que te quieren, conocen todo sobre ti. Pero, ¿qué sucede con la gente que te quiere hacer daño? Era como si fueran conscientes hasta de lo que tu no conoces sobre ti mismo. Cada aspecto con qué causarte dolor, dónde presionar, cuándo hacerlo, cómo actuar, qué decir, y sobre todo, cómo manipular.

Te lastimaban, pero luego lo recompensaban, porque no era su intención,

¿verdad?

Cherry Wine de Hozier se reproducía en mis audífonos, antes de que se cayeran contra la tierra entre los árboles del bosque, al momento en que mi cabello recogido en una caleta fué abruptamente sujetado con fuerza, en lo que estrellaron mi cabeza contra un tronco grande y viejo, cuando escuché asomarse el ligero pitillo en mis oídos, cuyo sonido comenzaba a hacerse familiar en mí.

Mi respiración era irregular. Creando una sequedad en mi boca, inmovilizandome sin siquiera poder humedecerla.

― Tranquila, Lucy... ― susurró contra mi oído. ― Sólo estamos jugando.

Su aliento al chocar contra mi piel, mandaba escalofríos por mi columna. Sutilmente arrastraba las palabras entre sus labios, haciendo notar oraciones con tanto trasfondo, como si fueran consuelos.

Al girar el cuello en intención de verla, tapó mi vista nublada entre el aturdimiento y las lágrimas, con una tela negra. Instintivamente mis sentidos se pusieron en alerta, aún entre un poco de la inconsciencia por el impacto previo.

No obstante, eran minutos que se convierten en segundos. Hasta que los segundos se convirtieron en horas.

Un par de pies fundidos en botas, giraron mi cuerpo, pegando mi pecho contra la tierra, ambos ejerciendo presión contra mi espalda, impidiendo mis movimientos. Al escuchar el ruido metálico, giré el cuello en la dirección que lo sentí provenir, percibiendo el aroma a eucalipto que solía tener una rubia en específico.

― Esta vez, te necesitamos más obediente, Lucy. Sino romperás nuestras reglas, y aprenderás que no le gusta que lo hagan.

Susurró en lo que dos manos más, sujetaron cada antebrazo mío, cruzandolos en mi espalda, en simultáneo en que el metal se cernía sobre ellas, esposandolas detrás.

― No, no. Esta vez n-no.― logré decir, mientras forcejeaba detrás, sabiendo a mis adentros que era inútil.

¿Por qué mis piernas no respondian?

¿Por qué las palabras se atascaron en mi garganta?

¿Por qué no podía reaccionar?

¿Hasta qué punto tenía que doler para comenzar a reaccionar?

Ella se había reído, más fuerte de lo que solía hacerlo, cuando murmuré.

― No es algo que tú decidas, princesa.― Espetó ella, sin sonar de la forma dulce en la que Blake lo usaba, sino que se escuchaba sucio y malicioso entre sus dientes.

La mandíbula me dolía de lo tensa que estaba. Y mi labio inferior comenzó a temblar cuando una gota salada cayó sobre este, haciéndome notar la humedad sobre mis mejillas, producto del llanto que no supe en qué momento había desatado.

Mis manos esposadas empezaron a rasguñarse unas entre otras. En lo que el metal creaba ligeros cortes por los movimientos bruscos.

― Levántenla.― Ordenó una voz más ronca, que había escuchado antes. Tensando todo mi cuerpo.

MENTIRAS BLANCASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora