Capítulo VII

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Capítulo VII - Downtown

Lucy

Entre la inconsciencia y la realidad, las distinguí.

Manos,

morenas y pálidas, anchas y delgadas, fuertes y delicadas.

Desgarrando cuerdas vocales.

Manos,

entre mis brazos y cuello, piernas y cabellos, muslos y antebrazos.

Manos,

como dagas que solo rozando, abrían mi piel,

calandose en esta, e hiriendo.

Manos,

cortando tan profundo, que no había manera de curar a tal profundidad.

Manos,

donde solo quedaba tapar la piel superior.

Aprendiendo y creyendo que al resignarme, mi condena estaba hecha. Muerta en vida quedando.


:o


― Un poco más a la derecha, Thompson. ― Me indicaba la fotógrafa. ‒‒ Un par más y... ¡Listo!

Al escuchar el último flash de la cámara, mi corazón dejó de latir a tanta velocidad. Por más que había hecho esto un millón de veces, siempre lo sentía como la primera vez.

― ¡Un placer, Lucy! ― Se despidió minutos después la camarografa pelirroja al terminar la sesión.

― El placer es mío. ― respondí cortésmente con un beso en cada mejilla.

Al instante dos encargadas me trajeron una bata para cubrirme de la lencería que traía por la reciente sesión de fotos para una revista. Una de ellas me ayudó a bajar del set en donde estábamos trabajando y me acompañó al camerino que me había designado, en donde me dejó para que pueda cambiarme.

Al entrar ví a Alex tallándose los ojos con las manos para desperezarse y dar un bostezo.

― Te dije que no era necesario que me acompañes. ― dije al llegar al tocador frente al sillón en el que se encontraba. ― Estás muerta de sueño.

― Perdóname. Estoy bien, solo he pasado una mala noche― Nos miramos a través del espejo.― Tú sabes lo mucho que me gusta venir a tus sesiones.

Asentí con la cabeza y con un algodón lleno de desmaquillador, comencé a despintarse. Juliet de Cavetown sonaba a través de los parlantes del estudio.

Me distraje y al verme en el espejo me notaba tan distinta. Cuando modelaba me sentía otra persona. Me llenaba hacer lo que más amaba y lo que mejor se me daba. Mis cabellos marrones perfectamente peinados en rizos, y mi vestimenta inspirada en los años sesentas.

La manera en la que fluía frente a la cámara, jugando con mis mejores ángulos sabía que era todo un espectáculo de ver. Como si hubiese nacido para esos momentos.

Apreciaba tanto estos momentos de paz, que sabía que eran muy escasos. Sobre todo desde las últimas semanas.

Se me erizaba la piel y la cólera sustituye la felicidad en mi cuerpo cuando el maquillaje se iba cayendo y comenzaba a notar las profundas ojeras bajo mis ojos, la piel uniforme por el estrés, los labios secos y cortados de tanto morderlos.

MENTIRAS BLANCASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora