1. Medallón de fresa

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A las 8:10 am, ya de camino en bus a la ciudad, vi un avión pasar por encima de la carretera. Pensé inmediatamente en Joaquín, que a esa hora debía estar aterrizando para ir a la clase que compartíamos. Vivo en un pueblo cercano, pero él venía desde más lejos. Nos conocimos meses atrás, en su ciudad, cuando a mí me tocó ir a una pasantía en su universidad. Ahora un estudiante de su ciudad debía venir dos fines de semana a tener clases con mi sección, en mi ciudad.

Era su segundo fin de semana. Durante la jornada del primero, hablamos harto, nos reímos. Parecíamos cabros chicos a ratos de tanto que nos mirábamos. En la clase, sus intervenciones eran lúcidas, aunque no muy brillantes. Su excelente articulación escondía muy bien su regularidad en contenidos, haciéndole parecer mucho más interesante. Eso sin duda, me encantaba. Era todo lo contrario a mi esposo, quien si bien es un buen hombre, fiel y excelente padre de nuestros 3 hijos, fue criado más en el campo que en la ciudad, con la dureza que eso conlleva. Joaquín era refinado, su ropa impecable, barba recortada, bufanda de color, simpático, con tema de conversación y tiene una forma de mirarme a los ojos sonriendo, como queriendo decirme algo que me mata.

A las 8:25 me envió un mensaje, preguntando por un lugar donde vendieran buen café. Yo le dije que le esperaba con uno, que no se preocupara. La clase partía a las 9:30 y el aeropuerto no está cerca de la universidad. A las 9:20 estaba parada en el frontis de mi universidad, con dos cafés en la mano y le vi venir. Era una mañana gris, con una espesa llovizna, característica de mi ciudad, y Joaquín venía preparado con su chaqueta impermeable, zapatos de lluvia y una mochila que desde mi lugar se veía muy pesada. Desde la otra esquina me miró y me saludó. Yo solo sonreí y grité el "Hola" más fuerte de lo que mi timidez callejera me permitía.

Cruzó rápido y llegó frente a mí, tomando uno de los cafés y abrazándome como quien no ha visto a un amigo muy querido hace años.

- Buenos días, Medallón de fresa.

Me encantaba que me llamara así. Sentí el perfume en su cuello y sus manos apretando mi espalda fuerte. Lo grueso de mi chaqueta ocultó lo duro que se puso parte de mi pecho durante ese abrazo que duró al menos 10 segundos y que fue interrumpido por Marta, otra compañera de sección que llegaba en ese momento a clases. Así que intentando parecer naturales, tomamos nuestros cafés y emprendimos la caminata hacia el salón.

Eran las 9:35 cuando la profesora entró a la sala y luego de saludar en general se acercó a Joaquín para darle nuevamente la bienvenida, con una descarada sonrisa y un beso en la mejilla. Era evidente que le coqueteaba y él se dejaba querer. Le dijo que a la hora de almuerzo le esperaban con el coordinador del programa de pasantías y ella. Él sonrió halagado, me miró y habló tímido, pero seguro:

- Encantado. Imagino que podemos incluir en el almuerzo a la compañera que también participó hace un tiempo del programa. Así el compartir experiencias se enriquecerá. - Perpleja y resignada, nuestra profesora no pudo hacer otra cosa que aceptar la contrapropuesta de Joaquín.

- Por supuesto. Lo que diga nuestro estudiante capitalino. Al parecer ya tiene compañera favorita en el programa.

- Por supuesto. La conocí en mi ciudad cuando ella estaba en las mismas que yo ahora y sus intervenciones se hicieron notar. A esta altura somos como amigos de años.

- Que bien está dejando el nombre de la universidad, Nayadeth. - Yo estaba impactada por las cosas buenas que Joaquín hablaba de mí.

- Todo sea por la universidad, profesora. - Le contesté y quienes estábamos cerca explotamos de risa.

A las 9:45 partió la clase, sobre Trabajo colaborativo y mi grupo de estudio no tuvo problemas en incluir al foráneo compañero. La extensa y agotadora jornada se pasó volando entre análisis, miradas, debates, bromas, ideas, sonrisas, propuestas y contrapropuestas.

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