Nuestros abrazos, caricias y besos fueron calmando su intensidad, así como los temblores que producían.
- ¿Estás bien? - Me preguntó en un susurro, Joaquín.
- Maravillosa, pero algo preocupada.
- ¿Por qué?
- ¿Qué hora es?
- Deben ser cerca de las diez y media.
- Tengo que llamar a mi casa, en algún momento, pronto.
- Regálame cinco minutos más abrazados y después siéntete libre.
- Eso está difícil. No soy libre. Por lo mismo debo llamar a mi casa.
- Cinco minutos. Es parte del pago por alojarse aquí.
- Bueno.
Le volví a abrazar y respirar su aroma, lleno de mí también. Sus latidos bajaban su velocidad lentamente y la tonicidad de su exquisita hombría poco a poco se transformaba en una relajada masa. Recordé todas las cosas escuchadas, dichas, entregadas y recibidas, al punto de un leve pudor, pero su acariciante mano calmó mi vergüenza, haciéndome disfrutar de esos minutos antes de volver a la realidad.
- Tengo que ir al baño.- Interrumpí.
- Ante eso no puedo hacer nada.- Me contestó permisivo.
Me levanté con cuidado, poniendo encima mío la manta con la que antes nos habíamos tapado y me dirigí al baño. Ya sentada, revisé mi teléfono con sus doscientos mil mensajes y llamadas de mi esposo, más las entrometidas preguntas de mi amiga que me estaba cubriendo en la mentira. Le contesté a mi esposo que en unos minutos le llamaba y a mi amiga solo le conté que estaba en buenas manos (demasiado buenas), pero que para mi esposo, yo estaba alojando en su casa. Me miré al espejo y mi cabello ya no tenía ni un ápice de la forma que usualmente tiene y ya no quedaba nada de maquillaje en mi cara, pero mi sonrisa me delataba sobre el perfecto momento que vivía. Riéndome de todo lo que estaba pasando, lavé mi cara y otras partes más usadas recientemente.
Cuando salí del baño, el reloj del teléfono marcaba las 22:35 y Joaquín se ponía los calcetines sentado en la cama. Estaba casi vestido, con el pantalón y el chaleco.
- ¿Vas a salir?- Le pregunté bromeando.
- Iré a buscar algo para comer. Me vino un hambre del terror.
- ¿A esta hora?- Puse en duda.
- Sí, a esta hora. A la vuelta hay un local que la semana pasada estaba abierto a esta hora.
- ¿Te puedo encargar algo?
- ¿Papas fritas?
- Por favor. Las necesito con mi vida en este momento.
- Espero que tengan, Medallón de fresa.- Cerró mientras abría la puerta para salir.
- Abrígate.
- Bueno.- Dijo, tomando su chaqueta de la silla.
- Y apúrate.
- ¡Cuánta exigencia!
- Es parte del pago por alojarme aquí.
Salió riendo de la habitación y yo me estiré en la cama. Miré al techo un par de minutos sin pensar mucho, solo recordando algunas imágenes de lo que había ocurrido desde las siete de la tarde. Cuando dicho recuerdo me comenzaba a agitar nuevamente la respiración, tomé el teléfono y me concentré. Aproveché la soledad en que estaba para llamar a mi esposo y mentir sin tener que avergonzarme con Joaquín. Mi marido sonaba ansioso y preocupado, pero mi intachable historial de buena estudiante hacían parecer verdad la mentira inventada. Luego de hablar con cada uno de los integrantes de mi familia, me despedí, prometiendo estar a primera hora del otro día en casa y encargándole a mi esposo que no se le olvidara cerrar con llave las puertas de la casa. Aproveché de dejarle un mensaje más largo a mi amiga, pidiéndole que me cubriera por cualquier cosa y que el lunes sin falta, en persona, le contaría con lujos de detalles.
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Pasantía
RomansaSon cerca de las 8:00 de la mañana cuando Nayadeth recibe el primer mensaje de Joaquín que viene llegando a la ciudad en que ella estudia. Son compañeros de programa de post grado y viven en ciudades lejanas. Hoy tendrán su segunda y última jornada...