La mujer de la sábana blanca

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Matías, envuelto en una neblina etílica y con las luces de la fiesta parpadeando en su mente, se aventuró a través de las oscuras calles, guiado solo por su instinto desorientado. El mundo giraba y se movía a su alrededor, como un mal sueño que no podía despertar. Cada paso era un acto de equilibrio precario, y las luces distantes de farolas destellaban como estrellas fugaces en su confuso horizonte.

En el abrazo de la noche, un ruido misterioso y doloroso cortó el aire, como un susurro de los demonios en las sombras. Matías, motivado por una curiosidad inquietante, se dirigió hacia ese sonido, como si una mano invisible lo guiara. Sus pasos, tambaleantes y erráticos, lo llevaron más cerca del bullicio incesante que llenaba el aire. Cerró los ojos en medio de la cacofonía, y como un imán atrayendo su atención, los lamentos de una mujer se filtraron a través de su conciencia.

Los ojos de Matías se abrieron de golpe, y su visión se inundó de terror cuando se encontró cara a cara con la dama de los llantos. Su figura estaba cubierta por una sábana blanca, la imagen de la pureza distorsionada por la sangre que manchaba sus manos. Un grito silencioso quedó atrapado en su garganta mientras el corazón latía como un tambor ensordecedor en su pecho.

"¡Mis hijos!" Las palabras de la mujer resonaron en su mente como un eco de pesadilla, perforando su cordura con cada repetición. Matías retrocedió, sus piernas temblando como hojas en el viento. La mirada de la mujer se clavó en él, una mezcla de desesperación y locura que lo atrapó en su lugar.

"¡Yo... los maté!" La confesión salió de los labios de la mujer con un escalofriante tono de desesperación. Matías sintió cómo la oscuridad se cerraba a su alrededor mientras el miedo se aferraba a él como cadenas invisibles. Su instinto lo impulsó a correr, sus pies golpeando el suelo en un frenético intento de escapar de la presencia abominable que lo perseguía.

El grito de la mujer resonaba en sus oídos como un eco aterrador mientras corría a través de la oscuridad, su aliento entrecortado y su corazón amenazando con explotar en su pecho. Cada paso parecía llevarlo más cerca del abismo, mientras el terror se retorcía en su interior como una bestia insaciable.

La certeza de que algo siniestro se arrastraba detrás de él le impedía mirar atrás, incluso en el auge del pánico. Cada vez que su mente se acercaba a la idea de mirar por encima de su hombro, la voz angustiada de la mujer parecía susurrar en su oído, alimentando su miedo hasta niveles insoportables.

Y luego, la caída. Matías tropezó y se estrelló contra el suelo, su cuerpo temblando de miedo y adrenalina. Con los ojos apretados con fuerza, esperó el golpe, la inevitable manifestación de la amenaza que lo acosaba. Pero en lugar de eso, solo había silencio. Abrió los ojos cautelosamente y encontró que la mujer había desaparecido, como un espectro que se desvanecía en la niebla de la noche.

El amanecer trajo un respiro frágil pero temporal, una ilusión de seguridad que se desvanecía con cada latido de su corazón. Al día siguiente, el ruido retumbante lo arrancó del sueño, y Matías se encontró frente a su puerta, el eco de los llantos de la mujer resonando en el pasillo. La sensación de que la oscuridad nunca lo dejaría lo envolvió como una manta, recordándole que el terror no tenía límites ni finales...

Notas de un viajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora