Un sonido le hizo estallar de los nervios al visir, era probablemente la quinta vez en menos de una hora que escuchaba los lamentos incesantes del inútil sultán por su "pobre hija" quien no se encontraba por ningún lado. En momentos así deseaba poder arrancarse las orejas e ignorar a ese bueno para nada.
El mapa bajo sus manos se arrugó en donde las garras lo perforaron, libros de todo tipo se extendían por el enorme escritorio en busca de respuestas que le guiarán hacia el llamado "diamante en bruto" que tan obstinadamente pedía la cueva de las maravillas.
Pero nada, ni el más mínimo rastro, y en un lugar como Arapolis, encontrar a alguien puro de corazón parecía imposible, todo mundo se preocupada por sobrevivir sin importar a quien tuvieran que pisotear para lograrlo.Su vista se desvió hacia la página amarillenta de un libro medio deshecho a esquinas de la mesa, los dibujos señalaban una majestuosa lámpara brillante, la figura difusa de un hombre rodeado de humo impedían ver por completo sus rasgos, pero, la vieja pintura logró enmarcar unos radiantes ojos dorados semicubiertos por unas espesas pestañas, vestido en oro y gemas preciosas, una corona se posaba sobre los mechones pelirrojos.
El genio de la lámpara.
El único capaz de cumplir sus deseos, el único que podía darle lo que tanto anhelaba, quién le daría la cima y el lugar que siempre le correspondió.
—No importa cuánto te escondas, tus intentos de escapar de mí son inútiles, te encontraré, serás mío cueste lo que cueste— siseó en voz baja, pasando sus garras por encima del rostro en papel, sólo era cuestión de tiempo hasta que tuviera al genio rogando por sus órdenes.
En medio de sus divagaciones, una réplica de su voz llamó desde las puertas, una sombra se deslizó desde el suelo, haciendo una reverencia a su amo.
—Maestro, su encargo ha llegado— avisó con seriedad, el mono de la sombras asintió, parándose derecho mientras cruzaba sus brazos tras de sí.
—Tráela, ahora— ordenó, saliendo de la biblioteca una vez que la sombra se esfumó. Una escalinata lo llevó hasta el punto más alto de la torre de observación, un lugar donde sabía que nadie lo encontraría ni se atreverían a entrar, el umbral fue iluminado por llamas moradas a su paso, la mesa central en medio del observatorio fue bendecida con la luz de la luna llena, el cielo nocturno fue completamente desprovisto de nubes.
Todo era perfecto, todo estaba a su favor.
La sombra detrás suyo descubrió de debajo de un paño de tela una esfera de cristal, si se apreciaba con detenimiento podía observarse estrellas en su interior, un reflejo del vasto universo alineándose a sus propósitos.
Macaque sonrió por lo bajo, posando ambas manos sobre la esfera, el objeto se iluminó ante su tacto.
—Bola de cristal, dame tu sabiduría, muéstrame al diamante en bruto— pidió en voz baja, por un momento no pasó nada, la esfera brilló y volvió a apagarse para el desconcierto del visir. —¿Qué diablos?, ¡muéstrame al diamante en bruto!— exigió con más fuerza, pero la bola sólo chisporroteó como si se burlara de él.
Macaque gruñó, dispuesto a romper en pedazos esa maldita bola traída desde el otro lado del mundo.
Pero antes de tener siquiera la oportunidad, la esfera se iluminó. Nubes moradas se arremolinaron dentro del cristal bajo la atenta mirada del visir, poco a poco una imagen se fue dibujando en su interior, una torre vieja y desgastada.
Dentro de ella, subiendo los peldaños, un hueco en la pared donde dos jóvenes señalaban las estrellas, sus cejas se elevaron al reconocer a la princesa pérdida, enfocada por unos segundos antes de que la esfera mostrara claramente al joven junto a ella; Un muchacho de piel morena con cabello castaño, la bola resplandeció como un faro y Macaque supo que había encontrado al perfecto caballo de troya para burlar la cueva de las maravillas.
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Cuentos de Arapolis: El gran genio y el visir de las sombras
FanfictionDurante años, Macaque ha buscado acceder a la cueva de las maravillas, dónde se resguarda la mítica lámpara mágica que encierra al rey de los genios, el llamado gran sabio igual al cielo. ¿Su único problema? sólo uno podrá entrar ahí, aquel cuyo val...