El sol se levantó en lo alto del cielo, enviando llamaradas calurosas a la tierra debajo. Entre las nubes y el vasto azul, las gaviotas revoloteaban con agudos graznidos que reverberaban en el aire, compitiendo contra el rugido de las olas del océano Índico, donde la espuma salía a flote con cada zambullir de los cazadores emplumados, o el respirar de mamíferos antes de volver a sumergirse.
Pero no era la naturaleza lo que llamaba la atención, es aquello que se oculta muchos metros más allá, donde el mar termina y la arena derrite los zapatos de quienes osen pisarla.
El desierto se extendía por todo lo ancho de la tierra, fuertes tormentas levantaron la arena, y la arrastraron kilómetros lejos. El sol abrasador se cernió sobra las dunas traicioneras, capaces de hundir hasta una caravana de camellos por encima de sus rodillas.
Una enorme muralla se erigió a la mitad del desierto, cortando el paso de las peores tormentas de arena que se hayan visto en ese rincón del mundo, un inmenso y exuberante reino, tan próspero como un oasis.
Arapolis.
Donde el viento se azota desde el este, y el sol sale por el oeste, cuna del comercio e intercambio de culturas provenientes desde las más lejanas tierras, el calor intenso que golpea al palacio y sus alrededores jamás representaron una traba para los más audaces comerciantes y artistas callejeros dispuestos a ganarse la vida.
Cruzando las murallas se oculta uno de los secretos peor guardados de la humanidad; serpenteando entre los callejones, las calles se abren y fusionan para dar paso al gran bazar. El punto comercial más grande del mundo conocido, en sus abarrotadas avenidas, donde los pies no paran de pisarse unos contra otros, las telas se arrastran y el satín baila en el viento, la fruta más fresca que alguna vez se haya visto se vende a tan sólo unas cuantas rupias. Los pequeños accidentes son el pan de cada día; una caja de manzana tiradas por ahí, y un mono ladrón por allá, si se transita sin cuidado uno puede terminar quemado bajo una intensa llamarada de fuego de algún bailarín local. En las noches, cuando la luna reemplaza al sol y el clima se vuelve gélido hasta extraer vapor del aliento de los habitantes, linternas de papel y madera son lanzadas por noctámbulos en no tan seguras demostraciones de pirotecnia y acrobacias.
Pero eso no es lo más llamativo del reino, no. Sino aquel impresionante monumento en lo alto de todo, tan blanco como la pureza de un monje, y tan brillante como una corona. El enorme palacio, hogar de la familia real se mantuvo firme sobre los plebeyos, majestuoso e inaccesible.
Entre sus añejos paredones, detalles de oro e incrustaciones de gemas preciosas embellecían cada rincón del castillo; cayendo en forma de enredadera sobre los pilares, o decorando largos pasillos de mármol, el lujo se burlaba con sonrisa de diamante de la hambruna que consumía a su pueblo.
Antorchas fueron encendidas cerca de los balcones, una mesa cargada de los más finos aperitivos fue vaciada lentamente por las manos regordetas de su majestad: el sultán, y algunos de sus más acérrimos funcionarios.
El sultán miró con disgusto el pescado en su brocheta, decidiendo que no era lo bastante bueno para sus estándares, la comida fue arrojada al cielo, volando por ínfimos segundos antes que una enorme mancha verde jade pasara por encima, devorándolo por completo antes de volver al suelo y enroscarse a los pies de su dueña.
El brillante dragón verde y blanco agitó los bigotes, forzando uno de sus ojos a abrirse perezosamente antes de enviar un mordisco al suelo, mostrando los colmillos a la figura que se arrastraba por el adoquín, y que nadie más pareció notar. La princesa de mechones bicolor mantuvo su atención en el jefe de la guardia real, un demonio de agua de aspecto amenazador pero con una muy suave voz, quien le ofrecía una taza de té.
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Cuentos de Arapolis: El gran genio y el visir de las sombras
Fiksi PenggemarDurante años, Macaque ha buscado acceder a la cueva de las maravillas, dónde se resguarda la mítica lámpara mágica que encierra al rey de los genios, el llamado gran sabio igual al cielo. ¿Su único problema? sólo uno podrá entrar ahí, aquel cuyo val...