Elena es una joven que se ha sumergido en un mundo de sombras y misterios tras casarse con un enigmático marqués y mandarse a su antigua mansión familiar.
Su sueño era vivir una vida perfecta, pero desgraciadamente, nada está más lejos de la realid...
El joven heredero de los Monserrat se encontraba sentado en un banquillo frente al piano en el gran salón, dejando que sus dedos se deslizaran sobre las teclas mientras sus oídos eran invadidos por la fuerte discusión que mantenían sus padres en el piso de arriba. Los gritos resonaban por toda la casa, llenando el ambiente con una tensión insoportable.
La chimenea crepitaba en un intento por calentar la habitación, pero el frío de la noche se filtraba a través de las grandes ventanas. La mansión, una vez llena de vida y esperanza, ahora parecía un lugar desolado y sombrío, donde solo se escuchaban los estridentes gritos de los marqueses, lanzándose mutuamente millones de barbaridades.
Alessandro trató de concentrarse en la poca música que sabía tocar, dejando que las notas llenaran su mente y lo transportaran a otro lugar. Ese era su refugio, el único escape que tenía de la realidad caótica que se desarrollaba a su alrededor. Cerró los ojos y dejó que la melodía lo envolviera, intentando bloquear todos los pensamientos y emociones que amenazaban con abrumarlo.
— Esa nunca la había escuchado. ¿Es nueva?
Alessandro se detuvo en seco.
— Habéis vuelto. — dijo con seriedad, separando los dedos del piano y clavando la vista sobre la delgada figura de Tomás. — Creí que la tormenta os obligaría a dormir en el pueblo.
Tomás enarcó una ceja.
— ¿Preferís que me vaya? — preguntó, teniendo la esperanza de que Alessandro dejara de observarlo con esa mirada juzgona tan propia de él, y le respondiera de una vez por todas.
— No, la verdad. — afirmó el futuro marqués, con una débil sonrisa ladeada.
Tomás le respondió el gesto, pero esta vez más ampliamente.
— Tengo algo para vos. — dijo con picardía, mientras hurgaba en el interior de su pequeño abrigo.
Los ojos de Alessandro se iluminaron al ver la bolsita de pastas de chocolate que Tomás traía consigo. Era un gesto tan inesperado como amable, y sabía lo mucho que disfrutaría de esas delicias en medio de la angustia que se cernía sobre la casa.
Tomás le lanzó la bolsa y, con destreza, Alessandro la atrapó en el aire. La abrió con emoción y sacó unas de las pastas de chocolate, llevándosela frenéticamente a la boca. El sabor dulce y suave se expandió en su paladar, llenándolo de un pequeño pero significativo momento de felicidad.
— Sois increíble. — le dijo con sinceridad, reforzando esa amistad tan sólida y genuina que ambos habían construido con el paso de los años.
De repente, los gritos de los Monserrat comenzaron a intensificarse, borrando por completo la sonrisa en el rostro de Alessandro. Con cautela, Tomas se acercó y le dio un par de palmaditas en la espalda para animarlo. Él asintió con gratitud. En medio del caos que se desataba en el hogar, Alessandro sabía que la presencia de Tomás le brindaba un consuelo especial.
— Os aseguro que por la mañana todo volverá a la normalidad.
Alessandro suspiró con dramatismo.
— Eso es lo decís siempre.
— ¿Y tengo razón?
Sí, la tenía. Y ambos eran conscientes de ello.
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Alessandro se encontraba dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Su mente estaba inquieta, llena de pensamientos y preocupaciones que lo mantenían despierto. El silencio reinaba en la casa, interrumpido únicamente por el sonido de la tormenta que arrasaba con el exterior.
De repente, un fuerte estruendo resonó en el piso de arriba, sacudiendo la tranquilidad de la noche. Una extraña sensación de incomodidad se apoderó del ambiente, como si algo estuviese fuera de lugar. El silencio que siguió al estruendo era aún más inquietante, como si la propia casa estuviese conteniendo el aliento.
Alessandro sabía que no podía quedarse en la cama sin saber qué estaba pasando. Un presentimiento de peligro se apoderó del él, impulsándolo a averiguar el origen del ruido. Con cuidado de no despertar a Tomás, el cual dormía plácidamente en uno de los cuartos del servicio en la planta baja, se levantó de la cama y salió de la habitación.
El pasillo estaba sumido en una oscuridad profunda, solo iluminado por la tenue luz de los rayos que se filtraba por las ventanas. Avanzó de puntillas, tratando de no hacer ruido, como si el silencio de la casa lo obligara a mantenerse en sigilo.
Subió las escaleras hacia la segunda planta con cautela, sintiendo como su corazón latía con fuerza contra su pecho. A medida que se acercaba al piso de arriba, la sensación de inquietud se intensificaba.
Finalmente, llegó al origen del estruendo, donde la puerta entreabierta del desván le daba la bienvenida. Los nervios y el miedo se mezclaron dentro de él, creando una sensación de adrenalina que recorría cada célula de su cuerpo.
Sin embargo, en cuanto cruzó la puerta del desván y observó el interior de la habitación, solo quedó espacio para el horror.
Su corazón se paralizó y el aire abandonó sus pulmones en un suspiro ahogado.
Los marqueses yacían allí, cuyos cuerpos sin vida revelaban el horror que habían vivido. Su madre estaba colgada del techo, con la piel pálida y moretones alrededor de su cuello a causa de la soga. El banquillo volcado debajo de ella se presentó como el testigo mudo de la tragedia que había ocurrido.
Su padre, por otro lado, estaba tirado en el suelo, con las muñecas cortadas y un disparo en la cabeza. La sangre se había esparcido por el suelo y las paredes, creando un macabro lienzo en medio de la habitación.
— ¡No! ¡No, por favor! — gritó desesperadamente, con el dolor amenazando con consumirlo por completo. De repente, sus piernas comenzaron a temblar y poco poco empezó a sentir como su cuerpo iba cayendo de rodillas.
— ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me habéis hecho esto?! — soltó con la voz rota, mientras se acercaba a su padre y se dejaba caer a su lado, manchando por completo su pijama de sangre.
De rodillas, Alessandro sintió un nudo en su garganta que dificultaba su respiración, en cuanto puso la cabeza de su padre sobre su regazo. Lágrimas amargas resbalaban por sus mejillas mientras acariciaba el rostro frío y sin vida del marqués. Una mezcla de dolor, ira y confusión se apoderó de él.
Sus ojos seguían fijos en el rostro de su padre, incapaz de apartar la mirada de aquel espantoso espectáculo. El sonido de unos pasos frenéticos por las escaleras lo sacó de su petrificación momentánea, indicando que Tomás había escuchado sus gritos y se acercaba a toda prisa.
Cuando este entró en la habitación, su expresión se transformó en una mueca de horror y repulsión. Sus ojos fueron directos al cuerpo de la marquesa, colgado del techo como un fantasma macabro. El ambiente cargado de tragedia se volvió aún más espeluznante con su presencia.
— No hagáis eso. Alejaos de allí. — Tomás se acercó a él, tratando de apartarlo del cuerpo de su padre. — Por favor, no quiero que los veáis en ese estado.
Su voz temblorosa y angustiada intentaba convencerlo de que se alejara, pero Alessandro se negaba a soltarlo.
— Demasiado tarde, Tomás. Es demasiado tarde. — su voz apenas y podía formar palabras entendibles. Alessandro era un jovenzuelo de apenas quince años, que se negaba a aceptar la realidad que se extendía ante sus ojos.
Gritó de dolor, un grito desgarrador que parecía romper la barrera del silencio que se había instalado en los rincones de la mansión. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin control, mezclándose con la sangre que manchaba sus manos y su ropa. Desesperado, sintió como su corazón se desgarraba en mil pedazos.
— Estoy aquí. Estoy con vos. — con lágrimas en los ojos, Tomás lo abrazó con fuerza, con la intención de consolarlo en medio del caos. Sus palabras suaves y llenas de cariño intentaban penetrar su mente nublada por el dolor, deseando que dejara atrás el horror y la tragedia que, desgraciadamente, los había destruido por completo.