3

16 5 0
                                    

Esa noche, durante la cena, Elena se dedicó a juguetear con los espárragos de su plato, mientras que la tensión en el ambiente se volvía cada vez más palpable. Alessandro se sirvió copa tras copa de vino, sumergiéndose poco a poco en un silencio inquietante. Ella lo observaba de reojo, deseando preguntarle sobre las oscuras historias que rodeaban la casa, pero sabía que cualquier mención al pasado sería totalmente ignorada por él.

Las manos de Elena bajaron a los bolsillos de su falda, sacando el manojo de llaves que le había entregado su marido horas antes en la biblioteca. Ella entendía que las llaves le brindarían acceso a las principales áreas de la mansión, pero eso no impedía que su curiosidad despertara con intención de descubrir los secretos ocultos en la segunda planta. En ese momento, una pregunta inquietante asaltó su mente: ¿había cometido un error al casarse con un joven que apenas conocía?

— No estáis comiendo. — la voz del marqués la tomó desprevenida. Elena levantó la mirada del plato y observó a su marido con postura relajada, mientras sujetaba su cuarta copa de vino.

— Lo lamento. — dijo ella, deteniendo su jugueteo con la comida.

Alessandro analizó el plato de su esposa, prácticamente intacto. La pechuga de pavo aún estaba sin cortar, las patatas asadas se habían convertido en puré, y los pocos espárragos que le quedaban dejaron un claro indicio de apuñalamiento con el tenedor.

— ¿No os gusta la cena? — preguntó el conde, tras empinarse el fondo de su copa de vino. — Puedo prepararos otro plato si este...

— No tengo apetito, mi señor. Pero os agradezco el gesto. — interrumpió ella, cortándolo en seco.

— ¿Podéis al menos acabaros el vino?

Los ojos de Elena se posaron sobre el líquido carmesí que descansaba sobre la superficie de su copa.

Algo la hizo dudar.

— No, gracias. — dijo sin siquiera atreverse a probarlo.

Alessandro suspiró en respuesta y continuó hincándole el diente a lo que quedaba de su cena.

La noche siguió sumergida en un silencio incómodo, solo interrumpido por el tintineo de los cubiertos y el sonido del vino al ser servido. La mirada de Elena se encontraba perdida en sus pensamientos, mientras que el conde evitaba cualquier tipo de contacto visual. El ambiente opresivo se volvió insoportable.

Decidida y sin poder ignorar su curiosidad por más tiempo, con determinación, Elena dejó a un lado su tenedor y, mirando fijamente a su marido a la cara, le preguntó:

— ¿Por qué no queréis que suba a la segunda planta? ¿Qué historias ocultáis tras esas puertas clausuradas y olvidadas?

El marqués alzó la mirada, sorprendido por su atrevimiento. Por un instante, su expresión reflejó una mezcla de sorpresa y preocupación. Sin embargo, pronto recuperó su compostura y, con una sonrisa forzada, respondió:

— Querida, hay cosas que es mejor olvidar. Os ruego que no sigáis indagando en el pasado. Creedme, no hay nada bueno que podáis encontrar allí.

Las palabras de Alessandro solo avivaron un deseo. Elena sabía que había algo más, algo que él no quería que supiera. Y con valor, se prometió a sí misma que no descansaría hasta desvelar los secretos que se escondían en los oscuros rincones de su nueva morada.

 Y con valor, se prometió a sí misma que no descansaría hasta desvelar los secretos que se escondían en los oscuros rincones de su nueva morada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Jardín de las Rosas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora