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Elena y Alessandro decidieron pasar la noche en el salón principal, acurrucados frente a la chimenea. Después de la conversación que habían mantenido previamente, ella sentía como su corazón y el de su marido se apaciguaban poco a poco mientras él la rodeaba entre sus brazos. Se sentían seguros cuando estaban en compañía del otro, y ese sentimiento se intensificó aún más en aquel momento.

       Elena no pudo evitar ver al marqués a los ojos y notar ese pequeño brillo de ilusión que se marcaba en su mirada grisácea. Era el brillo que reflejaba los sueños compartidos y el deseo de superar cualquier barrera para construir un futuro juntos. Fue en ese instante, que Elena se dio cuenta de que la tenue luz de las brazas le marcaba perfectamente los labios a Alessandro, como si fuesen un lienzo recién pintado, invitándola a descubrirlos una vez más.

       Su temperatura comenzó a subir y su respiración se volvió más agitada cuando el marqués la cogió suavemente del cuello y le plantó un beso tan intenso como el que se dieron la primera vez, cuando ambos aceptaron que estaban destinados a estar juntos. En ese beso se encontraba la promesa de un amor eterno y la certeza de que podrían superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

       Se quedaron allí, enredados en un abrazo lleno de pasión y ternura, dejando que sus almas se fusionaran en un único latido. El crepitar del fuego y el susurro de las llamas los envolvían, creando un ambiente íntimo y mágico que solo podía existir en aquel momento.

       Con una sonrisa burlona, Elena dejó que sus manos se perdieran entre la melena rebelde de su marido, mientras él le acariciaba la espalda con suavidad e intensificaba aún más el beso.

       Sus sentidos se agudizaron cuando la mano de Alessandro entró en contacto con su piel desnuda, al quitar delicadamente parte de la tela del camisón que aún llevaba puesto desde esa mañana. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo, mientras la oscuridad y sus jadeos se entrelazaban en una danza de pasión desenfrenada.

       El marqués aprovechó cada centímetro de la piel de su esposa, mordisqueandola lentamente, buscando deleitarse con su sabor lo más lento posible. La espalda de Elena se arqueó involuntariamente cuando los labios de su marido pasaron de su hombro a la fina piel de su cuello, con los susurros de adoración fundiéndose con una respiración entrecortada.

       Con manos ágiles pero temblorosas, Elena desabrochó los botones de la camisa de Alessandro, dejando su pecho al descubierto. Músculos duros y bien formados se marcaban bajo su piel, que ahora emanaba más calor que el mismísimo fuego. Su mirada se perdió en ese torso perfecto, mientras las yemas de sus dedos acariciaban cada tramo de piel, sintiendo la electricidad que se generaba entre ellos.

       Sus labios se encontraron de nuevo, llenos de deseo y entrega. Se acoplaron en cuerpo y alma, dejando que el fuego pasional los consumiera por completo. Cada ronce, cada caricia, era un lenguaje silencioso que hablaba del amor y de la conexión tan profunda que tenían.

       — Venid aquí. — suplicó el marqués con la voz ronca, cogiendo a su esposa de la cadera y obligándola a ponerse de horcajadas sobre su regazo.

       Lentamente, una punzada de calidez se extendió por el bajo vientre de Elena al notar lo duro y firme que se había puesto la virilidad de su marido. Los ojos de Alessandro la observaban con deseo mientras ella movía las caderas de atrás hacia adelante, en un intento por satisfacer el fuego interior que los consumía a ambos.

       Las manos del marqués recorriendo su cuerpo con una delicadeza arrebatadora, despojándola de cualquier prenda y dejando que su hermosa silueta se marcara a la luz de las llamas danzantes de la chimenea. La suave melena dorada de Elena se extendió sobre sus pechos como el oro fundido, provocando que la mente de Alessandro colapsara por un instante.

       Su boca atrapó uno de los pechos, su lengua comenzó a juguetear formando círculos lentos alrededor del pezon, susurrando su nombre con devoción. Un gemido escapó de sus labios mientras se aferraba a los hombros de su marido, siento el placer que recorría cada fibra de su ser.

       Elena siguió meneando las caderas, implorando silenciosamente que la tomara y la hiciera suya una y mil veces. El deseo los envolvió, llevándolos a un lugar donde solo existían ellos dos, entregados a la pasión que los consumía.

       — Por favor. — dijo ella en un suspiro, mordiéndose el labio e inclinando la cabeza hacia atrás.

       Alessandro se separó de su pecho y sus labios se encontraron con los de ella en un beso hambriento, lleno de urgencia y deseo. Sus lenguas se entrelazaron en una danza ardiente, mientras sus manos exploraban cada rincón prohibido de sus cuerpos.

       En un movimiento fluido, el marqués recostó a su esposa suavemente sombre la mullida alfombra frente a la chimenea, sus ojos ardientes nunca dejaron de observarla. La calidez del fuego acariciaba su piel desnuda, aumentando la intensidad de todas sus sensaciones.

       Sin apartar la mirada, Alessandro se posicionó sobre ella, con el rostro reflejando un amor y deseo desbordante. Sus manos acariciaron sus muslos, ascendiendo lentamente hacia su punto más íntimo, mientras Elena gemía con anticipación.

       El éxtasis los envolvió por completo cuando finalmente el marqués se despojó de todas su prendas y se unió a su esposa en un acto de entrega total. Cada embestida era un encuentro de almas, una promesa de amor y pasión eterna. Se movían en perfecta armonía, dejándose llevar al límite y más allá, donde el placer los inundara completamente.

       Y en ese momento, en aquel salón iluminado por el fuego y lleno del sonido de sus gemidos, ambos se convirtieron en uno solo. El mundo exterior quedó suspendido durante un largo tiempo, mientras ellos se entregaban a la unión más profunda y primordial.

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⏰ Última actualización: Aug 14, 2023 ⏰

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El Jardín de las Rosas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora