Los vigilantes

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—Podrías contarme una vez más por qué estamos aquí.

—Ya te lo dije, Jacob, necesitamos la señal de Esau para poder avanzar —el rubio arrugó su rostro gesticulando con desaprobación—. Deja de ser tan sensible, ni siquiera te alcé la voz esta vez.

La castaña solo recibió un chasquido de lengua como respuesta; dignandose a girar los ojos y mantenerse otra vez en vigilancia del estanque que de hallaba a metros de ellos. Esperaba no haberse perdido la señal del otro por aquella absurda distracción de unos segundos.

Para su suerte, un brazo cubierto de algas emergió con cautela de entre los nenúfares, haciendo un ademán con el pulgar recto, indicando estar todo bien en su lugar.

—Podemos avanzar, andando. —Sujetó del brazo al joven y lo tironeó hasta llegar al borde de aquellas aguas, mirando de soslayo por si alguna de esas “cosas” se aparecía repentinamente. Un muchacho azabache ascendió hasta la superficie para agruparse con los otros dos y dar marcha por un sendero repleto de arbustos espinosos al norte del estanque.

Debajo de algunos helechos que se cruzaban, rocas marcadas con un símbolo en forma de equis; hechas por ellos mismos en días anteriores; les indicaban a los jóvenes que andaban por el camino correcto.

Hilillos de luz carmín con pigmentos naranjas; que se colaban entre las copas de los árboles; señalaban la puesta del sol por las montañas al oeste de la villa. Algunas flores habían empezado a aislarse en el interior de sus pétalos, y la temperatura comenzó a descender junto con los rayos de sol.

—Esto no me parece buena idea —el rubio frotó sus antebrazos mientras seguía de cerca la espalda de la mayor—. Eva, podrían notar que no estamos en el pueblo, o quizá una de esas cosas venga y...

—Sabes perfectamente que esto es necesario —replicó la castaña, mirando severamente a su acompañante—. Debemos encontrar ese pozo cuanto antes, de lo contrario mamá va a... —un nudo se atravesó por su garganta, forzandola a toser para aclarar su voz y tomarse un momento en meditar sus palabras—. Dios quiera que no. Pero nada nuevo es para ustedes el saber que madre está enferma, y que el agua proveniente del río no es buena para ella. Por eso emprendimos esta búsqueda en primer lugar, y ya es algo tarde para retractarnos.

El menor de los tres solo pudó bajar la mirada en señal de vergüenza ante sus palabras; por su parte, el azabache ni se inmutó ante la especie de discurso que acaba de oir, solo se interesó en seguir adelante en silencio.

«Si Dios quisiera, no estaríamos en esta situación en primer lugar» Pensó la mayor. «Entiendo el amor de Madre por la religión y su devoción hacia los milagros. Pero si su condición no mejora...» intentó reprimir su último diálogo mental, en vano. «El mejor milagro para ella será el descanso eterno en su sepultura».

Los pocos rayos de luz que iluminaban el bosque se fueron opacando con el pasar de los minutos, y la obscuridad empezó a trastornar las siluetas de los árboles y distorsionar el silencio que emitía la naturaleza a su alrededor. «No se separen» murmuró las castaña quien iba en cabeza de la formación que tenían, pues era la única de los tres que cargaba consigo algún instrumento para defenderse; más espeficifamente una daga pequeña, exhumada de uno de los cadáveres que yacen dispuestos por todo el bosque.

Tras apartar unos arbustos, los profundos ojos de la joven se dilataron ante la presencia de una singular estructura de adoquin adjunta a un sistema de polea en su interior. Sin duda, ese debía ser el pozo del que tanto había oído, y sin perder ni un minuto, le indicó a sus acompañantes que se acercaran lo antes posible.

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⏰ Última actualización: Aug 07, 2023 ⏰

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