12: Completamente solo

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El trayecto hasta el edificio donde estaba Charles, era silencioso. Max apenas había cruzado palabras con el hombre que había ido a recogerlo, el cual lucía tan elegante con su traje que, por un momento, lo hizo sentirse fuera de lugar. Su outfit del día era algo informal, de colores neutros, pero botas un tanto llamativas, típico de un estudiante de artes.

Charles no le había dicho nada sobre el código de vestimenta, así que supuso que podría ir como sea.

Suspiró, mientras tomaba una mecha de cabello que le había caído en la cara, su pelo estaba más largo de lo que acostumbraba, pero por alguna extraña razón se sentía bien así. Fijó su mirada en la ventana que tenía a un lado, viendo los edificios que habían empezado a rodearlo y la cantidad de autos caros que transitaban por la zona, solo pocas veces había visitado este lugar, así que no estaba acostumbrado.

Llegaron al parqueadero de la edificación después de unos minutos, el chofer lo acompañó hasta el dieciseisavo piso, diciéndole que Charles lo estaba esperando en su oficina. Max se sintió un poco nervioso y angustiado, sentía ansiedad de solo pensar que la gente del sitio lo miraría o de que pensaran que era un tipo raro.

El mismo hombre que lo había acompañado abrió la puerta de la oficina de Leclerc y el de ojos azules entró un poco cohibido.
Apenas se cerró la puerta a sus espaldas, el monegasco se puso de pie y rápidamente se acercó a él, lo tomó por los hombros, acercando su cuerpo al de Verstappen quien sentía que estaba temblando un poco.

¿Qué rayos le pasaba?

Tomó aire y, tratando de calmar lo que sentía internamente, carraspeó llamando la atención del dueño del lugar, quien se alejó unos centímetros.

—Lo siento, me emocioné mucho —dijo Charles.

Max sonrió de lado.

—Hola —saludó con un tono de voz suave.

Notó que el claro rostro de Charles se tornó repentinamente rojo y que este sonrió a más no poder.

—Hola, me alegro que en serio hayas venido, por un momento creí que te negarías a último momento.

El rubio no dijo nada, simplemente lo miró. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo bien que le quedan los trajes plateados a Charles, era como observar una de las siete maravillas del mundo. Por alguna extraña razón relucía y se lo veía tan malditamente guapo que, si fueran otras circunstancias, se hubiera arrodillado ante él.

—Si no venía, te hubiera avisado —contestó Max, regresando a la realidad y eliminando cualquier pensamiento impuro que se le cruzase por la cabeza —. Aunque sigo sin entender qué haré aquí.

—Hacerme compañía.

— ¿Te basta solo con eso? —preguntó, confundido —. ¿No quieres que te ayude en algo?

El de ojos verdes negó en respuesta y le dirigió una sonrisa.

—Puedo hacer lo que sea, Charles —insistió el neerlandés —. No creas que no.

—Sé que puedes, pero no te invité para que trabajaras.

Max empezó a observar detenidamente el sitio, un par de cosas habían cambiado desde la última vez que pisó el lugar. Cerca de una máquina de café, había una fotografía de ambos cuando eran niños y habían ganado el campeonato de fútbol de la escuela, en la imagen los dos estaban abrazados y con el rostro cubierto de tierra, pero sus sonrisas eran enormes. Inconscientemente el rubio se acercó a esta y tomó el portarretratos en sus manos, para ver más de cerca la foto, sintió repentinas ganas de llorar y se vio envuelto en la nostalgia al recordar aquel momento, pero reguló sus emociones eficientemente.

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