2: El miércoles

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Mystic Red Bull cerró sus puertas cerca de las tres de la madrugada, ya no quedaba ningún cliente y los bartenders estaban recogiendo y limpiando sus utensilios para poder usarlos de nuevo en la noche. Además, les habían ofrecido paga extra si es que limpiaban el lugar antes de irse, cosa a la que ni Max ni Carlos se opusieron.

Ninguno de los dos fue consciente del tiempo que se tardaron, pero dejaron impecable el sitio, las sillas sobre las mesas, el suelo totalmente brillante y la basura recogida, no habían dejado rastro de la vida nocturna.

Una vez se cambiaron a su ropa normal, los dos prepararon sus cosas para irse del lugar, Carlos le había propuesto a Max llevarlo en su moto, cosa que fue un alivio para el rubio ya que su departamento quedaba muy lejos, pero que fue impedida por la presencia de un auto en la zona de parqueo. Sobre el capó de este había alguien sentado, la persona tenía sus ojos fijos en el cielo que poco a poco había empezado a aclarar y movía sus dedos sobre la superficie como si estuviese tarareando algo, cuando se dio cuenta de la presencia de los dos hombres, bajó la mirada y la posó sobre ellos.

— ¿Charles? —fue lo primero que Max pudo decir, tras un corto estado de asombro.

Era sorprendente que él aún estuviese ahí, sobre todo, a esa hora y en ese lugar que a veces podía ser un poco peligroso. Si había que ser honesto, era obvio que el monegasco no cuadraba ahí, era un tipo muy refinado y adinerado, como para estar en un bar de mala muerte, en uno de los barrios más inseguros de toda la ciudad.

—Ey, Max —saludó el castaño —. ¿Quieres que te lleve?

Repentinamente el rubio se giró a mirar su amigo, quien lo incitó a irse con el chico de Mónaco, haciendo un ademán con sus manos y susurrándole un «Después me cuentas». Solo bastaron segundos para que Carlos desapareciera del lugar, dejando a los dos hombres solos.

—Si no te molesta, sí —se encogió de hombros.

Charles le dirigió una sonrisa y desbloqueó el auto con el control que tenía en su mano, un poco dudoso, Max se acercó a este, abriendo la puerta del copiloto para finalmente subirse. Un olor cítrico penetró sus fosas nasales apenas entró al carro, era un aroma que le recordaba aquella época de adolescencia, en donde había conocido a Charles, se acordó que el chico de Mónaco usaba un perfume con una fragancia muy similar a esa, lo cual lo hizo sonreír.

— ¿Qué hacías aún aquí? —preguntó el neerlandés, un poco confundido, mientras se ponía el cinturón de seguridad.

El monegasco encendió el auto, al igual que la calefacción y se giró a mirar a su acompañante.

—Estaba esperando a que salieras —le dijo, sonriéndole de lado —. Aunque bueno, la verdad es que tuve que irme a solucionar unas cosas del trabajo y apenas me desocupo, entonces decidí volver a ver si es que aún te encontraba aquí, por suerte fue así.

—Son las cinco de la mañana, Charles —el rubio miró el reloj que tenía en su mano y después fijó sus ojos en los del mencionado —. Eres el jefe, ¿Cómo vas a terminar de trabajar a las cinco de la madrugada?

Leclerc se rio, asintiendo.

—Perdón, te mentí, la verdad es que no podía dormir —elevó sus hombros —. Así que decidí esperarte.

— ¿Por qué?

—Porque no te he visto desde hace mucho tiempo y quería ponerme al día contigo —respondió, sin dejar de mirarlo.

Max sonrió.

—Es un mal momento, debo ir a casa a descansar porque tengo que regresar nuevamente en la noche —explicó el de ojos azules —. Mis fines de semana son un poco ajetreados por mi trabajo.

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