1.El Coleccionista

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       En el momento de cancelar los artículos seleccionados en las
estanterías, presentó la tarjeta. El empleado manipuló el punto de venta y, una vez accionado, mostró el tique diciéndole: está rechazado. Apenado, el comprador se registró los bolsillos y
consiguió dinero efectivo, pero no le alcanzaba para cubrir el monto. Entonces separó un pollo, un kilo de azúcar y un refresco para reducir el monto y como justificándose dijo: “Discúlpeme, pero estos bancos son una vaina seria.”
     Para ahorrar, en esos días compraba la comida para
prepararla él mismo en la pensión donde vivía durante los
últimos diez meses. Se había divorciado desde hacía varios años
y vivía solo, de posada en posada. Había buscado trabajo sin
éxito, el último lo había ejercido como secretario de turismo en
la gobernación del estado, pero un reajuste administrativo y la
presión del partido político gobernante lo habían obligado a
renunciar. Durante ese tiempo de cesantía se había mantenido
con la venta de algunas de sus colecciones, esperando el pago de
sus prestaciones.
    Finalmente, después de tanto buscar, se encontró con una
oferta para administrar un campamento turístico en el río
Sipapo, cerca del cerro Autana en el Amazonas venezolano. No
tuvo contratiempo para llegar hasta el lugar. Allí se encontró con un ambiente realmente paradisíaco. El campamento estaba ubicado en una colina cerca del río, había playas blanquecinas, lajas oscuras y corrientes doradas. A lo lejos, sobre el horizonte se elevaba la serranía del Cuao, en cuya cima reposa la laguna
de bordes profundos. Y todo lo demás era selva, serranías y ríos.
Lugares insospechablemente vírgenes.
    Durante la época de auge del turismo en la región, el campamento registraba gran afluencia de personas, nacionales y extranjeros; la mayoría iba en busca del disfrute de la paz, la
interconexión espiritual con las emanaciones esotéricas que
provienen de las montañas milenarias, combinada con las
posibilidades de aventura que ofrecía el lugar. Sus propietarios habían reacondicionado recientemente las instalaciones y construido una pequeña represa para el suministro de energía eléctrica. Con todo, el nuevo encargado convenció a los dueños para acondicionar una caverna que había descubierto en sus
primeras exploraciones, con el fin de utilizarla como albergue turístico.
      Después de varios años de bonanza, sobrevino el caos
económico en el país y los visitantes desaparecieron. Frente a esta situación, los dueños del campamento decidieron irse al exterior y le dijeron al encargado: “Mire Rigoberto, esto va para rato, así que puedes quedarte por el tiempo que quieras, en caso
de que te quieras ir nos avisa, para dejar a otro, pero si decides
quedarte, haremos los trámites en el banco para que retires tu salario y algunos gastos operativos que genere el campamento.” Decidió quedarse y los dueños con toda confianza le entregaron las instalaciones para que la manejara como si fueran propias. Y
así comenzó una nueva etapa en la vida de Rigoberto.
    Durante el tiempo que disminuyó la afluencia de turistas, Rigoberto había aprovechado sus ratos libres para armar variadas colecciones, pues era su afición desde joven. Empezó
coleccionando orquídeas y mariposas disecadas, luego artesanía indígena, pintura indigenista y literatura sobre la orinoquia. Después logró reunir varias piezas utilizadas durante la época de explotación cauchera y algunas armas antiguas. Finalmente coleccionó cueros y pieles y también
animales disecados por él mismo, además reunió plantas y sustancias exóticas para preparar, como los indígenas, pócimas amorosas llamadas pusanas. Con el tiempo, habiéndose propagado la fama del inusitado museo, Rigoberto fue galardonado por la gobernación del Estado con la máxima condecoración otorgada a cultor alguno. Además fue declarado patrimonio viviente de la comunidad.
    Transcurrido algún tiempo, comenzaron a llegar de nuevo, en forma graneada, algunos visitantes. En cierta ocasión llegó un grupo de jóvenes, eran dos parejas, una mujer y el guía turístico. Venían con la intención de escalar el cerro Autana. El guía saludó con cordialidad a Rigoberto y le presentó cada uno de sus clientes. Más tarde, cuando estuvieron solos, el guía le advirtió
que Deixis, la mujer que pudo conseguirle en esta ocasión era
muy arisca y sólo venía a ver si le gustaba el trabajo, aunque la
contactó en un hotel de dudosa categoría se la daba de pretenciosa. “Está bien ─dijo Rigoberto─, me tocará convencerla. Antes de irte arreglamos cuentas.” Rigoberto detalló a la mujer morena, admirando su graciosa sonrisa de su boca ancha, ojos almendrados y vivaces, pelo
negrísimo como el de las indias, cortado a ras del hombro y también a ras de sus cejas. Notó bajo su franela el par de senos prominentes y, al bajar la mirada, contempló sus anchas caderas y contorneadas piernas, moldeadas por un ceñido pantalón. La
mujer se inquietó al percibir que su admirador la estaba desnudando visualmente. Qué hermosa es, pensó él, es la que andaba buscando.
Les atendió con esmero desde la misma tarde que llegaron, especialmente a la dama de sus sueños. Les preparó un par de
pavones asados, con mañoco aliñado y yuca con salsa de culantro y catara picante. Departieron después alrededor de una fogata. Rigoberto encandilado por el chisporroteo reflejado en las miradas perspicaces que Deixis le dispensaba, se prendaba
cada vez más de ella; sin embargo ella lo esquivaba cada vez que él trataba de abordarla. Finalmente fueron a dormir en sus respectivos chinchorros colgados bajo una churuata. Después de comprobar que todos dormían, Rigoberto se dirigió hacia la caverna. Al día siguiente, después del desayuno, salió la
excursión. Rigoberto los despidió, no sin antes rogarle a Deixis que se quedara para hablarle sobre el trabajo, pero ella no accedió. El grupo hizo la jornada y acampó al caer la noche en un claro de la selva en las faldas del cerro y más tarde durmieron alrededor de la fogata.
Rigoberto había quedado inquieto, ansioso y, sin poder soportar su ansiedad, al medio día había salido tras los excursionistas. Al anochecer los había alcanzado pero no se les
unió, sino que se dedicó a vigilarlos subrepticiamente. Cuando consideró conveniente, se acercó sigilosamente a la mujer que dormía sola, pues las demás lo hacían acompañadas. Al sentirse atrapada quiso gritar pero un trapo mojado con cloroformo la
entregó al inconsciente.
    Deixis despertó en un lugar iluminado por lámparas eléctricas y observó que las paredes y el techo arqueado e irregular eran de piedra, entendió que, indudablemente, era una caverna. Después observó un escaparate lleno de vestidos, ropa
íntima y zapatos, como si fuese una habitación de mujer, y entonces se dio cuenta que estuvo sentada en una espléndida y mullida cama. El clima era agradable, pero no observó ninguna salida de aire acondicionado. Le extrañó que caminara sobre un
piso de cemento pulido y su asombro llegó al límite cuando, esperanzada en escapar, abrió una puerta y entró a una sala de baño con tina, toallas y perfumes. Golpeó con todas sus fuerzas la puerta de entrada y, sintiéndose atrapada, comenzó a gritar pidiendo auxilio y gritó fuertemente hasta que sintió dolor en su garganta y sus pulmones, pero sus desesperados gritos no traspasaron los cerramientos de la profunda caverna.
    Antes de mediodía del siguiente día regresó una de las parejas de excursionistas muy preocupados y angustiados a ver si la muchacha había regresado al campamento. También vino con ellos el guía para avisar a las autoridades en la ciudad.
Rigoberto se ofreció a acompañarlos de regreso para sumarse a la búsqueda. A los tres días llegó una comisión de exploradores de Defensa Civil, pero todo resultó inútil. Al cabo de una semana abandonaron el lugar, todos abatidos. Incluso Rigoberto, simulaba gran preocupación, pues era la primera vez que tenía problemas con una mujer de las que traía su socio, el guía. Él le llevaba, entre los grupos de turistas una mujer, generalmente de vida dispendiosa, fingiendo que era para el servicio del
campamento. Hasta el momento no había sido rechazado por ninguna, pues apoyado por la supuesta acción de la pusana, un filtro amoroso, y del dinero, se entregaban complaciendo todos sus caprichos sexuales, que incluía el trueque de prendas íntimas
usadas por unas nuevas, para incluirlas en sus colecciones.
    Durante cierto tiempo convivía con ella en su casa-caverna; después las despachaba con un generoso emolumento, con el compromiso de que no divulgaran nada. Pero esta vez, la caprichosa Deixis se empeño en realizar la excursión y Rigoberto se desesperó y no quiso esperar un día más. Había sentido tanto deseo, que fue tras ella, sin medir las
consecuencias. También estaba disgustado con el guía porque la
mujer, aunque era la única hermosa que había llevado, no había resultado dócil y, al mismo tiempo, estaba desesperado por librarse de ella sin escándalo, ya por su temperamento, era obvio que Deixis protagonizaría una algarabía.
    Unos días después de haberse ido el grupo, ella aún se resistía a complacerlo voluntariamente, no había duda de que el guía se había equivocado de mujer. Se resistía a entregarse a Rigoberto, exasperados ambos, uno por ansiedad y la otra por
desprecio, riñeron; él la golpeó, ella agarró un cuchillo de cocina y se le fue encima, forcejearon ferozmente y de pronto, el cuchillo, forzado por la mano del hombre, penetró en la
humanidad de la bella mujer.   Entonces, desde aquel momento el
coleccionista inició su nueva colección de mujeres disecadas.

                      COLECCION

Hay cosas en la tierra
que están dispersas, sin uso.
¿Qué daño le hacen a cualquiera
si alguien allí las puso?
Me refiero a obras y utensilios
que sobreviven al ser humano
y permanecen por siglos
si el coleccionista les echa mano.
Que recuerdan a los muertos
desde santos a delincuentes
cuando la colección vapor cierto
contra el mundo de inconscientes.
Yo juego al curador
coleccionando pertrechos
que de no ser por mi labor
pasarían por desechos.
Coleccionar me propongo,
de mi tierra los esplendores,
de los niños su inocencia,
de las mujeres sus candores
y de los hombres su jactancia.
Para adornarlos a ellos:
a indígenas y criollos, en vez de alhajas
colocaría en soberbio ambiente,
imágenes de ríos, lagunas y lajas,
de serranías y llanuras, suficiente.
Allí también dispondría y cabe
las frutas y flores preciadas
los animales, peces y aves.
La catara, el guarubé y el ají
con el mañoco y el casabe
y todo lo que sea de aquí.

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