Nuestra casa tenía un cuarto extra. Tenías que salir por la cocina y atravesar el patio. Era como si viajaras a un lugar más frío porque al momento de pisar la sombra del lugar, una brisa te arropaba la piel. Era un cuarto desapercibido, casi extinto, muerto, nunca nadie hablaba de él. No se suponía que lo hiciéramos.
Solo en julio se hablaba del cuarto, porque en julio las golondrinas suelen llegar, reproducirse, dejar huevos, tirar otros, nacer, tirar crías, llorar, comer, cantar, volar. Las golondrinas tenían su nido a un par de metros del cuarto en silencio.
A veces, en julio, sobre todo, en julio, asomándose por la ventana de la cocina, podías verlas a ellas. A las golondrinas. A las pequeñas cabezas sin plumas que dejaban colgar sus cuellos sobre el límite del nido. Pensabas en lo frágil que es la vida, pensabas en el cuarto. Y relacionabas mucho a estas dos.
Pero enseguida tenías que callar al pensamiento. Era darle demasiada importancia al cuarto. A aquello que existía y moría dentro de él. Y cuando uno empieza a jalar los hilos de la consciencia, las entrañas empiezan a morderse unas a las otras.
No solíamos recibir muchas visitas, el producto de una soledad acumulada por los años; ayudaba mucho a no pensar en cada rincón de la casa, a no interesarse por los secretos que se guardaban debajo de las escaleras. Solo las golondrinas eran los únicos extranjeros que venían, eran suficientes. Las personas suelen ser más frágiles incluso que ellas. A las golondrinas no teníamos que explicarles razones de por qué el cuarto siempre tenía la puerta abierta.
Quizá nunca me hubiera dado cuenta de lo frío que era aquel cuarto si Erick no lo hubiera mencionado. Yo atribuía la frialdad a la sombra y al rincón, al silencio. Él, al cuarto.
En julio. Erick miró por la ventana de la cocina en julio y lo mencionó.
—Ya vinieron las golondrinas.
La naturalidad de sus palabras me sorprendió. Como si él hubiera estado aquí todos estos años, como si también hubiera ocultado al cuarto en lo profundo de su garganta.
No le conté nunca lo del cuarto, porque no lo pensé necesario. Erick no era persona curiosa, no preguntaba demás. Solo observaba y asentía. Y pensé que lo mismo ocurriría con las golondrinas. En efecto, un día en julio Erick las observó anidar. Asintió.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Tomó pasos. Primero abrió la puerta de la cocina. Después se paraba afuera en el patio y hacía ruidos para llamar a las golondrinas. El punto decisivo fue cuando se detuvo frente la puerta del cuarto muerto. Ahí, donde ya no llamó a las golondrinas. Lo supe entonces, lo supe porque dejó de observar el interior del cuarto y me volteó a ver a mí. No asintió. Regresó a la casa. Una pena, me hubiera gustado quedarme más tiempo con Erick.
Abrí la puerta del cuarto. Mamá lo hacía cuando se enojaba, la dejaba abierta. Todos aterrados observábamos desde lejos. Sobre todo en julio. En julio porque había golondrinas; para ese entonces, Erick ya observaba los intentos de las pequeñas golondrinas por abrir las alas. Siempre hay una que lo hace demasiado rápido, una que siempre se cae.
La golondrina entró al cuarto.
—No ha vuelto —habló espantado.
Y no volverá.
Era mi advertencia. Hasta ese día lo entendí de mamá. Abrir la puerta no solo era una rabieta de su parte. Era un aviso. Hay límites. Cosas que no debemos entender, sonidos que no debemos escuchar, puertas que no debemos abrir. Cuartos a los que no debemos entrar.
Esperé que las historias de mis ojos fueran suficiente para detener a Erick. Para que siguiera observando y asintiendo. Repetí en mi cabeza su imagen, los músculos que se tensaban mientras sus ojos se clavaban analizando, los músculos que se tensaban mientras levantaba las comisuras de sus labios.
En julio Erick entró al cuarto y yo cerré la puerta.
Las golondrinas escucharon los gritos, pero ellas, las extranjeras, saben guardar secretos.
Notita de noir:
Pobrecito Erick.
Este cuento era parte del desafío de writober de rithio que nunca terminé :,c
ESTÁS LEYENDO
Los cráteres de Marte
De TodoAntología de cuentos diversos, todos comparten un lado oscuro y crudo.