¿De qué color es el cielo?

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Marte: ¿Estás?

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Creador me obsequió la caja muerta en un callado día de invierno. Ese mismo día, veinte años atrás, nací entre el frío que deja tristes a los árboles. Fue un inesperado gesto de su parte, porque hasta ese entonces había pensado que él no recordaba la fecha exacta de cuando yo llegué aquí, y mucho menos esperaba que él me diera uno de sus preciados inventos. 

Él se detuvo frente a la puerta de mi habitación. Lo recuerdo bien. La llevaba casi escondida entre las manos. Una caja cuadrada. Desde la esquina de mi cama el metal gris y raspado se veía tan parecido a ese infierno que Creador solía hacer. Tosca. Fría. Impasible. La tendió frente a mí y apretó un botón pequeño que encendió una pantalla táctil. La caja parecía palpitar entre sus dedos, imitando a la vida. Sangre. Latido. Corazón. 

Jamás me acercaba a sus inventos, pero cuando la dejó caer al suelo, corrí por miedo a que se hubiera destruido. La caja no dejó de latir. Descubrí una pequeña y arrugada nota con tinta azulada escrita a mano, pero Creador no la resolvió para mí. Hasta ahora no he podido descifrarla. Es razonable, él nunca me dejaba acercarme a sus objetos así como él nunca quería observar a los míos. Posiblemente era una advertencia, el secreto que le empujó a dejarme tal tesoro maldito. Lo único que me dijo aquel día fue que hiciera con la caja lo que quisiera.

Ahí entre el suelo salpicado, los lienzos escondidos y el frío de mis dedos, la acerqué a mis oídos. La escuché. Era ridículo que de un objeto tan pequeño pudiera sentir la vibración de un corazón sobre mis yemas. Tun tun. Creador dijo que funcionaría mejor entre más tiempo interactuara con el objeto. Le pregunté el porqué lo dejaba conmigo, pero no obtuve respuesta. Para él había cosas que yo jamás entendería y no valía la pena gastar el tiempo. Tun tun.

Creador dijo que la caja aprendería de mí, pero que no sería útil. Guardó silencio un momento, y noté que había manchado la caja con mis dedos. No entendía, pero no podía dejar de sujetarla.

No. No entendía, sin embargo, Creador no estaba hecho para ser entendido. Le encantaba hablar de códigos, de datos grandes, de simulaciones, de información y realidades; así como amaba recitar golpes, susurros siniestros, azules y negros, saliva y sangre. Analizar, interpretar y aprender. 

Pero con aquel tono muerto con el que siempre se dirigía a mí, Creador dijo que le hablara. 

Entendí eso.

A veces todavía regresa la incertidumbre a mí. Quizá Creador realmente no sabía que, como esa caja, yo había nacido en el mismo día. Cabía la posibilidad de que solo fuera una coincidencia. Después de todo, él creaba y destruía todos los días. Había veces en las que sus creaciones eran todo lo que contenía la basura. No significaba nada para él regalarme alguna, al menos, no significaba nada bueno. 

No puedo culparme por haber pensado que la caja era un obsequio preciado. Tenía que serlo. Para Creador ese objeto no era nada, poco menos que yo. Sin embargo, en el momento que el hombre que me crió junto a otras mil cosas muertas, salió de la habitación, el objeto se convirtió en mi todo. 

Lo primero que le di fue un nombre. Marte. Dios de la guerra, hijo de Júpiter y Juno. El que creaba arroyos de sangre y sonreía a las guerras. El tercer día de la semana, y el tercer mes del año.



«¿Marte?»


Marte. Juno había huido del Olimpo. Se escondió en un templo de flores y jardines. En los campos de Oleno, como se lo indicó la diosa de los jardines, Juno eligió la flor que le pareció más bella. Júpiter en forma de flor.

Los cráteres de MarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora