3. Disfrazando la cobardía

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Las noches siguen pasando y cada vez hay menos luz a mi alrededor, entretanto, me marchito en la lobreguez que ha traído consigo la luna nueva que hoy me muestra su cara más oscura. Silenciosa e invisible a mis ojos, tan ausente. Sé que está ahí, pero es como si no existiera, tal como me siento yo, y a pesar de que es algo que debería preocuparme, debo reconocer que mi inexistencia siempre ha sido autoinfligida.

Soy noctámbula desde mi adolescencia, cuando descubrí que vivir de noche me alejaba del ruido de la gente, pero, sobre todo, de sus prejuicios. Es así como mi habitación se convirtió en mi lugar seguro, uno que me invitaba al recogimiento, y que, en algunas ocasiones, también tuvo que albergar mi melancolía. Un espacio que siempre me resguardaba y me hacía sentir que estaba bien ser diferente, sin embargo, después de tanta presión, un día decidí enterrar esas rarezas optando por ser invisible. Pasar desapercibida se convirtió en mi mayor propósito y para hacer eso tuve que mezclarme a tal punto que obligué a mi alma a fundirse con los estándares que nunca pretendí alcanzar.

Ya han pasado muchos años desde que tomé aquella decisión. Adaptarme fue más fácil de lo que suponía, para sobrevivir tuve que aprender a usar máscaras que con el transcurrir del tiempo se convirtieron en la mejor herramienta para disfrazar mi cobardía. Estas caretas las combino con el traje de turno con el que dispongo para encajar con mi entorno de acuerdo con la ocasión, es solo que me acostumbré tanto a usarlas que las llevo incluso a la cama desde el día que, al quitármelas, no me reconocí en el espejo.

Hoy soy una extraña hasta para mi almohada, he perdido todo rastro de quién era y de quién quería ser, en mi memoria no yacen los recuerdos de mis glorias pasadas, y si alguna vez tuve sueños, ahora no son más que delirios fantasmagóricos tirados al olvido. No hay nada que me distraiga o me abstraiga de esta realidad. Vivo por inercia, soy una máquina que come, pero que no le siente el sabor a la comida, y mientras pierdo uno a uno los sentidos, transito los caminos que me indican, pues mi brújula se ha dañado tras haber arruinado mi capacidad de moldear las sendas que antes recorría libremente al fabricar mis propias fantasías. Así vivo, sin recuerdos, sin sueños, sin sentidos, sin creatividad. Simplemente, no existo.

LA NOCHE OSCURA DEL ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora