Desconectados

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Desde temprano, la ruta emprendida entre los estrechos senderos en las montañas ha sido complicada; lo único que los ha hecho reír ha sido el intenso flirteo que llevan Pipo y Luna, su amigo, Marco, no deja de estar sorprendido y cada cierto rato le sugiere a la chica que se contenga, pues la intensidad de los besos es abrumadora. Demian sonríe cada vez que se detienen y los ve abrazados, no esperaba que su distinguida amiga se sintiera atraída por un chico con las características de Pipo.

Han llegado hasta lo alto de una montaña a varios kilómetros del Lago Huishue, están exhaustos y se sientan a contemplar el imponente paisaje que les ofrece un cálido día de verano. Marco bebe un poco de agua de una de sus últimas botellas y come una galleta que Pipo le ha dado, siente que casi no le quedan fuerzas para seguir con la aventura; a ratos se arrepiente de haber aceptado, pero en el fondo, sabe que es la mejor opción.

—Muero por estar descansando en mi sillón y mirando series —reclama Marco observando el paisaje.

—¡Ay, amigo, no te desanimes! —grita Luna abrazada a su galán.

—Aún puede devolverse, su majestad —sugiere Demian, de pie sobre un tronco con las manos en la cintura.

Marco lo mira y levanta una ceja en señal de desagrado, aunque ahora siente que solo se lo dice en broma, pues su mirada ha cambiado cuando le habla.

—¡Qué cresta es esooo! —interviene Pipo, soltando un momento a Luna.

Todos dirigen sus miradas hacia el sur, una columna anaranjada de rayos se divisa subir hasta el cielo y las nubes se aglomeran a su alrededor tornándose cada vez más oscuras.

—Hacia allá... está... Osorno —murmura Demian atónito.

Los cuatro se reúnen a ver qué está sucediendo en donde suponen está la ciudad, un movimiento del terreno los pone en alerta y se afirman con fuerza de los árboles; Luna grita asustada, sus ojos se tornan vidriosos y siente el corazón acelerado.

—Perrito, ahora sí te estoy creyendo esa weá del cuadernito de tu abuelo —afirma Pipo viendo la extraña columna que se pierde en el cielo.

La vibración en el suelo no ha cesado y las aves vuelan espantadas, los cuatro se mantienen unidos para contenerse; Marco mira su móvil y descubre que ha perdido la cobertura al igual que los demás. Demian comienza a sentirse mareado, su pecho está oprimido y empieza a respirar de forma acelerada, mientras cae de rodillas.

—¡Hermanito, qué te pasa! —grita Pipo intentando socorrerlo.

Los demás hacen lo mismo, pero no saben bien qué hacer, pues Demian parece ahogarse; sus ojos están desorbitados y está en posición fetal en el suelo, no tiene fuerzas para levantarse.

—Demi, ¿qué te pasa?

Luna intenta socorrerlo y tiembla de miedo al verlo en ese estado.

Marco se agacha y le sostiene la cabeza para que pueda respirar sin dificultad, siente temor de que algo le suceda; es la primera vez que puede sentir su piel y teme que sea la única oportunidad de tenerlo cerca.

El temblor ha mermado y la extraña columna de rayos también, poco a poco, Demian comienza a recobrar el aliento y se sienta rodeado de sus amigos; Pipo le pasa una botella con agua y le ayuda a beber unos sorbos.

—No sé qué ha pasado —dice Demian con dificultad—. Sentí que todo se tornaba oscuro y no podía respirar —añade mirando a Marco.

Permanecen un rato en el lugar y vuelven a revisar sus móviles, pero ya no tienen cobertura, por lo que han dejado de tener noticias de la ciudad. Pipo ve a lo lejos un camino de tierra y deciden ir hacia allá para avanzar por un sitio menos dificultoso, el extraño evento los ha dejado consternados y mientras caminan casi no hablan. Demian, con precaución de no ser visto por los demás, con cuidado despega de su piel el cuello de su sudadera y mira el colgante que su abuelo le dio antes de salir; lo toca y está tibio. Un cúmulo de ideas vienen a su mente, prefiere no decir nada y continua la caminata por el polvoriento camino que han encontrado.

—Gracias por ayudarme —se detiene Demian a decirle a Marco, el que viene unos metros más atrás.

—De nada, nos diste un buen susto —responde Marco con una sonrisa.

—Tienes las manos más suaves de lo que imaginé... las sentí mientras sostenías mi cuello—le confiesa Demian tras guiñar un ojo.

Marco queda perplejo y su estómago se revuelve, pero no alcanza a reaccionar cuando sienten un ruido que se acerca, seguido de una polvareda.

—¡Atentos, manada! —advierte Demian a viva voz a sus amigos.

El ruido de un motor los pone en alerta y por el camino ven aparecer una camioneta que se detiene frente a ellos; de ella descienden un hombre mayor y calvo junto a una mujer, también mayor, de buen aspecto.

—¿Qué hacen por estos lados unos chicos tan apuestos? —pregunta la mujer de largo cabello claro rizado—. Supongo que sintieron el temblor —dice aún asustada con una mano en el pecho.

Todos responden casi al unísono de manera afirmativa. Pipo y Demian la miran sorprendidos, pues viste ropa deportiva ajustada y luce espectacular; él usa jeans holgados y una camisa de marca. En la vestimenta y gestos de ambos se nota que son personas con dinero. Marco y Luna saludan agitando sus manos.

—¿Pa' dónde van muchachos? —les consulta el hombre ajustando su abultado abdomen con el cinturón.

Demian se les acerca a saludar y les dice que son mochileros en busca de un lugar en donde poder pasar la noche; Pipo asiente con la cabeza a cada frase que su amigo dice y sonríe al punto de parecer idiota frente a la apuesta mujer.

—Es su día de suerte, guapetones, su buena vibra nos llamó —interviene la mujer sonriendo—, tienen buen aura estos cabros, démosle una mano, gordo —dice con gracia mirando al hombre de menor estatura.

—No hay nada que pueda negarle a mi mujer, muchachos —añade inflando el pecho—, podemos llevarlos al refugio —añade indicando el camino en dirección hacia arriba.

—Tenemos un retiro espiritual, exquisito, que se mueren lo divino —la mujer gesticula con amplios movimientos—, se pueden quedar allá, se ve que son lo más clever que hay —invita posando sus manos en la cintura.

Demian y sus amigos se miran, saben que se refiere al lugar del cual habló el campesino y disimulando no saber nada, aceptan el ofrecimiento.

—Mi nombre es Eva y él es Octavio, mi marido... suban en la parte trasera y los llevamos sin problema —afirma la atractiva mujer.

Los chicos cargan sus mochilas en la camioneta y luego se suben, sienten alivio de no tener que seguir caminando y un poco de incertidumbre al tener que llegar a un sitio de personas desconocidas. Se miran en complicidad y luego ríen al notar que han mentido a un gentil matrimonio. Luna mira con enojo a Pipo, pues no dejó de mirar a la guapa señora mientras se presentaban, en tanto Marco va sentado junto a Demian; se siente tranquilo y aliviado de que se haya recuperado, lo mira de reojo para no ser descubierto.

Octavio conduce con precaución por el irregular camino y cada cierto rato mira por el retrovisor. Su mujer se humecta las manos con crema y permanece pensativa.

—¿Serán ellos? —le pregunta Octavio con el ceño fruncido.

—Eso espero, corresponde a la descripción que tenemos —responde Eva acomodando su cabello—. En el refugio lo averiguaremos —añade y voltea a verlos mientras sonríe.

AJENJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora