El gran juicio

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El atardecer tiñe de un color anaranjado el cielo. Desde lo alto en donde se encuentra el refugio, es imposible aún darse cuenta del sufrimiento que invade los alrededores con miles de personas enfermas, los muertos y la incertidumbre que ha generado la aparición de una entidad demoníaca; están protegidos por una privilegiada posición cerca del Lago Huishue en la cordillera. Dentro de este pequeño oasis que durante largo tiempo han construído con esmero bajo las instrucciones de Eva y su marido, la comunidad ha recibido las palabras de sus líderes como una verdad absoluta; han sido formados en la idea de que un ser superior proveniente de otro plano llegará al mundo para escoger a sus discípulos y mediante extraños ritos lo han invocado durante meses, razón por la cual se encuentran montando un espacio sagrado donde realizar el gran ritual para el cual se han estado preparando.

Han dispuesto en el centro del refugio un lugar donde encender una enorme hoguera para sacrificar a los cautivos, creen que el ser que invocarán lo tomará como una ofrenda y desean ser sus escogidos. Alrededor hay unos tambores dispuestos para ser utilizados en el momento de la ceremonia; los que ya han terminado de ordenar o traer trozos de leña, se preparan para la noche. Se han separado hombres y mujeres para realizar una purificación antes del gran momento, por lo que, poco a poco, se concentran en sus respectivos domos. Las mujeres recitan una especie de oración, mientras que Eva con un sahumerio se mueve por la habitación limpiando el espacio; luego se van desnudando y son purificadas con el humo que emana del manojo de hierbas secas, para luego poder vestirse con un sutil vestido corto y blanco. Los hombres, de igual forma, son limpiados con el humo de un sahumerio llevado por Octavio; estos permanecen en silencio absoluto y luego se despojan de sus prendas para formar un círculo abrazados en torno a su líder, quien los unge en la frente con aceite y luego mancha sus rostros con sangre de un animal sacrificado. Uno a uno se visten con pantalones blancos de lino, y el torso descubierto. Por un largo rato mientras el sol se oculta, un silencio abrumador invade el refugio.

El último rayo de sol se pierde en el horizonte y los hombres salen raudos a sus posiciones; uno de ellos emite un aullido como si fuese un llamado de guerra y tras él aparece Octavio con una antorcha encendida que utiliza para encender la gran hoguera. Los tambores comienzan a sonar con suavidad y aumentan la intensidad a medida que el fuego se aviva. Las mujeres comienzan a salir en una larga fila que rodea la fogata detrás de los hombres; Eva se para sobre una piedra que han dispuesto para que realice la ceremonia, murmura la oración que hacían en el domo las mujeres.

En la habitación prohibida, los cautivos escuchan lo que afuera sucede; el sonido de los tambores les provoca temor y se miran aterrados. Mientras Eva comienza con un cursi discurso de apertura antes del ritual, la puerta de la habitación se abre otra vez; es la mujer que los ha estado ayudando todo el día, esta vez viste de blanco y les dice que ha logrado ponerse al final de la fila y escapar sin ser vista. Les pide que una vez liberados, sean inteligentes y escapen en cuanto encuentren una oportunidad; luego busca en uno de los viejos muebles un cuchillo para poder ir liberando a los jóvenes. Uno a uno caen como marionetas por lo débil que se encuentran, y se van incorporando para no perder tiempo; las últimas ataduras cortadas son las de Alberto y Cipriano.

—¡Tatita! —solloza Demian al tiempo que abraza a su abuelo mientras los demás ayudan a Alberto a levantarse.

Cipriano acaricia a su nieto emocionado, las lágrimas inundan sus rostros; Marco le presta ayuda a Demian para levantar con cuidado al anciano y mientras los tambores no paran de sonar se alistan para huir. Pipo y Luna sostienen a Alberto, mientras que esperan la señal de la mujer para salir. El sonido de los tambores cambia y se hace cada vez más acelerado, sus miradas desconcertadas se cruzan varias veces, hasta que la puerta se abre casi como una explosión tras una fuerte patada que le ha propinado uno de los hombres más fornidos de la comunidad que ingresa enfurecido junto con Octavio y otro hombre más.

—Camelia, ¿Qué haces aquí? —dice sorprendido el imponente hombre rubio que ha despedazado la puerta.

Octavio y el otro acompañante están armados con revólver y los apuntan; sus miradas están llenas de ira.

—Amor, estoy cansada de seguir las locuras de Eva y de esta comunidad que parece estar enloqueciendo —responde ella con los ojos empapados.

Octavio enfurecido les ordena que la tomen y sea encerrada con la "bestia" en la sala contigua. Camelia se esconde detrás de los jóvenes que miran desconcertados lo que ocurre.

—¡No, por favor! —ruega Camelia temblando—. Amor, soy tu esposa —añade viendo al fuerte hombre acercarse a paso firme.

Pipo se interpone en su camino, pero es lanzado al piso de un manotazo dado por el furioso hombre, quien toma a la mujer de un brazo y la arrastra hacia sus compañeros.

—Lo siento, Camelia. No podemos fallar, seremos los elegidos —asegura él, viendo a su esposa llorar—. Háganlo ustedes, yo no puedo —añade al tiempo que se la entrega a Octavio.

Entre forcejeos Camelia es arrastrada por Octavio y su otro acompañante; ella grita desesperada para no ser llevada a la habitación que está al lado, mientras los demás permanecen asustados intentando mantener de pie a los ancianos.

—¡No me dejen ahí, se los suplico! —exclama Camelia con fuerza—. ¡Reaccionen, están volviéndose locos y el fanatismo los ha cegado! —replica justo antes de que abran la puerta de la otra habitación.

Al abrirse está todo oscuro, los tres en el umbral sienten náuseas; pues el olor a descomposición se percibe con claridad. La mujer desesperada sigue luchando por soltarse, pero es lanzada sin contemplación en el interior.

—¡Están locos, el fanatismo ya ha matado demasiadas personas en el mundo! —vocifera Camelia justo antes de que la puerta se cierre por completo.

La mujer queda tirada en el suelo húmedo y frío; no logra ver nada, pero percibe una respiración dentro del lugar. Llora en silencio y se queda inmóvil.

Octavio y su acompañante apuntan al grupo y ordenan que salgan con los ancianos a rastras; el ritual no se ha detenido, pues mientras ellos arreglan el incidente, los demás han comenzado con su plegaria para invocar a lo que denominan "Maestro".

—Absinthium... —repiten una y otra vez al son de los tambores.

Las llamas de la hoguera crecen y los cautivos caminan de forma errática por el camino de antorchas que han preparado los de la comunidad. Marco y Luna tiemblan de susto, permanecen aferrados unos con otros y detrás de ellos continúa Octavio con su ayudante apuntando para mantenerlos amedrentados. Lucen en malas condiciones y sus cuerpos semidesnudos comienzan a resentirse con el frío que aumenta.

Eva lleva puesto su colgante y el de Demian, luego comienza a invocar a su Maestro junto a su compañera, quien es la otra mujer que usa un colgante de Omiun. Ambas elevan plegarias en donde llaman incontables veces a la entidad que adoran. La temperatura continúa descendiendo y el pasto comienza a escarcharse.

Kilómetros abajo, en un estero cerca del refugio, la mancha roja en el agua viene acompañada de pequeños peces y algunos animales acuáticos muertos que flotan sobre la viscosa presencia. Las aguas se agitan y comienzan a hervir mientras el ser maligno toma forma otra vez. Emite un rugido al tiempo que sus ojos se encienden, siente la energía del llamado que están realizando cerca; percibe con su olfato que hay una energía poderosa reunida y sonríe sabiendo que es algo que le agrada. Vuelve a gemir, pero esta vez con toda la fuerza que tiene y se escucha como una bestia en medio de la noche; su cuerpo se enciende en un color rojizo y expulsa desde su pecho una serie de rayos hacia el cielo que se perciben desde lejos. Su mirada encendida como la lava apunta hacia el refugio, ha encontrado a quienes lo invocan con vehemencia; se eleva entre las copas de los árboles y avanza veloz hasta su objetivo en lo alto de la montaña.

Los helicópteros y aviones que lo buscaban sin cesar por las zonas aledañas se ponen en alerta y van hacia la dirección desde donde salieron los inusuales rayos; comienza un gran desplazamiento del contingente militar; los ojos del mundo ahora se dirigen a lo alto de la Cordillera de Los Andes.

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