Capítulo 34: No hay nada antinatural en querer

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Verónica caminó con desconfianza con su ligera, pero aún notable cojera que la abrumaba desde ese horrible accidente que tuvo en este mismo lugar. Teníamos la opción de quedarnos abajo a contemplar el cerro desde la plazoleta de entrada, pero ella misma insistió con ir a los miradores.

Al subir pude notar que estaba un poco nerviosa al acercarse a la orilla del primer mirador, por eso tomé su mano sonriéndole para tranquilizarla. Verónica era mucho más valiente que yo, por eso sabía que a pesar de todo subiría hasta la cima sin problemas.

Y eso hizo.

—¡Vamos Vero! —gritó Julián enviándola primero—. ¡Vos podés!

—¡Dale, boludo! —dijo reclamándole mientras observaba el piso de madera del mirador—. Me mandan a mí sola, si nos caemos, nos caemos todos. ¡Vengan! —Se rio pisando con desconfianza.

—No se va a caer. —Le dije acercándome a ella.

Vero dio sus pasos por la plataforma restaurada y reforzada que tanto había dado de qué hablar en el pueblo cuando ocurrió el accidente. El lugar era agradable, desde ese mirador podíamos ver toda la ruta y las sierras, también el lugar donde Vero cayó y estuvo horas varada.

—¡Qué hijos de puta! Todavía están las maderas ahí. —Vero se echó a reír luego de verlas ahí abajo.

—¿Hasta ahí te caíste? —pregunté viendo el lugar.

Mierda. Sentí escalofríos porque eran varios metros hacia abajo.

—Sí, me hice mierda —dijo riendo—, pero zafé. Ahora estoy pipí-cucú.

Me reí con ella, pero me sentí mal por todo lo que pasó ese día. Sin que notara mi pena, volví a enroscar mis dedos con los suyos para contemplar mejor el paisaje y disfrutar de la calidez del sol primaveral que nos alumbraba. Junto a nosotras estaban Julián y Nacho que no tardaron en abrir unas cervezas para compartir.

—Che, los otros se re perdieron. —Nacho acotó refiriéndose a nuestros otros amigos que se quedaron en el camino.

—Deberíamos perdernos nosotras también. —Vero susurró en mi oído y comencé a sentirme acalorada. Apreté su mano y ella sonrió con picardía.

—Sí, pero tranqui —musité sintiendo cómo me ponía colorada.

Todo esto era nuevo para mí, aunque había salido con chicos allá en Buenos Aires, nunca había salido con una chica. Y nunca había besado a alguien con esa apasionada intensidad que lo hice con Vero. Ni hablar de otra clase de cosas que jamás había hecho y en parte quería experimentar, pero todavía había algo en mí que no me dejaba liberarme.

Vero asintió comprensiva.

—Estaba jodiendo, Nati. Perdón si te incomodé. —Aflojó su agarre para darme espacio, pero yo apreté más su mano para que no se alejara.

Me acerqué a ella apoyando la cabeza en su hombro; las aves volaban sobre nosotros y las flores liberaban su perfume primaveral, a nuestro lado los chicos se reían como idiotas y nosotras disfrutábamos la compañía de la otra. Ella me comprendía y me hacía sentir segura, por eso no dejé que se alejara.

Vero lo había pasado tan mal en este lugar, que me alegraba verla sonreír a mi lado disfrutando y dejando atrás todo ese trauma. Solo le quedaba esa cojera que desaparecería pronto y su pierna volvería a funcionar como era debido, ella tenía la fortaleza para superarlo y yo estaría a su lado para verla hacerlo.

—¿Ya se tomaron todo ustedes? —Mati apareció junto a Cami reclamándonos por las cervezas.

Con Julián eran re compañeros, así que se pusieron a hacerse bromas y todos nos reímos. Cuando llegaron Thiago y Pilu seguimos disfrutando la tarde entre charlas, risas, papás fritas y cerveza. ¡Fue memorable!

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora