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—Me da tanto gusto saber que te ha ido bien, cariño. —expresó la señora Stephens con su característica sonrisa.

Su hija sonrió de vuelta.

A sus casi 20 años, había logrado entrar a una buena universidad y estaba apuntó de salir con la carrera que deseaba. Vivía en una casa sola en una parte de la ciudad, algo cercana a la casa de sus padres, así que solía tener visitas de su parte.

—Daniela. —llaman la atención de la joven sus padres. Sacándola completamente de sus pensamientos.

—¿Si?

—Ya sabes, cuida mucho de ti, trata de descansar. Y sobretodo, mantente atenta al teléfono por si llamamos. —mencionaba su madre con algo de rapidez sonriendole mientras tomaba su bolso.

La azabache asiente lentamente dándole una sonrisa cálida a su madre.

—Claro mamá, tranquila, no tengo 14 años. —rueda los ojos sin dejar de sonreír de vuelta.

—Es mejor prevenir que lamentar. —replica— Adiós, tesoro.

Observa como su padre se acerca hasta ella dándole un pequeño abrazo.

—Te amamos, prometemos visitarte de nuevo. —afirmó para caminar junto a su madre hacia la salida de la casa y subir al auto.

—¡Adiós! Cuídense también. —acercandose hasta la puerta alza un poco la voz para notar después como se alejaban. Con una pequeña línea en sus labios, cierra la puerta de la residencia.

De alguna forma, antes para ella estar sola en casa era sumamente normal y no sentía más que tranquilidad.

Y ahora no podía negar el hecho de que la soledad la abrazaba más que nunca.

Da un suspiro para desplazarse por el pasillo que daba hasta su habitación pensativa.

《 ... 》

En el transcurso de la tarde en la ciudad, la pelinegra realizó uno que otro deber y algunos trabajos de la universidad como de costumbre.

Esperaba pronto acabar con todo lo que tuviera por hacer para estar más libre y descansar como se debe, pues llevaba días continuos realizando quehaceres.

Después de algunas horas, se centro en hacer ahora su cena.

En medio de su concentración sobre el sarten, escucha como el timbre de la casa suena con aquel sonido simple.

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