El primer encuentro [1]

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Adhara

—¡Vamos Adhara, con fuerza!

—¡Lo estoy intentando!, ¿sabes lo flipada que estoy ahora mismo?.

—¡Es qué casi le vencemos!, gira un poco a la izquierda y...—La voz dulce y emocionada de Enzo hace eco en la habitación. Luego, voltea sus ojos en un gesto disimulado y hace un mohín.—Hemos obtenido bronce, ha sido tu culpa. Eres una mala jugadora.

Golpeo mi cabeza con la estantería verde. Era el eufemismo de Enzo que llegaba a burlarse en mi rostro. ¡Era malísima en juegos de rivales!.

El eufemismo mayor.

Tal vez por ello mi intangible vida no cobraba sentido. Mi punto de vista siempre era el negativo. No existía ni el más mínimo detalle de la abnegación y el desinterés que desprendía mi cuerpo. Era más que sempiterno mi poca coherencia.

Suspiro.

Al menos le hacía feliz mi compañía a alguien. O eso se le hacía monótono afirmar a mi amigo Enzo.

—Te juro por la poca dignidad que arrastro que te torturaré observando Los miniums hasta que conozcas buenas técnicas para vencer en el juego y conlleves al menos una razón de existencia, Adhara. Me haces flipar de sorpresa.—Cuestiona mi amigo exageradamente, paseándose de un lado a otro histérico.

Yo por mi parte, me ocupaba de continuar respirando y existiendo lejos de Enzo. Llevábamos discutiendo más de dos horas y el creer que me convenció de jugar junto a él me hacía explotar la cabeza, ¡siempre se salía con la suya!.

Llueve.

De la nada, el ruido de la lluvia golpeando los cristales me horrorizan un poco. Mamá se acerca susurrando junto a su amiga Lily, que decidió visitarla este viernes a la tienda de donaciones. Lily, era una de las más conocidas y antiguas amigas de mi madre. En el instituto eran muy unidas. Pero Lilianny, nunca me agradó. Era una especie de señora suntuosa que conoces por casualidad un día, y de inmediato reconoces lo mala hierba que llega a ser. Todo en ella gritaba:

Chismes; opulencia; disgusto.

Pero prefería resguardarme mis actitudes y opiniones arrogantes conmigo misma. Incluso los fragmentos de manuscritos que nadie nunca observó.

Cruzo mis brazos desconcertada, mientras le hecho un vistazo de mala gana a Enzo, que recostado sobre una de las ventanillas se lleva a los labios un cigarrillo eléctrico de uva.

La luz del patio grande ilumina con desdén la plaza norte, junto a la gigantesca Iglesia. La ciudad comienza a ser iluminada una vez más, en honor a la hermosa lluvia que abarca nuestro pueblo con encanto.

Una espantosa sequía de unos seis meses, una vez más, se había esfumado. Si bien todo se encontraba en orden, los habitantes merecían su diminuto festejo. Lo lastimoso era lo poco que la lluvia perduró.

—Es la lluvia más extensa y ruidosa que he visto.—Opina en un tono sarcástico Enzo, haciendo una mueca espantosa de vulgaridad.

—Si. Pero al menos fue algo.

Los tacones rechinantes de mi madre crujean la madera gastada de los peldaños de mármol. Nuestra casa era un sitio viejo, duradero, pleno. Había permanecido en pie más que unos veinte años.

Teníamos suerte de tener un lugar tan grande y seguro como este. Obtener una mansión de este nivel en la ciudad era algo trabajoso. Nuestro esfuerzo familiar había engendrado maravillosos frutos.

Eso me recordaba algo; papá, llegaría en cualquier momento. Él se encontraba en constante movimiento y por ello yo, me ocupaba responsablemente de su humilde y  respetada tienda de discos. La mayoría eran músicas de los noventa, los ochenta y gran parte de la década se los setenta. Mi papá, el Señor Menester, se había encargado de ofrecerme los mejores gustos musicales del planeta.

Maldita Obsesión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora