A la deriva

4 1 0
                                    

Desde que era niño, siempre he sentido una gran fascinación por el mar. Me encantaba pasear por la playa, escuchar el ruido de las olas rompiendo en la orilla y sentir la brisa salada acariciando mi rostro. Mi amor por el océano solo creció a medida que crecía.

Un verano, decidí embarcarme en una aventura en solitario. Alquilé un pequeño barco y me adentré en el mar abierto. Mi objetivo era pasar una semana navegando y explorando las islas cercanas. Emocionado, me preparé con suministros y equipos, listo para mi escapada.

Sin embargo, lo que comenzó como una aventura emocionante pronto se convirtió en una pesadilla horrenda. Una noche, mientras dormía en la cabina del barco, algo me despertó de golpe. Abrí los ojos y me di cuenta de que el barco estaba completamente quieto. La calma que envolvía el aire era inquietante.

Me levanté y salí a cubierta, solo para descubrir que el barco estaba flotando en medio de la nada. El horizonte se extendía en todas las direcciones, sin un solo rastro de tierra a la vista. Entonces, la realidad me golpeó: estaba a la deriva.

El pánico se apoderó de mí mientras luchaba por encontrar una explicación lógica. Comprobé los instrumentos de navegación, pero estaban inactivos. No había señal de GPS, ni brújula o mapa para guiarme. Estaba completamente solo, en medio del vasto océano, sin la menor idea de qué hacer a continuación.

Los días se convirtieron en noches y las noches en días, mientras mi mente luchaba por mantener la cordura. La desesperación y el miedo comenzaron a apoderarse de mí. La soledad parecía devorarme lentamente, mientras las sombras de la noche se volvían más oscuras y amenazantes.

Durante esos interminables días de deriva, comencé a escuchar extraños susurros llevados por el viento y misteriosos golpes resonando desde las profundidades del mar. Mis ojos se abrieron aterradoramente cuando malévolas criaturas marinas emergieron de las oscuras aguas, sus ojos penetrantes fijos en mí.

Cada noche estaba acompañado por pesadillas vívidas y horribles visiones que amenazaban con romper mi cordura. No había escape, no había ayuda en el horizonte. Me había convertido en una presa indefensa, atrapada en las fauces del océano.

Los días parecían desvanecerse uno tras otro, mientras el sol desaparecía lentamente en el horizonte ilusorio. Estaba al borde de la locura, resignado a mi destino de desaparecer para siempre en las profundidades del mar.

Y luego, cuando estaba a punto de rendirme, un destello de luz emergió en el horizonte distante. Sentí una ráfaga de esperanza mientras me acercaba a esa luz fugaz. Un barco de rescate me había encontrado.

Mientras era llevado de vuelta a tierra firme, recordaría mi experiencia en el mar, cómo la soledad me había acechado y cómo el océano me había mostrado su lado más oscuro. A partir de ese día, mi amor por el mar se convirtió en respeto, una fuerza insondable que alberga tanto maravilla como terror.

Desde entonces, nunca me aventuré solo en el océano. El recuerdo de aquellos días a la deriva sigue resonando en lo más profundo de mi ser, recordándome constantemente que el mar puede ser tan hermoso como despiadado.

El Visitante NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora