Brunela y Perus. Parte final

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Un día de otoño, tuvo una visión extraordinaria y vio el Monte Terminasitad a través de su ventana. El famoso monte, como es sabido, se encuentra en el hemisferio opuesto a Gorgo-Et, en el lejano y misterioso norte, en donde hay vida artificial y reinos fabulosos y bibliotecas en la que muchos se han perdido, incapaces de encontrar la salida. ¿Cómo era posible que estuviera ahí mismo el Monte del Fin del Mundo? No lo sabía, pero tomó el libro de los anales guerreros que no había podido terminar a causa de la influencia de Brunela, una capa, un sombrero chato de palma verde, un bastón y dejó para siempre su habitación.

En pocos días estuvo en las faldas del Monte Terminasitad. Cuando llegó a la cima, hambriento y agotado, vio los valles de Gelpura y los supo cerca, aunque fuera imposible. ¿Quién lo ayudaba a huir de Brunela? ¿Quién cambiaba de lugar la tierra y sus montañas y sus valles para que él, Perus, un viejo lector cansado, encontrara la paz para terminar sus días?

De este modo, Perus recorrió el mundo y conoció ciudades y pueblos de los que nunca había escuchado. Y en cada uno de esos lugares buscaba un cuarto, una caverna, un calabozo en lo alto de una torre, se enroscaba en su manta añeja y se ponía a leer. Pero siempre, a los pocos minutos, de nuevo sentía la página del libro como una losa, el volumen como una montaña. Brunela había llegado. La flama quieta, el aire mudo, las grietas del mundo abiertas para dejar pasar sólo la presencia de la diosa. Y muchas veces Perus quiso hacer entender a Brunela que él la amaba, pero que su amor no valía nada y que su vida era muy poco. Y muchas veces Brunela le dijo que no le importaba, que únicamente un ser llamado Perus estaba en su mente, que su desesperación crecía con cada vuelta al mundo y que su comprensión de la eternidad era apenas un momento en su deseo de poseer a ese hombre insignificante.

Pasaron años penosos. Brunela persiguió a Perus y ya fuera en Talis, en Tempor-Et, en Medil, en Gorgo-Et, en Melia-Ut, en Galinitl, en Terminasitad, en Are-etrises, en Turbamed, en Henda-Et, los amantes se encontraban y ella deseaba llevarlo con ella y él se resistía y huía de nuevo.

La historia llegó a su fin el día en que Perus, moribundo, se detuvo en las costas de Henda-Et y miró el mar enloquecido por una tormenta. ¿Era la presencia de Brunela, una vez más? ¿O era simplemente una tormenta? Ya no lo sabía. Había perdido la razón. ¿Las fronteras entre el sueño y la vigilia?: las había atravesado muchas veces, sin saberlo. Brunela le había provocado asfixias, incontenibles torrentes de ideas, había jugado con su razón, pero ya no era capaz de vivir sin ella, cuando ella desaparecía por mucho tiempo, él miraba desesperado el cielo, la buscaba en las corrientes de aire que le provocaban neumonías. Y cuando ella aparecía por fin, él seguía siendo un ser insignificante que, aterrado, no soportaba la presencia de Brunela. "Me ahogaré en el mar de Suntaz, terminaré con mi sufrimiento". De su alforja tomó el libro Los anales y relatos magníficos de las batallas de Lim-Ka y lo sopesó. Apenas había leído una decena de páginas. Años y años y él sólo había leído una decena de páginas. Su mente había divagado durante todo ese tiempo entre el amor por Brunela y su deseo de escapar de ella. Y cuando parecía estar leyendo y pasando páginas, en realidad no ocurría nada. Sus ojos miraban los renglones, pero su mente estaba lejos, combatiendo entre las líneas soterradas del reino sobrenatural.

Sintió el agua fría sólo cuando le llegó al cuello. Luego dejó de respirar. Brunela, que lo vigilaba, agitó las aguas para salvar la vida de Perus y la corriente lo llevó a una isla.

El sol le consumía la piel cuando despertó en un mediodía ardiente. Perus miró a su alrededor. Un valle plano, algunas elevaciones en el horizonte, árboles, la entrada a un bosque. Eso era todo, rodeado de agua. Por primera vez en mucho tiempo no sintió que le faltara el aire, una claridad absoluta inundaba su mente, un caudal de ideas propias, largamente cultivadas, tomó forma en su cabeza. Sí, por primera vez en muchos años, ni Brunela ni su influencia estaban con él. Perus descansó y durmió como hacía mucho no podía. Cuando despertó de nuevo, las estrellas estaban sobre él, fijas, en una posición que él no reconocía. La luna apareció, iluminó, y desapareció de nuevo cuando la alcanzó la mañana. Y en todo su trayecto, no cambió de lugar. El sol también salió y se metió en el mismo sitio, un punto cardinal quieto e indeterminado.

"Aquí ella no podrá encontrarte, Perus", la suave voz de una anciana llegó con la brisa de una nueva madrugada. "Esta isla es el único lugar inmóvil del mundo, aquí Brunela no tiene poder, aquí no puede verte. Todo puede cambiar, todo puede decaer, pero no aquí, esta es la isla fija, esta es la isla sin tiempo".

"¿Eres tú quien me ha ayudado, diosa madre de las cuatro, diosa de la transformación y de la mañana, eres tú quien ha movido la tierra para que yo pueda huir de Brunela?"

Pero ya nadie le contestó. No importaba. Ahora estaba solo y su viaje había concluido.

Desde entonces, Brunela busca sin parar a Perus. Cuando cree que lo ha encontrado, el tiempo parece detenerse y el mundo se queda en suspenso. Algunos seres humanos lo notan y sienten una tristeza profunda que no tiene explicación. Cuando Brunela comprende que Perus no está, violentos vendavales sacuden los sembradíos y se pierden las cosechas. Brunela está condenada a no encontrar la isla inmóvil. Y por ello, el mundo está condenado a su furia.

Algunos dicen que Perus aún vive en la isla, pues ahí no existe la muerte ni la tierra se agita por los caprichos de las diosas. A la gente de Henda-Et le gusta recordar al viejo Perus –desde entonces un nombre sagrado para los bibliotecarios y los estudiosos– inclinado sobre la arena, leyendo y releyendo el denso ejemplar empastado en piel de Los anales y relatos magníficos de las batallas de Lim-Ka.

Brunela y PerusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora