Desolación

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Crowley veía como su ángel se marchaba en ese ascensor, luego de dedicarle una última mirada, que le dio la esperanza de que no iba a dejarlo; que equivocado estaba.
Subió a su auto, esa maldita música, no quiere llorar, pero lo hace incluso cuando la apaga. Sus ojos todavía estaban llenos de lágrimas cuando comenzó a manejar hacia su departamento y no hacía el Ritz como tenía planeado en un inicio. Azirafel, su amado ángel lo había abandonado, lo dejó solo, como siempre lo estuvo cuando él no rondaba cerca.
Sus labios aún cosquilleaban, algo que tanto anhelo sin siquiera ser consciente, los labios de Azirafel eran lo más suave que había sentido jamás, era como ir hacía el Cielo, maldito Cielo que le robó a su ser más preciado. Maldito beso que solo sirvió para recibir un miserable ¨te perdono¨. Años de negación para que cuando al fin se permite amar Dios, o Satán o quien diablos sea, se lo arrebaten en un instante.
Su departamento nunca se había sentido tan desolado, tan frío. Todo estaba como recordaba, gracias a Satán.
Alguna vez deseó compartirlo con el ángel, pero la librería había terminado por ser su lugar, el de ambos. Por eso cuando le dijo a Zira que no podía dejar su librería realmente se refería a que no podía dejarlo a él, otra vez, no creía poder soportar otro rechazo por parte de su amado.
Decidió que a partir de ese momento su vida se basaría en alcohol y Queen a todo volumen.
Realmente así fueron sus días hasta que su teléfono sonó inesperadamente, solo su ángel lo llamaba, no se relacionaba con nadie más. La esperanza que se había instalado en su corazón no duró demasiado, ya que una vez que contestó, escuchó la voz de Muriel.
- ¿Qué quieres niña? No tengo tiempo para idioteces.
- Señor Crowley, encontré unas cosas del señor Azirafel y pensé que como usted es un buen amigo de él desearía conservarlas. Yo no se que hacer con ellas, no son libros, a mi solo se me encargó cuidar de ellos mientras el señor Azirafel no se encuentre en la tierra.
- Muriel, hablas demasiado y yo estoy muy ebrio para escucharte. No sé de qué cosas puedes estar hablando pero déjalas en su lugar y no toques nada. No olvides no vender ningún libro o juro que yo mismo iré a sacarte a patadas de la librería.
Cuando Crowley estuvo a punto de colgar Muriel habló apresuradamente.
- Pero señor Crowley, estos emm.. ¿Diarios? Si, creo que así se llaman, tiene muchas escrituras del señor Azirafel, incluso en algunas habla de usted. Realmente creo que usted debería conservarlos.
Crowley lo pensó demasiado, pero decidió ir hacía la librería y ver que eran esos diarios.

Ese maldito caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora