Intercambio Equivalente

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Me encontraba acostado en la canoa, demacrado, hambriento, sediento… tocaba con mis dedos huesudos las aguas en las que me embarcaba, con grandes deseos de beberla.

A mí lado, La muerte, vestida con una túnica negra, sostenía el remo con ambas manos, remando sin prisa, pero sin pausa. Dicho remo, en su extremo contrario se hallaba una hoja afilada, una hoz con la cuál segar las almas. La muerte, sin mirarme, dijo:

—No recomendaría beber de las aguas estigias, mortal.

—No soy tan ignorante como para beber las almas de quienes antes eran como yo —respondí a pesar de ver las almas del río estigia cada vez más refrescantes.

La muerte giró a verme de reojo, más debajo de su capucha solo había oscuridad.

—Dime que deseas, y que me darás a cambio de cumplir dicho deseo, mortal —dijo sin parar de remar.

Reí para luego toser eufóricamente, más la muerte no parecía de quienes bromeaban. Hablaba en serio, me pedía algo a cambio de mi deseo.

—¿Te burlas de mí, Muerte? ¿De mi desgracia? —respondí sintiendo mi garganta arder al igual que mi furia—. ¡Ríete pues! Ríete del hombre cuyos padres abandonaron, ríete del hombre que fue robado por su propio hermano, ríete del hombre engañado por su esposa, ríete del hombre al que robaron su hijo. Ríete, Muerte, de aquel que sufrió las penas del estigia en vida.

La muerte alzó su remo y se giró completamente, agazapandose y acercando lentamente su hoz. Y respondió, ignorando mi reprimenda:

—Dime que deseas, y que me darás a cambio de cumplir dicho deseo, mortal.

Tras un suspiro me recompuse para humedecer mis labios una última vez. Entonces le dije a la muerte:

—Muerte, te doy una vida llena de penurias, de sufrimiento y de dolor. Te doy una vida repleta de infortunio, de malas decisiones, te doy una vida, Muerte, que, te prometo, ningún desgraciado salvó yo, he vivido.

»Muerte, hoy no vengo a realizar un intercambio equivalente. Pues te estoy dando tres vidas a cambio de una. La mía.

La muerte se me acercó dejando su hoz a un lado y sacó una mano de su túnica. Una mano que no era carne ni huesos, sino cuero, cristal, humo y alquitrán. La posó sobre mi hombro y susurró algo que haría eco en los oídos de mis hijos y los hijos de sus hijos:

—Trato hecho.

Palabras con sentido aparenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora