1- Despertando

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Los ojos de Donghyuck se abrieron de forma desmesurada de un momento a otro. El techo que alguna vez fue de un blanco impoluto acaparó su visión por un instante. Parpadeó con confusión y miró a su alrededor. Una habitación con un decorado que era casi antiguo. Las pesadas y rojizas cortinas polvorientas no dejaban entrar más que unos cuantos rayos de luz al cuarto. Las paredes estaban pintadas de un verde muy suave y que contrastaba con los muebles de madera oscura. Había algunas pinturas colgadas en las paredes y una sobre un caballete.

— ¿Qué carajos? ¿Dónde estoy?

Su voz salía extraña, rasposa. Trató de llevar una mano a su garganta para poder tocarla, pero se detuvo al notar que la acción se le dificulta por un vendaje. Levantó un poco su brazo y vio las vendas que le envolvían. También las mantas que cubrían su cuerpo.

— ¿Cómo llegué aquí?

Se preguntó y, en cuestión de segundos, todo su cuerpo se llenó del más puro terror. No lo recordaba, no recordaba nada más que su nombre. El resto de su memoria estaba en blanco, como si hubiera sido borrada.

Comenzó a respirar de forma agitada a la vez que el pánico invadía hasta sus células. Quitó las mantas de encima y trató de salir de la cama... no pudo. No era capaz de mover las piernas. Su respiración se alteró, hiperventilando mientras trataba siquiera de mover sus pies. Fríos, estáticos. Como si no le pertenecieran.

A punto de perder la cordura, comenzó a golpear desesperadamente sus muslos. No sentía nada. En lo absoluto. Con desesperación siguió golpeando sus piernas en un intento de percibir algo pero era como si simplemente desquitara su ira contra una almohada. Sus ojos se empañaron por las lágrimas, sus manos temblaron. No ayudaba ver los moretones en sus muñecas.

Podía oír risas a lo lejos, eso sólo le puso peor. Con los nervios alborotados, y rogando porque no doliera demasiado, puso sus manos sobre el suelo de madera oscura y desgastada antes de arrastrarse fuera de la cama. Pudo oír el sonido de sus piernas al golpear contra el suelo, pero fue incapaz de sentir alguna clase de dolor.

No era bueno, nada de eso lo era.

Algo en lo profundo de su cabeza le gritaba sobre que estaba en peligro, que debía de salir de allí cuanto antes. Que no estaba a salvo y no era seguro quedarse ni siquiera un solo minuto más. Debía huir.

Se arrastró hasta la puerta, tomando el picaporte y abriendo la misma con cuidado. Su cerebro le gritaba que debía de ser cuidadoso pues no sabía en dónde estaba. Asomó apenas su cabeza, no viendo a nadie por el largo pasillo. Sólo oía una conversación acerca de algún programa de televisión viniendo desde la derecha, por ello tomó el camino de la izquierda.

Agradeció que tuviera ropa cómoda y que los pantalones no se le salieran mientras se arrastraba con desesperación por el pasillo. Quería salir de allí, necesitaba hacerlo. Su instinto le gritaba la urgencia de ello.

— ¿Donghyuck? ¡Por Dios, Hyuck! ¡¿Qué haces fuera de la cama así? — Una voz extraña se escuchó desde atrás y luego como corrían hacia él. — Diablos, niño. Tuviste que llamar a alguien para que te ayudara. No puedes salir así.

Con miedo, se giró a ver a la persona dueña de aquella voz. Era un joven que debía estar en la mitad de sus veinte, quizás más cercano a los treinta. El cabello rubio cenizo caía sobre su frente y sus grandes ojos mostraban una profunda preocupación. En el momento que trató de tocarlo, Donghyuck retrocedió hasta pegarse a una de las paredes. El extraño levantó sus manos e hizo un paso hacia atrás.

— ¿Quién eres? — Preguntó asustado.—

El rostro sorprendido del extraño fue casi cómico. Se hubiera reído de no haber estado tan asustado que podría orinarse en sus pantalones en cualquier momento.

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