Capítulo 35: Soy el mal ejemplo

44 8 0
                                    


El abrazo de Luján fue reconfortante, porque al fin alguien de mi familia me entendía y me aceptaba. Por eso me quedé aferrada a ella llorando en su hombro, era la única en quien podía confiar en esta casa.

—¡Soltala Luján! —exclamó mi madre al entrar al cuarto—. ¡Soltala por favor! Natalie, deja a tu hermana.

Gritaba como si estuviese haciéndole algo malo. Su manera de mirarme y de dirigirse a mí me rompía el corazón, era mi mamá y parecía odiarme y tenerme asco.

—Nati no se siente bien.

—Nati no está bien, por eso le vamos a pedir que se vaya.

—¿¡Qué!? —dijimos casi al mismo tiempo con Luján.

—Yo no estaba muy de acuerdo, pero Alberto quiere que te vayas de la casa —explicó alejando a Luján—. Va a ser lo mejor para tus hermanos y para vos. Ya vamos a conseguir un lugar para que te vayas...

—¡Mamá, dejá de hacerle caso! —Me levanté y provoqué que ella retrocediera—. No podés estar siempre de su lado, nosotros sabemos que siempre te trató como a una empleada.

—María Natalie, es tu papá, no le faltés el respeto.

Apreté los puños.

—Él me faltó el respeto a mí.

—Acá la única irrespetuosa has sido vos, María Natalie. —Apareció desde afuera, hablando con ese tono severo que empezaba a odiar—. Todos estamos de acuerdo con que no podés estar acá, esta es casa de familia y sos un mal ejemplo para tus hermanos.

—Antes era el buen ejemplo y ahora soy el mal ejemplo —dije con la voz aguda, estaba por llorar otra vez—. Soy el mal ejemplo —reí con ironía y entre lágrimas.

Me dolía la cabeza de tanto llorar, la bofetada que me había dado antes continuaba doliendo en mi mejilla y la incertidumbre de lo que pasará empezaba a torturarme.

—Es que caíste en la degeneración y no vamos a permitir que contagies a...

—¡La pelotudez que estás diciendo! —interrumpí e hice enojar a Alberto.

—¡Callate! —exclamó y se adentró en el cuarto quitándose el cinturón—. ¡Callate degenerada!

Con toda su furia levantó la mano con el cinturón para golpearme, traté de hacerme a un lado, pero tanto espacio para escapar no tenía, por lo que quedé arrinconada y él me alcanzó.

Cubrí mi rostro y sentí los duros golpes dándome en el omoplato y el brazo; ardió una barbaridad y caí al suelo sintiéndome humillada mientras oía a mamá gritando junto con Luján, Caramelo ladraba y él me insultaba, pero mucho no podía comprender lo que decía.

—¡Basta! ¡Basta!

—¡Papá dejala! ¡Ya está!

—¡Alberto, listo!

—¡No, no, no! ¡Me voy a ir! ¡Me voy a ir! —supliqué entre llantos—. ¡Me voy a ir! ¡Pero dejame!

Mamá lo alejó de mí y me quedé llorando en el suelo, las lágrimas brotaban mojando toda mi cara enrojecida y mi nariz goteaba asquerosamente por la congestión. Sentía ardor en el hombro y no me atrevía a levantar la mirada.

—Tre-men-do —expresó mi hermano con un tono divertido en su voz.

—¡Andate! —grité corriéndolo.

—Vos sos la que se va —dijo riéndose.

Agustín también me odiaba y se burlaba de mí. Mi hermanito, al que alguna vez le cambié los pañales y le ayudé a hacer la tarea en la primaria... Me odiaba.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora